Con cierta frecuencia se oye decir: Yo creo en Dios pero no creo ni en la Iglesia, ni en los curas. Los que así hablan lo hacen a la ligera, manifiestan un desconocimiento absoluto. Quizá han recibido un somero barniz religioso pero no tienen idea de lo que es en realidad la Iglesia de Jesucristo, matriz santa en la cual los cristianos son gestados.
Los que denigran a la Iglesia, con frecuencia escudados en viejos prejuicios, no se molestan en buscar seriamente la verdad. Con el oído cerrado, son incapaces de escuchar, tienen bastante con sus ideas preconcebidas, y viven acomodados en sus rutinas; van cubiertos con el grueso impermeable del orgullo que les impide aceptar una iglesia que es ante todo santa, porque es Santo Jesucristo, el que santifica a su esposa, que, aunque envuelta en debilidades quiere ser fiel y avanza hacia su destino: el encuentro con el Señor en la Vida Eterna.
Pero es cierto que muchos, encerrados en su contumacia, ni pueden ni quieren ver, es mejor y más cómodo mantenerse en el error sin buscar con corazón sencillo la verdad. Se dedican a atacar a la Iglesia, desde la cabeza visible, el Papa, hasta el último de sus ministros, incluyendo también en sus críticas al pueblo cristiano, todo es objeto de dura crítica. Tal vez deberían despojarse del grueso impermeable del orgullo, y acercarse con el corazón de un niño, con un corazón recién estrenado, para no tener que escuchar las duras palabras de la profecía de Isaías que Cristo aplica a los duros de corazón en el evangelio de Mateo: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”.
Isabel Rodríguez de Vera