El pasado agosto se cumplieron setenta años de un suceso para cuyos protagonistas la Virgen les preservó de una más que segura tragedia. El accidente tuvo lugar en la montaña pirenaica de la Gran Facha, fronteriza entre Francia y España y con más de tres mil metros de altitud. Desde entonces, cada año se reunen montañeros de ambos países para celebrar una Eucaristía de acción de gracias en la cima de este tan emblemático pico.
Era la primera hora de la tarde del 14 de octubre de 1941 cuando cuatro montañeros franceses alcanzaron la cima de la Gran Facha. El grupo estaba formado por el matrimonio Chevalier, el hermano de ella, M. Doubliez, y Vincent Petty, un joven diácono que era quien les guiaba. Algunos de ellos superaban por vez primera un monte de 3.000 metros. En la cima contemplaron con agrado el magnífico panorama, tanto en la vertiente francesa como en la española.
Pero los días en octubre son cortos y la noche cae bruscamente; debían regresar sin demorarse mucho. Habían caído ya las primeras nevadas y la nieve cubría parte de la arista que conduce a la cumbre. Se encordaron e iniciaron el descenso con precaución. Una vez superada la arista, las mayores dificultades habían acabado y cada uno recobró su libertad soltándose de la cuerda. Al cruzar una placa de nieve dura, Maïte Chevalier dio un paso en falso y comenzó a deslizarse a la vista de su marido, su hermano y demás compañeros, que no pudieron hacer nada por detener su rápido descenso. Intentó detenerse con el piolet que llevaba, pero se le rompió; la mitad superior no llegó a perderla, pero solo con ella era imposible frenar su deslizamiento. Los montañeros, viendo su incapacidad por rescatarla gritaron «Sante Vierge sauvez-la», (Virgen Santa, sálvala) y Maïte, que también se había encomendado a Nuestra Señora de Lourdes, entró en una zona con nieve más blanda y detuvo así su descenso, aunque quedó suspendida al borde de un abismo. Pese a la dificultad, sus compañeros lograron llegar a ella y llevarla hasta el collado, donde se abrazaron con alegría y recuperaron la calma. Todos coincidían en que había sido un milagro de la Virgen. Una vez tranquilizados, Maïte Chevalier dijo ante sus compañeros: “El próximo año regresaremos y colocaremos en la cumbre una imagen de la Virgen como señal de agradecimiento”.
nace una tradición en acción de gracias
Cuando regresaron al año siguiente para cumplir su promesa llevaban una imagen de Nuestra Señora de Lourdes en mármol de Carrara y material para construirle una pequeña hornacina . Además de Vincent Petty, protagonista del año anterior, participaba un grupo de cuarenta jóvenes de Jeunesse et Montagne, conducidos todos por François Boyrie, conocido guía de montaña y monitor de esquí. También les acompañaba Louis Pragnère, capellán del Club Alpino Francés y Francis Legardère, un joven de Lourdes de 20 años que desde el primer momento alegó su condición de lourdés para arrogarse el derecho de subir él solo la imagen hasta la cumbre. Una vez colocada la imagen, el sacerdote la bendijo y celebró la misa en la cumbre, y acordaron que repetirían la ascensión los años sucesivos.
En 1943 y 1944 no pudo repetirse la subida. Francia se encontraba en plena guerra mundial. Entre tanto, Francis Legardère, el joven lourdés, realizaba varias actividades en la resistencia contra los invasores alemanes pero fue detenido por la Gestapo y fusilado en Lyon el 23 de diciembre, a los veinte años de edad. Legardère fue considerado un héroe de la resistencia y recibiría varias condecoraciones por ello. Él fue sin duda quien abrió la puerta a las futuras peregrinaciones a la Gran Facha.
Acabada la guerra, el 4 de septiembre de 1945 tuvo lugar una nueva ascensión. Se realizó en memoria de los caídos en la guerra e implorando la paz. El recuerdo de Francis Legardère estuvo muy presente. En la cima se celebró una misa y los caídos recibieron honores militares. A partir de entonces todos los años se repitió la marcha a la cumbre. En 1947 participó Maïte Chevalier. Ese año, cuando se estaban preparando para comenzar la misa aparecieron en la cumbre tres españoles de Montañeros de Aragón de Zaragoza que habían subido por la cara sur. Fueron acogidos con sonoros ¡Viva España! y se incorporaron a la ceremonia que estaba a punto de comenzar. Al finalizar, el capellán Pragnère impartió su bendición uniendo a franceses y españoles. Los nuevos incorporados se comprometieron a fomentar la ascensión entre los montañeros de este lado de la frontera, y desde entonces, todos los años, un buen grupo de montañeros franceses y españoles se reúnen en la cumbre para celebrar la misa y rezar ante la imagen. Así nació la Asociación que uniría a montañeros de ambos lados de la cordillera. La fecha de la peregrinación varió durante tiempo hasta que en 1965 se acordó fijarla al 5 de agosto, festividad de la Virgen de las Nieves.
coronar la cima en ambiente fraterno
La peregrinación se desarrolla en dos jornadas. Los que acuden por el lado galo parten de Pont d’Espagne y, ascendiendo por un camino bien marcado del parque Nacional de Los Pirineos, llegan al refugio de Wallon, del Club Alpino Francés, tras dos horas y media de marcha; los que van por la vertiente española han de partir del Balneario de Panticosa y deben recorrer un trayecto bastante mayor. Bordeando los ibones de Bachimaña y Pecico, deben superar el collado de Marcadau a 2.541 metros para descender después al refugio a 1.800 metros, en el que todos pernoctan.
En un lugar próximo al refugio se ha construido una capilla de piedra en la que, además de una imagen de la Virgen y otros objetos religiosos, se conserva el piolet de Marcel Schart, el compañero de Maurice Hertzorg con quien alcanzó la cima del Annapurna en 1950. Era el primer ochomil que se vencía. Allí se celebra una misa el día 4 de agosto por la tarde. Después de haber cenado, todos participan en un animado fuego de campamento en el que se cantan canciones francesas y españolas. A continuación se va a la vecina capilla formando una procesión de antorchas. En ella tiene lugar una “Vigilia de la Luz”.
Al día siguiente muy de madrugada se reinicia la marcha hacia la cumbre. En un collado a 2.664 metros se tiene una primera celebración: la bendición de cuerdas, piolets y material de montaña. Algunos se quedan allí; otros muchos continúan hasta la cumbre por una empinada arista a la que hay que ascender durante una hora con mucho cuidado. Una vez en la cima tiene lugar la misa concelebrada, por lo general, por varios sacerdotes. Los presidentes francés y español de la asociación pronuncian unas palabras y se hace un recuerdo a los muertos en la montaña. A continuación se procede al nombramiento y concesión de un título a los que por primera vez han superado los tres mil metros de altitud en ese año.
gloria y alabanza en las alturas
Resulta emocionante participar en esos actos. El marco en la cumbre es incomparable: a nuestros pies podemos contemplar valles profundos e innumerables lagos de montaña; algunos de los picos de alrededor nos superan en altura: el Vignemale, el Balaitous, los Picos del Infierno…
Con auténtica unción, los sacerdotes renuevan el sacrificio de la cruz ante el grupo de personas que abarrotan la cima. Son conscientes de que, si toda eucaristía constituye una alabanza al Creador, aquella lo hace de una manera especial. Finalizada la ceremonia, todos comparten el almuerzo y se disponen a descender sin descuidar las precauciones.
Pero no todos los años se ha podido celebrar en la cumbre. El tiempo, en ocasiones con frío, viento, lluvia e incluso nieve, pese a la fecha de agosto, lo ha impedido. En ese caso las ceremonias tienen lugar en el collado. Precisamente en este último agosto, la lluvia y el fuerte viento nos obligó a celebrar la misa y todos los actos en dicho collado. Fue, no obstante, una bonita ceremonia presidida por Mons. Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo, que vino expresamente para ello. Ya había subido varias veces cuando era obispo de Huesca y Jaca y ahora, desde otra tierra también de montañas, quiso volver a nuestro Pirineo; concelebramos con él otros cinco sacerdotes franceses y españoles.
Fue esta última una celebración especial. Con motivo del centenario del nacimiento de Baden Powell, fundador de los scouts, se organizaron actos muy variados en los países en los que trabajan estos grupos de jóvenes. Uno de ellos fue la participación en la peregrinación a la Gran Facha, con lo cual fueron muchos los scouts franceses que acudieron.
Entre los que han celebrado en la cumbre se cuentan numerosos obispos montañeros: en 1977 celebró Mons. Cadilhac, entonces obispo auxiliar de Avignon; en 1982, el Cardenal Echegaray, próximo colaborador de Juan Pablo II y presidente de la Comisión Justicia y Paz. El 50 aniversario de la primera ascensión fue presidido por Mons. Lacrampe, obispo de Córcega, originario de los Pirineos; en 2002 fue Mons. Benoit Rivière, obispo auxiliar de Marsella. Mons. Jaques Perrier, obispo de Tarbes-Lourdes ha presidido en dos ocasiones.
Juan Pablo II, un papa amante de la montaña, enviaba todos los años una bendición especial en la que expresaba su cariño y apoyo. En los últimos años han tomado el relevo dos obispos españoles: Mons. Jaume Pujol, arzobispo de Tarragona y desde 2005, Mons. Jesús Sanz, buen montañero.
Aunque la mayoría de los participantes ascienden por la vertiente francesa, los últimos años se está notando también una afluencia de montañeros españoles por la vertiente sur. Parten del Valle de Tena y pernoctan en el refugio Respomuso a 2.200 metros y el día 5, muy de mañana, ascienden hasta el collado de la Facha para unirse allí al otro grupo y ascender todos juntos por una empinada arista hasta esta cumbre pirenaica.