Los Salmos son, ante todo, una colección de oraciones, alabanzas y súplicas a Dios Padre, aunque con tal título, referido a la Primera Persona de la Santísima Trinidad, no aparezca en las Sagradas Escrituras hasta la llegada al mundo de Jesús.
Y es que el pueblo judío no esperaba un Mesías Hijo de Dios, sino a un Mesías hombre como los demás, perfecto, poderoso, y capaz de reunir a todos los pueblos en una sola fe, pero solo un hombre. Así se trasluce en los salmos de inspiración mesiánica: “Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia, el Señor te bendice eternamente”, Sal. 45(44), o en el 72(71): “Dios mío confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia…”. Y así se pone igualmente de manifiesto en el pensar de los apóstoles, que seguían a Jesús para instaurar un reino terrenal.
Por eso en las invocaciones al Dios del Antiguo Testamento no se utiliza la palabra “Padre”, pues no se percibe aún la filiación divina de los hombres como verdaderos “hijos de Dios”, que se producirá por el hermanamiento con Jesús, el Hijo del hombre, el que Daniel intuyó en su visión nocturna bajando entre las nubes. Y por eso se le nombra como Dios, Señor, Santo, Juez, Protector, Pastor, Benigno, o Misericordioso, y se le dedican encendidas loas en las que se atisba a veces el “celo protector del padre”, o se alude al amor que nos une, así el Salmo 18, 2-3: “Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza: Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte.”. Hermosa paráfrasis, fácil de recordar y repetir, invocación amorosa que debería estar de modo frecuente en nuestros labios.
Pero en los ciento cincuenta salmos de este Libro, tienen cabida los más tiernos y evocadores títulos divinos con los que aquellos poetas enardecidos que lo compusieron, cantan y proclaman la gloria de Dios, y que nosotros, ahora, después del año de gracia jubilar, podemos acompañar con el ruego piadoso de la misericordia divina.
De todos los títulos con los que se ensalza al Todopoderoso en estos cánticos sagrados, se han seleccionado cuarenta invocaciones que es la cifra de la “manifestación de la divinidad”
LETANÍAS SÁLMICAS.
Dios Santo
Dios de salvación
Dios del universo
Dios Salvador
Dios de Israel
Dios de Abrahán
Dios del Sinaí
Dios de Jacob
Dios de perdón
Dios compasivo
Dios Fiel.
Dios que castiga las maldades
Dios de nuestra alabanza
Rey de la gloria
Rey del mundo
Rey Victorioso
Rey Poderoso
Señor Altísimo
Señor del universo
Señor de toda la tierra
Juez de los pueblos
Juez justo
Protector de las viudas
Protector de Israel.
Protector de los peregrinos
Roca del corazón
Roca que nos salva
Santo de Israel
Padre de los huérfanos
Pastor de Israel
Sostén de los humildes
Bueno con todos
Defensa de nuestra vida
Lote perpetuo
Pan de los hambrientos.
Sanador de los corazones destrozados
Piadoso y clemente
Glorioso y poderoso
Benigno y justo