Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?». Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando. Jesús dijo: – «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis».
Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos.
Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús. (Juan 12,1-11):
Entramos en la semana de Pascua y esta palabra nos llama a colocarnos en la historia, de este abril de 2017: El pasado es experiencia vivida y el futuro no existe, es una simple proyección. El Señor comienza esta Semana tan importante en Betania, dónde la gloria de Dios se ha manifestado de forma patente resucitando a Lázaro y este comienzo del Evangelio nos hace la primera pregunta: ¿dónde nos encuentra el comienzo de esta semana tan importante? El Señor quiere iniciar esta semana comiendo con nosotros, haciendo presente todo lo que ha hecho en nuestra vida, de dónde nos ha rescatado, de dónde nos ha salvado, que a pesar de estar muertos –tantas veces– y oliendo él ha gritado: «Sal fuera». Sin embargo, al visualizar la escena que nos describe el evangelio, parece todo muy normal: Marta en su afán de servir, Judas –en su ceguera– viviendo en una constante crítica, los judíos buscando sofocar su curiosidad de ver a aquel del que «decían» que había resucitado y finalmente los «señores de la ley» que nos hacen recordar al Faraón, por su dureza de corazón.
En esta escena, aparentemente corriente, aparece María, que de nuevo, se pone a los pies del Señor, pero esta vez no para escucharle, sino para darle algo que tenía reservado para una gran ocasión: un perfume caro con el que le unge sus pies y los seca después con su cabellera. Decía Jesús, hablando de la búsqueda del reino de los cielos: «A cada día le basta su desgracia» (Mt 6, 34b); para muchos era un día normal: el servir de Marta nos habla del cansancio, la murmuración de Judas nos hace presente la esclavitud del «yo», la curiosidad de los judíos nos manifiesta la inquietud sobre que habrá más allá de la muerte y los fariseos nos recuerdan lo violentos que podemos ser cuando alguien atenta contra lo que pensamos, decimos o somos. En medio de esta «normalidad» que nos hace patente la tristeza y la muerte surge una mujer a la que el Señor le ha concedido !conocer el tiempo en el que vive! Ha hecho un signo delante de la asamblea y se ha postrado ante aquel que era su amigo y lo ha reconocido como sacerdote y rey al ungirlo con aquel perfume y se lo ha enjugado –con sencillez– con su cabellera, llenando la sala de olor de resurrección rompiendo el «tufillo» que había a muerte.
Lo mismo nosotros comenzamos la semana abducidos por el mundo, justificándonos con los pobres, criticando a los demás porque todo lo hacen mal, incluso trabajando duro para preparar –desde nuestras fuerzas– una pascua perfecta o quizá con un corazón tan duro que nos lleva a odiar a todo aquel que consideramos nuestro enemigo. En fin el Señor hoy lunes santo de 2017, quiere comer con nosotros en nuestra «Betania» y nos invita a hacer presente nuestra historia de salvación, postrarnos ante Él reconociéndole como el Mesías, ungirle con el perfume de «nuestra voluntad» –nuestro tesoro más preciado– y enjugarle esos pies que van a caminar hacia la muerte –y nuestro rescate– con nuestro cabello que representa lo que somos sin retocar, sin esconder, sin falsedad. Este Evangelio viene con un mensaje de atención con el que comienza: «Seis días antes de la Pascua»… Que el Señor nos conceda a todos –como a María– conocer el tiempo en el que vivimos.