En aquel tiempo, muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús.
Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron: «¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación».
Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: «Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera».
Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.
Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos.
Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban: «¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta?».
Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo (San Juan 11, 45.47-57).
COMENTARIO
Se acerca el momento de la verdad. Desde el comienzo de su actuación pública, Jesús ha sentido el acoso constante de las autoridades de Israel, que buscan acallar al profeta incómodo, e incluso, darle muerte. Han habido varios intentos, pero, de un modo u otro, Jesús ha salido airoso “porque todavía no había llegado su hora”. Ya desde el inicio de los signos, en Caná de Galilea, declara Jesús que todavía no ha llegado su hora, la hora de dar la vida al mundo mediante la entrega de la propia vida. El Precursor, al comienzo de la vida pública de Jesús, lo ha presentado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y sabemos cómo quita el Cordero el pecado: cargando sobre sus hombros con los pecados del pueblo para destruirlos con la fuerza de su amor.
Todavía no ha llegado su hora, porque primeramente ha de descargar el pueblo sus pecados contra Jesús. Estos pecados se han ido acumulando a lo largo de toda su vida pública: primero las autoridades, después el pueblo, en el famoso discurso del “pan de vida” se han ido alejando de él. Han visto las señales, pero su mente, oscurecida por sus propias ideas, no han sido capaces de reconocerle; su orgullo, les ha impedido negarse a sí mismos y acoger a quien Dios ha enviado.
En estos momentos, ante el mayor de los signos: la resurrección de Lázaro y contrariamente a lo que cabría esperar, Israel ha colmado el número de sus pecados, cuando por boca de su máximo dirigente el Sumo Sacerdote, en lugar de reconocerle, rechaza a Cristo decretando su muerte.
A continuación, le van a ofrecer a Jesús un banquete en Betania y una mujer, lo va a ungir para el combate; entrará en Jerusalén y allí declarará oficial y solemnemente que “ha llegado su hora”, la hora de mostrar el amor hasta el extremo, de manifestar la gloria de Dios, dando la vida por la salvación del mundo, muriendo no sólo por la nación, sino para “reunir a los hijos de Dios dispersos”.
Su misión está para concluir, habiendo amado a los suyos, los va a amar hasta el extremo. Él, que ha venido para hacer la voluntad del Padre, va a tomar sobre sí los pecados de los hombres, va a subir a la cruz y va a destruir el poder del pecado y de la muerte, a fin de que el hombre tenga vida y vida en abundancia. Esto es lo que redime al hombre y trae la paz sobre la tierra: el amor total, el amor divino, que se abaja hasta su criatura y se dona por completo es Dios puesto a nuestro servicio. De hecho, Dios es lo único que hace: ponerse al servicio del hombre. Desde la creación hasta la redención, y la historia toda de la salvación, lo que ha hecho Dios ha sido donarse, servir y amar a su criatura. No estamos nosotros a su servicio, sino que Él se ha hecho Señor y Servidor de todos; Señor porque es Servidor.
Próxima la Pascua, es esto mismo lo que se nos pide a los cristianos: unirnos a Cristo en su entrega, puestos al servicio del mundo, mostrándoles el amor que se dona hasta el extremo, aunque este mundo rechace, desprecie y nos lleve a la cruz. El mayor servicio que le podemos prestar es la entrega de nuestra vida por amor. De este modo somos cristianos, unos con Cristo.