En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos» (San Marcos 16, 15-18).
COMENTARIO
Durante su vida, mi padre (qepd) no atesoró ni tierra ni hacienda. La principal riqueza que heredé de él fueron las obras completas de S. Agustín, los libros de Teilhard de Chardin y la pasión por la figura de San Pablo. En mi familia, antes de mí, no había ningún “Pablo”. Antes de nacer mi hermana tres años mayor que yo, mi padre ya veía a “Pablito comiendo sopas y haciendo pedorretas”. Me llamo “Pablo” antes de nacer gracias a la admiración de mi padre hacia el apóstol de los gentiles, y algo se me ha debido pegar de él; no creo que sea precisamente el “celo por anunciar el evangelio” sino más bien el carácter terco y la tardanza en la conversión.
Hace unos días, documentándome para la preparación de una clase, me bajé un “youtube” de “Canal Historia” sobre Pablo de Tarso que comenzaba con esta afirmación: “Es posible que hubiese existido el cristianismo sin Cristo, pero no sin San Pablo”.
Creo que esta aseveración es más que cuestionable. Nadie pone en duda la importancia de este incansable itinerante para la expansión de la Buena Nueva; pero precisamente los caminos por tierra, mar y me atrevería a decir que hasta por aire (lo tuvieron que bajar colgado de un cesto) que recorrió San Pablo, comenzaron con el inicio de otro camino en el que se le cambiaron radicalmente sus planes y sus esquemas: “Mis caminos no son vuestros caminos” (Is. 55,8) ¿Cuántas veces habría escuchado este culto y aplicado fariseo de diáspora esta cita de Isaías? También en él, como antes en Jesús de Nazaret, la escritura se cumple.
“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”, escuchamos hoy este mandato del Resucitado a los “Once”. Fueron ellos los primeros en ponerse en camino. De momento ya habían llegado, al menos que se sepa, hasta Damasco. Quizás a la fuerza, por causa de la persecución. Pero como los caminos de Dios no son los de los hombres, hasta del acoso se sirve Dios para derrochar misericordia. Querer sofocar la “nueva fe” de manera cruenta resultó como el que trata de sofocar un fuego a patadas, que allí donde se esparcen las brasas se provoca un nuevo incendio. Allí donde tenían que refugiarse los “peligrosos” seguidores de Jesús, surgía la incipiente llama de una nueva comunidad de creyentes.
Saulo, probablemente conocería por boca de Gamaliel, hombre abierto y dialogante, de forma precisa y ortodoxa al “Dios verdadero”. Pero no al “verdadero Dios”. Al “Dios verdadero” se puede encontrar en los libros, pero no al “verdadero Dios”; a éste solo se le conoce a través del prójimo. Como afirma el papa Francisco, la fe no se impone, se contagia.
Saulo, celoso del “Dios verdadero” inicia su camino hacia Damasco con un fin muy concreto. Pero como los camino de Dios no eran sus caminos… algo su cedió en el camino.
Sé que la versión que voy a ofrecer quizás no sea muy ortodoxa. Pero en un día como hoy, también espero que no recaiga sobre mí el rigor de los guardianes de la ortodoxia, o sea, de los “saulos” de turno.
Sin duda, algo “extraordinario” sucedió en el camino. Yo, personalmente, mantengo un tesis; probablemente sin mucha fundamentación en su exégesis. Lo que sí es cierto es que Lucas, de origen griego, conoce el Evangelio por boca de Pablo, como acompañante en algunos de sus viajes misioneros. También es cierto que Lucas es el único evangelista que nos ha dejado ese tesoro de ternura y misericordia y al mismo tiempo de denuncia, como es la parábola del “buen samaritano”. (Lc. 10, 25-37). Sin poner en cuestión que el origen de la parábola, como otras muchas, en la enseñanza de Jesús; ¿por qué no pudo ser que Pablo recordase esta como algo muy entrañable de su propia experiencia y así lo transmitiese al evangelista?
¿Por qué no pudo suceder que, camino de Damasco, Saulo y sus acompañantes fuesen atacados por unos salteadores y sus “ortodoxos” compañeros de viaje, como los “ortodoxos” personajes de la parábola diesen un rodeo – huida ante la comprometida situación?
¿Por qué no pudo acontecer que un “a priori” enemigo, como lo eran los judíos y los samaritanos o los fanáticos fariseos con los seguidores de Jesús, fuese quien se acercase a un viajero malherido, le socorriese, e incluso, le llevase a casa de un tal Ananías, responsable de la comunidad de los creyentes?
Y, finalmente, ante una situación así o parecida, sería razonable que Saulo se cuestionara y preguntase: “¿Quién eres tú, que me has tratado así? “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. “Lo que hicisteis con uno de estos conmigo lo hicisteis” (Cf. Mt. 25, 46)
Sea como fuere, el caso es que en la conversión de Saulo a Pablo (Saulo – “Saul” – “el rey soberbio”- y Pablo – “párvulo” – “el pequeño”) se cumple el Evangelio de hoy:
Pablo creyó se bautizó y se salvó.
Los “creyentes” tuvieron la osadía de acoger a alguien más peligroso que el veneno de la serpiente y no solo no sufrieron daño, sino que la Buena Noticia se habló en lenguas nuevas.
A Pablo, le impusieron las manos y se curó. Se curó de su ceguera y pudo pasar del conocimiento del “Dios verdadero” a la experiencia del “verdadero Dios”.
Los caminos de Dios son inescrutables…