En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: «¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!» Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.» Pero las sensatas contestaron: «Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.» Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: «Señor, señor, ábrenos.» Pero él respondió: «Os lo aseguro: no os conozco.» Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora» (San Mateo 25, 1-13).
COMENTARIO
Puede decirse que esta parábola, más que tal, es una alegoría: cada uno de sus elementos es simbólico, y tiene un significado preciso. Veámoslo.
El esposo, que ha de venir en la noche, es, claramente, Cristo.
La noche es símbolo del mundo, en el cual reinan las tinieblas.
Las diez vírgenes, que salen a esperar al esposo, son los fieles cristianos, que aguardan la segunda venida del Señor.
Las lámparas (antorchas) que portan aquéllas, representan la fe de cada una, que ilumina su vida en medio de las tinieblas del mundo.
El aceite, que alimenta cada lámpara, es el Espíritu Santo, que mantiene viva la fe del cristiano. Es sabido que, en la Escritura, el aceite tiene este significado: por ello se unge con él a los reyes y sacerdotes.
La boda, es el banquete mesiánico del Reino de Dios.
El grito en mitad de la noche, es la crisis definitiva en la historia de cada uno, que nos anuncia la llegada de Cristo.
Aclarados todos estos conceptos, podemos entender el significado de este «mishdras», tan característico de la enseñanza de Jesús:
Entre los fieles que esperan su venida, los hay que se preocupan de mantener la llama de la fe, recurriendo al Espíritu Santo que se da a través de la Palabra de Dios, los Sacramentos, la oración y demás prácticas de la piedad cristiana. Estos son las vírgenes prudentes. Otros, no se preocupan de esto, viven relajados, sin tensión, sin mayor interés por el encuentro con Cristo, pensando: ya me confesaré cuando me llegue la muerte. Son las vírgenes necias.
Un día, inesperadamente, se oye un grito: «Llega el Esposo». Es decir: Te vas a morir a muy corto plazo. Tienes un cáncer extendido o has sufrido un accidente, o un infarto. Para los que mantienen viva la fe, es un grito de alegría, porque es el momento esperado del encuentro con El. Para los otros, es un grito de terror, de angustia; porque si en ese momento no tienes el Espíritu Santo, nadie te lo puede dar. Y, si al encontrarte con Cristo, tienes fe, pasarás con El al banquete de bodas. De lo contrario, te quedarás fuera, en las tinieblas.
Esto es lo sorprendente de la parábola, lo insospechado. Porque nosotros pensamos que Jesús, tan bueno como es, no va a cerrarnos las puertas en ningún caso. Sin embargo, la respuesta del Esposo es categórica: no os conozco. En definitiva: o tenemos el Espíritu de Dios, y con El mantenemos viva la fe hasta el final, o bien tenemos el espíritu del mundo, que es contrario a Jesús, y a quien lo tiene, El no lo conoce, porque habla otro lenguaje, no es de sus ovejas.
¿Qué quiere inculcarnos Jesús con esta parábola?: «Velad, pues no sabéis el día ni la hora». Vivid como si hoy mismo fuera el día de su venida. Es claro que si supiéramos que hoy mismo llega El a llevarnos, cambiarían muchas cosas en nuestro planteamiento de vida. Dejaríamos de lado bastantes preocupaciones, y nos centraríamos en lo esencial: el amor a Dios, y el servicio al prójimo.