Ya hemos agotado las vacaciones de verano. Han sido días de descanso para muchos y días para poder estar con nuestros seres más queridos, disfrutando de un tiempo que, por la vorágine en la que nos encontramos el resto del año, no podemos compartir tanto como nos gustaría.
Han sido unos pocos días del mes de julio o agosto que anhelamos el resto de los otros trescientos cincuenta días que tiene el año. Días por los que trabajamos duramente, por los que sudamos sangre y vertemos lágrimas, días por los que ahorramos cierto dinero, con total de recibir con creces el premio esperado: un tiempo aquí o allí, con unos o con otros, un tiempo dedicado a nosotros mismos, porque hemos trabajado muy duro y, por qué no, nos lo merecemos.
Un tiempo en el que a veces, sin querer, se nos olvida Dios. Es fácil irse de campamento, al pueblo, a otra ciudad, a otro país, y olvidarnos de asistir a la eucaristía, a escuchar la Palabra que Dios tiene preparada para nosotros. Es probable que durante el año tengamos una rutina de levantarnos y realizar una oración por la mañana o realizar una petición al final del día antes de acostarnos. También es probable que vayamos a misa el sábado o el domingo. Y es aún más probable que durante las vacaciones de verano no lo hagamos.
¿Por qué? ¿Encontrarse con el Señor es solamente una rutina? ¿Un evento social al que acudimos una vez a la semana porque toca? ¿Porque hay que calentar silla? ¿Porque en el trabajo han anunciado un ERE? ¿Porque los exámenes de la universidad están cada día más cerca?
El propio Papa Francisco no ha dejado de pedirnos en ningún momento durante todo este tiempo que dejemos de rezar por todos los problemas que el mundo actual está viviendo: la situación de Gaza, nuestros hermanos cristianos de Iraq, la enfermedad del ébola… En cualquier momento de nuestra vida tenemos que ponernos de cara al Señor. No hay vacaciones para el sufrimiento.
Es cierto que Dios está en todas partes y con nosotros en todo momento. Incluso cuando no nos acordamos de Él porque estamos más pendientes de vivir al máximo estos pocos días reservados sin las aparentes preocupaciones del día a día. Y, pesar de ello, a pesar de que en algunos momentos de nuestra vida creamos bastarnos por nuestra cuenta para continuar adelante, seguimos necesitándolo. Necesitando su Palabra, necesitando su Cuerpo, su Perdón, su Amor. Todos los días de nuestra vida.
Tal vez no hemos hecho caso suficiente al Señor durante este tiempo de vacaciones. Tal vez nos hemos olvidado de Él, porque, no nos engañemos, también las vacaciones de verano suponen una vorágine de maletas y viajes en la que nos sumergimos sin remedio. Pero aún estamos a tiempo de encontrarnos con Él en este nuevo curso que empieza, en nuestras rutinas. Y para darle gracias también porque, como todo, nos ha regalado ese descanso que muchos —creíamos que— merecíamos.
Sofía Delgado