Mateo y Lucas se atreven con la genealogía de Jesús y nos proporcionan la relación de sus antepasados. Sin embargo, desde enfoques teológicos distintos, cada evangelista difiere del otro tanto en el número y los nombres de sus generaciones como en la cita de los progenitores más cercanos de Jesús, es decir, en sus abuelos; en Mateo el nombre del padre de José es Jacob, y en Lucas Helí, sin que se haya encontrado explicación alguna que pudiera resolver esta disparidad. Desde una perspectiva histórica, la genealogía de Mateo se tipifica por su carácter legal o dinástico, que trata de demostrar la ascendencia davídica de Jesús conforme a los anuncios proféticos; y la de Lucas, como una genealogía natural que escalona de hijos a padres hasta el mismo Dios, Padre y Creador del género humano.
Mateo inicia su genealogía en Abrahán, y enumera cuarenta y dos generaciones en sentido descendente, es decir, de padres a hijos, con la expresión, “Abrahán engendró a Isaac”, y así sucesivamente, hasta José, “el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo”, y Lucas, que las culmina en el mismo Dios, cuenta setenta y siete generaciones en sentido ascendente, de hijos a padres, con la expresión “Jesús hijo de José”, y así sucesivamente, hasta Adán, al que se refiere como “hijo de Dios”.
Mateo estructura las cuarenta y dos generaciones hasta Jesús en tres grupos de catorce, representativos, cada uno de ellos, de las tres etapas en las que puede dividirse la historia de Israel, a saber, la patriarcal, desde Abrahán hasta Jesé, padre de David; la de los reyes, desde David hasta Josías, en el tiempo en que Jerusalén es arrasada por Nabucodonosor, y comienza el destierro babilónico profetizado por Jeremías, cuando el pueblo, sumido en los velos de la tristeza, cuelga las cítaras de las ramas de los sauces que crecen a orillas del río Cobar; y la del regreso del exilio, con Nehemías y la reconstrucción del templo, hasta la llegada de Jesús, que es el Mesías o Cristo anunciado por los profetas.
la Biblia en femenino
Apréciese la simbología que yace en esta clasificación, pues tanto el número 42 de las generaciones que se cuentan, como el número 14 de cada una de las etapas que se establecen, son múltiplos de 7, el número de días de la creación del mundo, y símbolo de la eternidad.
Pero lo más significativo de la genealogía de Mateo, es que incluye en ella a cinco mujeres, esposas y madres de los patriarcas que fueron los ancestros de Jesús, a pesar de que para los judíos, la mujer no contaba a efectos generacionales o de estirpe. Y haciendo la salvedad de María, la esposa de José y madre de Jesús, que es la última de las nombradas, estas mujeres no son las ejemplares esposas de los más santos patriarcas, pues no se menciona a Sara, la primera mujer de Abrahán, que parió a Isaac; ni a Rebeca, la amada esposa de Isaac; ni a Raquel, la segunda mujer de Jacob después de Lía, sino a Tamar, que engendró ilegítimamente a los gemelos Fares y Zara de su suegro Judá, el que fue hijo preferido de Jacob; y a Rahab, la mujer de Salmón y madre de Booz, el bisabuelo de David, que era prostituta en la ciudad de Jericó que cercaba Josué; y a Rut, la esposa de Booz y madre de Obed, que fue una pagana moabita; y a Betsabé, la esposa de Urías “el Hitita”, que cometió adulterio con David, y que, muerto su marido en la batalla, se desposó con el rey y fue madre de Salomón.
Desde muy variados puntos de vista, se ha interpretado esta incursión tan especial de Mateo en la biografía de Jesús, y casi siempre, con los argumentos que preludiaban la extensión del anuncio mesiánico del Reino de Dios a los gentiles, y la predilección de Jesús por los pecadores que venía a redimir. Sin descartar ninguna de estas piadosas explicaciones, prefiero quedarme con el anuncio de lo que, luego, será una especial sensibilidad de Jesús con las mujeres de su tiempo, y que duda cabe, también con las de hoy, pero especialmente, con aquellas que conoció en su vida pública, cuando la hija, la mujer soltera, la esposa y la viuda israelita, eran excluidas sin miramientos de la educación y de toda consideración social.
“a quien mucho se le perdona, mucho amor muestra”
Y para escándalo de muchos, Jesús se acerca a estas mujeres, y de muchas maneras, les manifiesta su predilección, y cura a la suegra de Pedro, postrada en la cama por la fiebre; se apiada de la viuda de Naín, a cuyo hijo resucita cuando lo llevaban a enterrar; derrama su perdón sobre la mujer pública que lava sus pies con las lágrimas del arrepentimiento en el convite del fariseo Simón; se hace familiar y cercano con Marta y María, las hermanas de Lázaro, que lo atienden de las fatigas del camino, y con María Magdalena y las proveedoras que lo acompañaban, en el día a día de su peregrinaje; reconoce entre la multitud a la mujer que toca la orla de su manto, y la sana del flujo de sangre que la hacía impura; hace misericordia con la hija de Jairo, la niña de doce años que acababa de morir en los brazos de su madre; desvela los secretos de su corazón a la mujer samaritana, junto al brocal del Pozo de Jacob, cuando Jesús le pide agua para calmar su sed; salva a la mujer adúltera de ser lapidada, mientras escribe signos misteriosos en el suelo de la plaza de Jerusalén; atiende la súplica desgarrada de la mujer cananea, que le grita desde el borde del camino; y en el instante supremo, abandonado de todos, consuela a las mujeres piadosas que lo acompañan en su ascensión al Calvario.
Pero ¿cuál es la historia de estas mujeres que cita Mateo en su genealogía?
Tamar, madre de Fares
Judá, el cuarto hijo de Jacob, nacido de Lía, su primera esposa, tuvo tres hijos, Er, Onán y Sela. El primogénito Er, se casó con “una mujer llamada Tamar”. Así, tan sencillamente, la presenta la Biblia en Génesis 38. Pero Er desagradó al Señor, y murió sin descendencia, y Judá, su suegro, le dio a Tamar por esposo a Onán, que, sabiendo que los hijos que tuviera no llevarían su nombre, sino el de su hermano muerto, derramaba el semen en la tierra y la dejó sin descendencia. Por esta conducta tan reprochable, Dios lo hirió de muerte. Judá le pidió entonces a Tamar que se mantuviera viuda, que él le daría a su hijo Sela por esposo cuando fuera mayor, a pesar de lo cual, desatendió a su nuera y no cumplió su promesa.
Muerta Sué, la esposa de Judá, Tamar se echó al camino con galas de prostituta, sabiendo el lugar por donde pasaría Judá, que hallándola tan hermosa, la requirió de amores y la dejó embarazada, entregándole como señal del pago que le debía, su anillo y su bastón. A los tres meses de este hecho, avisaron a Judá del embarazo de su nuera, y siendo viuda, la acusaron de adulterio y la condenaron a morir en la hoguera. Cuando era conducida al suplicio, Tamar enseñó a Judá las prendas de su pecado, el anillo y el bastón, y este, reconociéndolas, la salvó del suplicio.
Llegado el parto se vio que eran gemelos, y cuando uno de ellos sacó la mano fuera, la partera le ató un hilo encarnado para reconocerlo como primogénito. Pero he aquí que, habiendo retirado la mano, salió el otro en primer lugar, que recibió el nombre de Fares, que significa división, y que, curiosamente, será una de las tres palabras que el dedo de Dios escribirá en la pared de la sala de banquetes del persa Baltasar, y que el profeta Daniel descifrará para el monarca, anunciándole su próxima muerte y la división de su reino: “Mane, Tacel, Fares”.
También se dice en Génesis 25, que Esaú y Jacob lucharon en el vientre de su madre Rebeca por la primogenitura, y que Jacob, que nació el segundo, tenía asido por el talón a su hermano Esaú, que salió en primer lugar. En ambos casos, la lucha natalicia en el vientre de sus madres, se produjo para ostentar el privilegio de ser ascendientes del Mesías, pues así le respondió el Señor a Rebeca, cuando desesperada, le consultó por los gemelos que chocaban entre si en su vientre: “Dos naciones están en tu vientre, y dos pueblos saldrán divididos desde tu seno, y un pueblo sojuzgará al otro pueblo, y el mayor ha de servir al menor” (Gén 25,23) Se anuncia así, que no obstante ser Esaú el primogénito de Isaac, luego, por la astucia de Raquel, su madre, será Jacob el que reciba esta bendición de su padre.
Rahab, la madre de Booz
Rahab, que se desposó con Salmón y fue la madre de Booz, era una ramera cananea que habitaba en la ciudad cercada de Jericó, y que cuando fueron descubiertos los exploradores enviados por Josué para reconocer el terreno antes del ataque, los escondió en el terrado de su casa cubriéndolos con haces de lino, y luego, les facilitó la huida descolgándolos desde la ventana de su casa que estaba pegada a la muralla de la ciudad. Los espías le prometieron a Rahab su salvación y la de toda su familia, a condición de que no los delatara, para lo cual, debía tener reunidos en su casa a sus padres, hermanos y al resto de la parentela, pues fuera de ella, ninguna vida sería respetada en las calles de la ciudad. Josué abrasó Jericó y cuanto en ella había, pero mandó respetar la vida de Rahab y de su familia, que desde aquel día, se aposentó en medio de Israel.
Rut, la madre de Obed
Rut, que se desposó con Booz, fue la madre de Obed, y era de Moab, un país al este del mar Muerto. Se casó con un hijo del matrimonio de Noemí y Elimelec, efrateos de Belén de Judá, que habían emigrado por la hambruna que asolaba su tierra.
Los moabitas eran los descendientes de Lot, que huyó de Sodoma con su mujer y sus dos hijas antes de que bajara el fuego del cielo que destruyó la ciudad y mató a todos sus habitantes. Espantadas por el suceso, y creyendo que se habían extinguido los hombres de su raza, las hijas emborracharon a su padre y cohabitaron incestuosamente con él para conservar su linaje. La mayor concibió así a Moab, padre de los moabitas, y la menor a Anmón, padre de los amonitas. Estos pueblos fueron paganos y adoraron a dioses extraños.
Murió Elimelec en la tierra de Moab, y murieron también sus dos hijos casados, Mahalón y Queilón, y Noemí decidió regresar a su patria, pero Rut se negó a abandonar a su suegra, y regresó con ella a Israel. Su casamiento con Booz, auspiciado por Noemí, es una tierna y deliciosa historia de humildad y de sumisión a los designios divinos. Cuando Rut tuvo a Obed, que fue el abuelo del rey David, las mujeres del pueblo dijeron a su suegra Noemí: “Bendito sea el Señor que no ha permitido que faltase heredero en tu familia, y ha querido conservar el nombre de ella en Israel”.
Betsabé, la madre de Salomón
Betsabé tuvo a Salomón de David, que la vio una tarde desde la terraza de su palacio cuando salía del baño, se enamoró de ella y cometió adulterio durmiendo con el rey, que la dejó embarazada. David trató de ocultar su pecado concediendo permisos a su esposo Urías, “el Hitita, que era oficial de sus tropas, para que fuera a casa y descansara con su esposa, pero este, por tres veces, los rehusó y se quedó a dormir con sus soldados en el duro suelo de las tiendas. Finalmente, el rey lo envió a la primera línea de la batalla, donde Urías pereció por las flechas de los ballesteros enemigos. Pasados los siete días de luto por la muerte de Urías, David la tomó por esposa, y luego, lloró amargamente su pecado, tal como se lo puso de manifiesto el profeta Natán a los pies de su trono. La criatura de aquella unión murió a los siete días del parto, y David, consoló a Betsabé, que tuvo a Salomón, el amado del Señor.
¡Oh mujer, grande es tu fe!
Estos son los caminos de la Providencia divina, incomprensibles para nosotros en sus designios, y que se vale del hombre, acogiéndolo en los planes de la Redención tal como es, con sus debilidades y sus pecados. Misteriosamente, Mateo nos presenta a estas insignes mujeres de las que, tan especialmente, se ocupa la Sagrada Biblia. Tamar es imagen de la determinación femenina, y engendra de su suegro Judá, del que profetizó Jacob “El cetro no será quitado de Judá… hasta que venga el que ha de ser enviado…”, cuando este descuida el cumplimiento de la ley del levirato. Rahab es la previsión y el sentido práctico hecho mujer. La advertencia de los exploradores para que congregue a toda la familia en su casa, pues fuera de ella no habrá salvación, es la imagen remota de la Iglesia de Cristo. Rut es la disponibilidad y la sumisión, modelo propicio para la consideración de María, la Madre de Dios. Y Betsabé es, como Raquel, el reflejo de la constancia y de la astucia. Cuando Adonías se proclama rey aprovechando la vejez de David, su padre, Betsabé penetra en la alcoba del rey donde este yacía al cuidado de la doncella Abisag, y le recuerda a su esposo la promesa que había hecho para que reinase su hijo Salomón, como así se hizo.
Mateo, con genial intuición, nos las presenta de nuevo en su evangelio, y nos invita a considerar sus vidas.