Muchas veces nos podemos preguntar dónde están las raíces de nuestra fe católica porque, en demasiadas ocasiones, las dudas asaltan nuestro corazón y nos puede producir daños graves.
Así, bien podemos decir que las raíces de nuestra fe están en una serie de momentos de la vida de Jesucristo y, sobre todo, en una especie de, digamos, mensaje que se plasma en los gestos que, el Hijo de Dios, hizo a lo lago de los últimos momentos de su terrena vida. Así, bien podemos considerar como raíces de nuestra fe, a las siguientes: la Pasión de Cristo, en la Última Cena, en la Eucaristía, en Su Sangre y Su Carne.
Última Cena
Tenemos por muy conocido y amado que Jesucristo, cuando se reunió con aquellos primeros nosotros en lo que sería su Última Cena, no quiso que fuera una cena pascual cualquiera sino que, al contrario, quedara en los corazones de los presentes la sensación de que se encontraban ante un momento histórico de no poca importancia. Seguramente se puede decir que fue siglos después cuando se comprendió a la perfección el sentido de aquella Última Cena. Sin embargo, es bien cierto que una importante raíz de nuestra fe se sembró en aquella estancia donde Jesús compartió la pascua judía con sus discípulos y la convirtió en la primera de muchas otras cenas sacrificiales pues no otra cosa fue lo que, luego, sucedió: sacrificio en beneficio nuestro, de la humanidad toda.
Eucaristía
Lo que, sobre todo, caracteriza, a la Última Cena es que fue la ocasión elegida por Jesucristo para institucionalizar la Eucaristía. Aquellos gestos, aquella forma de comunicar cómo deberían (y deberíamos) recordarlo siempre a través de una determinada forma de actuar, fue lo que Cristo quiso dejar como herencia espiritual a aquellos que, viendo lo que vieron, supieron seguirle. La Eucaristía quedó, pues, para siempre dibujada y formada por las manos del Hijo de Dios y fue, por decirlo así, la mejor forma de que entendiéramos lo que, poco después, iba a suceder. Y tal es una raíz espiritual que nunca podemos olvidar.
Sangre y Carne
Y es en la Eucaristía donde, por efecto de su divinidad, Cristo comunicó, a las especies pan y vino lo que, en realidad, eran, Su Cuerpo y Su Sangre. Y desde entonces, transfiguración mediando, en cada Eucaristía que celebramos, encontramos lo que, en realidad, es una raíz destacada de nuestra fe: Sangre de Cristo que nos vivifica; Cuerpo de nuestro hermano que nos ilumina el camino hacia el definitivo Reino de Dios. Por tanto, Sangre y Carne son, para nosotros, todo lo que nos es necesario para llevar una vida de fe adecuada al fin buscado: la vida eterna.
Pasión de Cristo
Como colofón esperado por el mismo Jesucristo y como ejemplo de lo que era la voluntad de Dios, los insultos, escupitajos, latigazos y demás heridas causadas en la Pasión, Su Pasión, nos sirve, sobre todo, para reconocernos en la cruz misma en la que fue colgado. Por eso la cruz, Su cruz y nuestra cruz, no es, sólo, la fijación de dos maderos que forman tal lugar de sacrificio. Supone, yendo más allá de la madera y de los clavos, una forma de actuar de la que nunca podemos huir: cada cual cargando con la suya siguiendo a Cristo.
Cruz es, para nosotros, nuestra misma y particular Pasión, nuestro proceder en un mundo que quiere apartarse de Dios y que prefiere lo mundano a lo divino, lo superficial a lo sobrenatural y profundo. Y Cruz es, también, sobre todo, raíz de fe, aquello de donde, con toda sencillez, podemos obtener la savia espiritual que nos sirva para caminar hacia el definitivo Reino de Dios al que muchos, llevados por un actuar relativista y hedonista, han preterido o dejado atrás sin darse cuenta que sin tal raíz del alma su vacío es seguro y la fosa en la que caerán, profunda.
Eleuterio Fernández