En Buenanueva vamos a comenzar un nuevo apartado como sencillo camino para tratar de comprender mejor el significado de las Letanías a nuestra Madre, la Virgen María, con el fin de que podamos redescubrir el “misterio” y la profundidad que esconde la “mujer por excelencia”. Solo basta el pensar que ella hizo más por su propia salvación y la de los demás que cualquier santo o mártir, o incluso que todos los santos y mártires juntos por sí mismos y por los demás. Solo Ella, María, siempre en perfecta unidad con el Salvador, con el Redentor, con nuestro Rey.
Por todo esto, por ser Madre de Dios y la única en toda la historia de la salvación y del universo por eternidades de eternidades fue llamada a esta altísima vocación; por eso, Ella fue concebida Inmaculada, fue Madre y Virgen, fue Corredentora del Redentor, asunta al Cielo en cuerpo y alma y coronada como Reina de todo lo creado. Por ser la Madre de Dios la perfectísima discípula y esclava del Señor en quien toda la voluntad del Señor fue hecha completamente.
El rey la prefirió a todas las demás; se ganó su afecto y su cariño más que cualquier otra joven. Puso en su cabeza la corona real y la escogió como reina…” (Est 2,17)
Las letanías son una serie de alabanzas y súplicas ordenadas, repetidas y concordes entre sí, por las que se ruega a Dios y a su madre Santa María. Etimológicamente la palabra letanía proviene del vocablo griego “litanueo”, que significa súplica o rogativa.
Los orígenes de las letanías se remontan a los primeros siglos de la cristiandad. Las letanías eran súplicas dialogadas entre los sacerdotes y los fieles, rezándose, sobre todo, durante las procesiones. Aunque al principio eran dirigidas sólo a Dios (en súplicas), se añadieron con el tiempo invocaciones a santos y, sobre todo, a la Virgen María (en intercesiones) a partir del siglo VII.
En la liturgia oriental se usaron desde el siglo III. La composición de Letanías Marianas siguió la línea de las generales y de las de los Santos. En estas se invocaba a María de tres modos: “Sancta Maria”, “Sancta Dei Genetrix” y “Sancta Virgo Virginum” (Santa María, Santa Madre de Dios y Santa Virgen de las Vírgenes), a lo cual seguía una serie de reflexiones y elogios de los santos padres orientales, los cuales constituyen el germen de las futuras letanías marianas.
El germen halló ambiente en la popularidad del Oficio de la Virgen Santísima que se cantaba en algunos monasterios. Este «Oficio» no era fijo y tenía variaciones según la orden religiosa que lo cantara; estas variaciones fueron abolidas por Pío V cuando estableció el «Oficio Parvo de la Virgen» reformado. Lo cierto es que, entre las variantes que existían, habían ciertas letanías que se parecían a las futuras Lauretanas.
Las más antiguas letanías a María, propiamente dichas, se encuentran en un códice de Maguncia del siglo XII titulado “Letania de Domina Nostra Dei genenetrice Virgine Maria. Ora valde bona, cotidie pro quacumque tribulatione dicenda est (Letanía de nuestra Señora la Virgen María, Madre de Dios, excelente oración para recitarla todos los días en cualquier tribulación), con alabanzas largas, en donde en cada verso se iba repitiendo el “Sancta María”.
invocación e intercesión
En el siglo XV y XVI las Letanías Marianas empezaron a aumentar. Alrededor del año 1500 fueron creadas una serie de letanías en el santuario de Loreto (Italia), hechas propiamente para el lugar. Hacia 1575 surgieron unas nuevas letanías lauretanas conocidas como «modernas», con alabanzas puramente bíblicas, que se hicieron tan populares que relegaron a segundo plano las primeras versiones. Sixto V las aprobó en 1587 e incluso les otorgó indulgencias. Pero hacia el siglo XVII la situación se hizo casi exagerada. En Loreto se tenía una letanía para cada día de la semana y este no era el único caso. En 1601, con el decreto “Quoniam multi” del 6 de septiembre, el Papa Clemente VIII prohibió todas las letanías que existían con excepción de las incluidas en el Misal y el Breviario, manteniendo también las del santuario de Loreto. Aquellas letanías ya eran llamadas lauretanas. Paulo V, en 1503, ordenó que se cantasen en la basílica romana de Santa María la Mayor en festividades de la Virgen María. En 1615 los dominicos ordenaron que se recitaran en todos sus conventos después de sus oraciones de los sábados.
Con el tiempo se han ido añadiendo más títulos a ellas. Es el caso de:
– Pío V: Auxilio de los cristianos, por su intercesión en la Batalla de Lepanto
– Clemente XIII: Madre Inmaculada, a petición de Felipe IV, para los dominios hispánicos el 12 de septiembre de 1767. Fue también concedida por el Papa Beato Pío IX Mastai-Ferretti al obispo de Malinas en 1846, tras la definición dogmática de 1854, Pío IX lo hizo extensivo a toda la Iglesia.
– León XIII: Reina del Santo Rosario y Madre del Buen Consejo
– Benedicto XV: Reina de la paz
– Pío IX: Reina concebida sin pecado original
– Pío XII en 1951: Reina asunta al cielo
– Pablo VI: Madre de la Iglesia y Rosa Mística
– Juan Pablo II: Reina de las Familias
En el libro «Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Principios y orientaciones«, editado en el Vaticano en el año 2002, se define las Letanías de este modo:
“Entre las formas de oración a la Virgen, recomendadas por el Magisterio, están las Letanías. Consisten en una prolongada serie de invocaciones dirigidas a la Virgen, que, al sucederse una a otra de manera uniforme, crean un flujo de oración caracterizado por una insistente alabanza-súplica”. En los libros litúrgicos del Rito Romano hay dos formularios de letanías: Por un lado las Letanías lauretanas, por las que los romanos Pontífices han mostrado siempre su estima; y por otro las Letanías para el rito de coronación de una imagen de la Virgen María, que en algunas ocasiones pueden constituir una alternativa válida al formulario lauretano. “No sería útil, desde el punto de vista pastoral, una proliferación de formularios de letanías; por otra parte, una limitación excesiva no tendría suficientemente en cuenta las riquezas de algunas Iglesias locales o familias religiosas. Por ello, la Congregación para el Culto Divino ha exhortado a «tomar en consideración otros formularios antiguos o nuevos en uso en las Iglesias locales o Institutos religiosos, que resulten notables por su solidez estructural y la belleza de sus invocaciones».
León XIII recomendó concluir durante el mes de octubre (mes del Rosario) la recitación del Rosario con el canto de las Letanías lauretanas. Con ello se pensó que las Letanías eran parte del rezo del Rosario, cuando en realidad son un acto de culto por sí mismas, pudiendo ser usadas para rendir un homenaje a la Virgen sea en una procesión (como en su uso primitivo) o como parte de una celebración de la Palabra de Dios.
En la Iglesia Católica, después del Concilio Vaticano II, surgieron letanías que reflexionaban en torno a los documentos sobre María, como es el caso de la Constitución “Lumen Gentium” o la “Marialis Cultus”, exhortación apostólica de Pablo VI del año 1974. Un claro ejemplo es el libro publicado en 1981 llamado «Rito de Coronación de las imágenes de la Virgen María», que propone letanías donde abundan los términos «Señora» y «Reina», dada la liturgia de tono glorioso donde se recitan.