Raúl Espinoza Aguilera
En su libro “Luz del Mundo” en el que el periodista alemán, Peter Seewald, realiza una serie de entrevistas al entonces Papa Benedicto XVI, en uno de sus capítulos, al abordar uno de los cánceres sociales más graves de nuestro tiempo, como son: el tráfico y consumo de drogas, el Santo Padre afirmaba: “Creo que esa serpiente del tráfico y consumo de drogas abarca toda la tierra, es un poder que no nos imaginamos como se debe. Destruye a la juventud, destruye a las familias, conduce a la violencia y amenaza el futuro de países enteros”.
Y continuaba: “También eso forma parte de las terribles responsabilidades de Occidente: el hecho de que (un país política y económicamente poderoso) necesita drogas y de que, de ese modo, crea países que tienen que suministrárselas, es lo que al final, lo desgasta y destruye. Ha surgido una avidez de felicidad que no puede conformarse con lo existente. Y que entonces huye, por así decirlo, al paraíso del demonio, y destruye a su alrededor a los hombres” (Editorial Herder, México, 2010, página 74).
Estas aseveraciones del entonces Romano Pontífice recogían sus propias reflexiones y el pensamiento de muchos Obispos, procedentes de los cinco continentes, que acudían al Vaticano, dentro de sus acostumbradas visitas, a exponerle sus preocupaciones pastorales y dificultades en las labores apostólicas, entre otros muchos temas.
En décadas anteriores, el gobierno de los Estados Unidos, a través de la D.E.A., tenía redes internacionales para combatir frontalmente al narcotráfico. En esos combates han muerto muchos miles agentes y soldados para erradicar este mal social.
Ahora resulta que, bajo el mandato del Presidente Barak Obama y la Organización de las Naciones Unidas, el concepto intrínsecamente perverso de los efectos de la drogadicción y su funesto tráfico han cambiado radical y súbitamente de sentido y la nueva directriz que han “recomendado” al resto de los países del orbe es ésta: que se permita la legalización del cultivo de la mariguana “por motivos científicos y medicinales” y se pueden portar personalmente todo tipo de drogas legalmente autorizadas, siempre y cuando sean dosis bajas de cocaína, heroína, morfina, etc… y, hoy en día, se pretende argumentar un supuesto “derecho humano al goce placentero mediante el consumo de estupefacientes”.
¿Ante qué fenómeno social, político e ideológico nos estamos enfrentando? Ante la llamada “dictadura del relativismo”. Es decir, lo que ayer se consideraba “malo y perverso” ahora -porque así lo deciden algunos gobernantes y legisladores- “es bueno y recomendable”, esgrimiendo que “cada quien tiene la capacidad de decidir su propio camino para ser feliz” y, en este sentido, existe un cambio sustancial en el significado de las palabras (es decir, una nueva semántica), y de esta manera, producto de la mentalidad materialista y hedonista, se considera “como un legítimo y acertado ejercicio de la libertad el consumir drogas, puesto que el bien prioritario de cada individuo es la felicidad”.
Me parece que todos hemos sido testigos de amargas experiencias de compañeros de escuela o universidad que se aficionaron al consumo de drogas y que fallecieron por sobredosis o quedaron con daños cerebrales irreversibles. Además, es indudable que un drogadicto en un hogar tiene una imprevisible fuerza destructiva, ya que el día menos esperado: se puede suicidar, o bien, tener un ataque de irritabilidad y golpear a sus padres y hermanos e incluso matarlos; suele robar objetos de su casa y mal venderlos para conseguir un poco de dinero y así poder consumir su ansiada droga.
También, en las instituciones educativas, sucede a menudo que grupos de drogadictos fácilmente forman pandillas violentas y se dedican al robo, al consumo y tráfico de drogas, y por supuesto, su rendimiento escolar baja estrepitosamente hasta que el Director del plantel decide expulsarlos. ¿Y luego qué ocurre? Se convierten en delincuentes callejeros o en vagabundos y se tornan en una lacra social. Ese círculo vicioso culmina en la cárcel, pero en “esa otra escuela” es donde realmente aprenden a ser delincuentes profesionales, asesinos a sueldo, ladrones, secuestradores, etc…
Y si se destruye la célula familiar, se arrasa con todo el tejido social y, sobreviene un estado de mayor corrupción, caos, anarquía e inseguridad para vivir en paz y concordia en las ciudades y entre sus habitantes.
Me llama poderosamente la atención que no se escuche la experimentada voz de los Psiquiatras y Neurólogos, especialistas en esta materia; de los psicoterapeutas -que día con día- luchan por sacar de “las garras de las drogas” a sus pacientes; los comentarios, sugerencias y propuestas -fruto de duras experiencias- de los padres de familia y de los orientadores familiares; y, por supuesto, atender el testimonio de quienes pasaron por “el infierno de la drogadicción” y han logrado, con muchos esfuerzos, superar -dentro de lo que cabe, porque siempre tienen la posibilidad de “una dolorosa recaída”- su problemática y se han reintegrado a su familia y al mundo laboral. Sin duda, lo concerniente al mundo de las drogas y al narcotráfico “se ha politizado” porque no se acude ni la Ciencia ni a la voz de las personas expertas y autorizadas para emitir sus argumentos científicamente fundamentados.
Si como dice el Papa Emérito Benedicto XVI que las drogas y el narcotráfico conducen a la violencia y amenaza el futuro de países enteros, ¿cómo es que algunos gobernantes y legisladores de nuestro tiempo aprueban tan a la ligera leyes que, en muy poco tiempo, se revertirán en contra de la estabilidad social y política de sus mismas naciones? Y aunque en principio se diga que sólamente se aprueban “con fines científicos y medicinales”, ¿no entrañan estas legalizaciones graves contradicciones que ponen en riesgo las estructuras sociopolíticas, el orden, la armonía, la paz de las familias, de las sociedades y de la entera civilización?