En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: «¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!» Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.» Pero las sensatas contestaron: «Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.» Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: «Señor, señor, ábrenos.» Pero él respondió: «Os lo aseguro: no os conozco.» Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora» (San Mateo 25, 1-13).
COMENTARIO
Es un evangelio, además de hermoso, curioso. Es bonito por la delicadeza de los términos y por tratarse de un asunto esponsal. Considera a Cristo como el esposo del alma cristiana, esposo de la Iglesia. No es una realidad puramente simbólica, sino que de algún modo expresa una realidad espiritual auténtica: la unión del Creador con su criatura.
Ya se sabe que los místicos hablan en estos términos, cimentados en propia experiencia y en el Cantar de los cantares. Fray Luis de León llama a Cristo de muchas maneras en sus Nombres de Cristo.
Ciertamente la mística es esencial a la experiencia y vida religiosa. Si se la elimina la vida cristiana queda desprovista de su esencia En el Cielo desaparecerá toda ascética, pero permanece la unión divina con el alma. El Cielo es unión eterna, sin interrupción; unión amorosa, esponsales sobrenaturales.
Por eso este pasaje del evangelio resulta de una especial belleza, a pesar del destino duro de la mitad de sus protagonistas. La belleza del amor de Dios, el destino al que nos llama el Señor, nuestra vida sobrenatural de unión, la delicadeza de los designios de Dios, etc.
La mística está en el corazón del cristianismo en tanto constituye la expresión máxima del amor de Dios. No se trata de una simple unión. Es algo divino, muy superior a lo que el hombre pueda pensar o sospechar. Pero en este pasaje no se habla sólo de esto, se habla, y de un modo muy principal, en la dimensión ascética de la vida cristiana. Las “bodas reales” es un regalo, pero supone también un esfuerzo, un interés, una colaboración.
Es bien conocida la conjunción entre lo humano y lo divino en el proyecto de salvación de Dios. El Cielo es don de Dios inmerecido y a la vez es conquista personal. Dicen las Escrituras que a cada uno se le dará según su comportamiento, su rendimiento propio. San Pablo llega a decir que conquistemos la vida eterna para a la cual hemos sido llamados. Ni pura conquista ni puro don. Es un comercio, un consorcio entre ambas realidades, entre el elemento humano y el divino. Y que bien que es así, porque es señal de que Dios nos toma en serio en nuestro proceder. No somos ni marionetas ni autómatas sino personas dotadas de voluntad, con capacidad de respuesta y compromiso, con capacidad de relación responsable con Dios y con los demás.
Todo esto hay que tenerlo en cuenta a la hora de considerar el plan de Dios sobre nosotros. Somos libres, aunque condicionados, para responder a Dios. Somos limitados, pero esto no debe operar a modo de obstáculo sino todo lo contrario; es la limitación la que me permite confiar, porque es la confianza la que me salva a cada paso de mi propia pequeñez.
Las cinco vírgenes llamadas necias, insensatas se nos presentan como comodonas, simplonas, ramplonas. No se nos dice que sean malas sino sencillotas, no sencillas. Las cinco prudentes son sensatas porque son sencillas, fáciles para la fe y la vigilancia. Las otras, como digo, son sencillotas, es decir, despreocupadas, en el mal sentido, y por tantos se pierden la gracia venidera, se privan ellas mismas del amor esponsal.
No es cuestión de mera pereza o flojera. Es cuestión de actitud vital ante la vida; una actitud acédica, diríamos. Falta el cultivo de la propia vocación dada por Dios y por ello se da una pereza vocacional, una falta de amor como respuesta a la llamada, de la que se sigue una cierta tristeza camuflada de mil colores…
Esforzaos por entrar por la puerta estrecha porque ancha es la puerta que conduce a la perdición y muchos van ese camino. Esto nos dice el Señor. Es una llamada al esfuerzo, al trabajo, a la colaboración. No dice el Señor que consideremos la puerta estrecha, sino que pasemos por ella. La verdad es más para ser vivida que para ser pensada. Quizás sea ese el peligro de las verdades que pueden quedar aprisionadas en la cárcel del pensamiento y no ser liberadas para fecundar la vida.
El maligno hace su papel en este proceso de bloqueo. El demonio favorece todo lo que dificulta la tensión sana y santa y crea desaliento e insensatez en todo aquel llamado por Dios a las alturas esponsales. Dice san Juan de la cruz que es de muchos desear el goce del premio, pero de pocos ir por el camino áspero que conduce a esos goces.
Con ser una escena hermosa, por tratarse de una realidad esponsal, sin embargo, asistimos a este drama de la falta de respuesta a Dios. Vemos una respuesta dura del Esposo que nos sorprende y sobrecoge. No debe ser por tanto algo de poca monta. Este es el mal del hombre actual; ha perdido todo temor de Dios. Según este evangelio, ya se sabe el final: “En verdad os digo que no os conozco”. “Por eso estad en vela porque no sabéis ni el día ni la hora”.