En aquel tiempo, tomó la palabras Jesús y dijo:
-«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». (Mateo 11, 25-27)
Sólo los pobres de espíritu están en disposición de conocer a Dios, lo que implica confiar en Él, porque ¿cómo vas a conocer a una persona si no confías en ella? Los pobres de espíritu entienden estas cosas, las de Dios; no a la primera ni a la segunda, sino cuando las palabras guardadas dan su fruto en el campo de su corazón. Son pobres de espíritu, sabios según Dios, por haberlas guardado en su interior como su Madre (Lc 2,19-20). Esto ya había sido profetizado… “Los que guarden santamente las cosas santas, serán reconocidos santos” (Sb 6,10). Jesús se alegró indeciblemente al ver la riqueza inabarcable de sus discípulos, los de todos los tiempos. (Mt 11,25-27)