«Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Él les contestó: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”. Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón». (Lc 2, 41-51)
Esta Palabra de Dios es un pasaje que se contempla en los misterios gozosos del Rosario; es por tanto un texto cargado de reflexión en la vida de la Iglesia. A primera vista parece lleno de imprecisiones, de actitudes y posturas un tanto incomprensibles. Pero si nos detenemos un poco más veremos que el evangelista Lucas juega con los tiempos de tres días: tres días estuvo perdido y tres días estuvo en el sepulcro, al tercer día fue encontrado y al tercer día resucitó.
Jesús está muerto y está perdido dedicándose a las cosas de su Padre, que no son otras que la humanidad conozca el amor de Dios. Vamos a destacar en el Evangelio de hoy dos puntos: por un lado la libertad de los hijos de Dios y por otra, la tarea, la dedicación o el trabajo de los hijos de Dios.
La libertad es el poder que tiene el hombre de obrar o no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar por sí mismo acciones deliberadas. La libertad es la característica de los actos propiamente humanos. Cuanto más se ejerce la libertad, más libre se va haciendo también el hombre y es por tanto un bien a ejercer, potenciar y respetar. La libertad es un derecho propio de todo hombre, porque resulta inseparable de la esencia y dignidad de la persona humana.
Este derecho ha de ser siempre respetado, en todos los quehaceres del ser humano, también especialmente en el campo moral y religioso, debe ser civilmente reconocido y tutelado, dentro de los límites del bien común y del justo orden público. Afirmamos la libertad del ser humano: sea hombre, sea mujer, sea criatura engendrada.
La Biblia no da definiciones. Afirma implícitamente que el hombre está dotado del poder de responder con una elección libre a las intenciones de Dios, y traza el camino de la verdadera libertad (Gn 2,3; Lc 4,18; Ga 5,13). Desde los orígenes, para la Biblia el hombre tiene la capacidad de elegir entre la vida y la muerte, el bien y el mal, obedecer o desobedecer, reconocer a Dios o vivir de espaldas a Él. Para los creyentes la libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, Bien supremo. La elección del mal la consideramos como un abuso de la libertad que conduce a la esclavitud del pecado. Yahveh se encarga a través de Moisés de rescatar a su pueblo de la esclavitud del Faraón y Jesús anuncia la libertad a los cautivos y devuelve a los oprimidos la libertad.
Hay una interpretación popular que ve el trabajo como un mal provocado por el pecado. Para la Biblia no es así, pone al hombre en el Paraíso antes de la caída para que lo cultive, lo guarde y cuide. Dios mismo es el alfarero, el obrero, moldeando al hombre y fabricando el cielo con sus manos y fijando las estrellas en su puesto.
El Salmo 104,23 pinta al hombre saliendo por la mañana hasta la tarde para realizar su faena. El trabajo es una ley de la condición humana, se impone a todos los hombres aun antes de conocer la salvación de Dios. Es un deber y un derecho que ejerciéndolo con empeño, responsabilidad y competencia, permite a la persona actualizar las capacidades inscritas en su naturaleza, exalta los dones del Creador y los talentos recibidos; procura su sustento y el de su familia y sirve a la comunidad humana. Por otra parte con la gracia de Dios el trabajo puede ser un medio de santificación y de colaboración con Cristo para la salvación de los demás.
El pecado afecta al trabajo cuando lo utilizamos de manera arbitraria, con violencia, injusticia, rapacidad. Este bien se convierte de esta manera en una carga que provoca odio y divisiones. Obreros privados de su salario (Jr 22,13), labradores esquilmados con impuestos (Am 5,11), esclavos condenados al trabajo y a los golpes (Eclo 33,25-29). Este paisaje fue bien conocido por Israel en Egipto y no hace falta seguir el hilo de la historia. Dios ha escuchado y escucha el clamor de su pueblo y lo saca y ha sacado de la esclavitud, del Faraón y del pecado. Ahora bien, el Evangelio da un paso más e invita a los creyentes a trabajar no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna. (Jn 6,27). Pablo invita a no caer en la ociosidad.
Cuando Jesús tenía 12 años se quedó en el templo de Jerusalén tres días sin avisar. Cuando los padres lo encuentran y le preguntan por qué había hecho eso, Él, con la libertad y lógica de los niños, responde: ¿Por qué me buscabais? Solo se busca lo que está perdido y Jesús no está perdido. Es como si les dijera: sois vosotros lo que estáis perdidos… Yo estoy donde tengo que estar, dedicado a las cosas de mi Padre. Esta contestación desde el punto de vista de los padres no se puede entender. Por eso, María, como madre no podía entender lo que su hijo decía, y guardaba estas cosas en su corazón. A lo mejor sí se entiende, porque Jesús estuvo en el taller de su padre siendo obediente hasta cumplir los treinta años. También esto nos da pie para tener en cuenta la lección del silencio, esta condición del espíritu admirable e inestimable, la lección de la familia y la lección del trabajo en la casa del Carpintero (Pablo VI, discurso 5 de enero 1964 en Nazaret).
Nosotros entendemos esta Palabra de hoy como Buena Noticia. Jesús se ocupa ya con 12 años de las cosas de su Padre y nos invita a nosotros a hacer lo mismo. Si Dios es nuestro Padre, los asuntos de nuestro Padre son asuntos de los hijos, y si Dios es amor, es decir, si Dios es paciente, es servicial, es decoroso, no es rencoroso, no envidia, no busca lo suyo, no se alegra de la injusticia, se alegra con la verdad, todo lo excusa, todo lo cree y soporta todo, escuchemos esta Palabra, alimentémonos de ella, guardémosla en nuestro interior y así podremos descubrir “que hoy se cumple también esta Palabra.”
Alfredo Esteban Corral