“Dijo Jesús a sus apóstoles: Mirad que yo os envío como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Pero ¡cuidado con la gente!, porque os entregaran a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los hijos contra los padres, y los matarán. Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que perseveré hasta el final, se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. En verdad os digo que no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre (San Mateo 10, 16-23).
COMENTARIO
Cuando se produce este pasaje evangélico, Jesús ya llega largo rato hablando con sus discípulos, solo para ellos, sin testigos. Todo lo que les dice forma parte de su “Discurso apostólico”, una especie de ideario instructivo que los va a preparar para enfrentarse a la tarea de anunciar el reino de Dios a los hombres.
Está con los doce, sus testigos más importantes, y Mateo los enumera a todos para decirnos “…a estos doce los envió Jesús”… Son pues, sus enviados, los enviados del cielo, hablarán en nombre suyo, y les da poder: “curad enfermos”, “resucitar muertos”, “limpiad leprosos”, “arrojad demonios”… Pero no quiere que el mundo los coja desprevenidos, pues ellos nunca tuvieron que preocuparse de los demás hombres en sus ocupaciones anteriores a la llamada de Jesús al apostolado, sabían lo que tenían que hacer, actuaban en consecuencia, y no tenían problemas.
Ahora no. La cosa es distinta. Van a anunciar un tiempo nuevo, una nueva moral, el reino de los cielos, y ellos seguirán siendo a los ojos de los demás los mismos de antes. Pero ya todo será distinto. Y Jesús profetiza sobre las cosas que les van a ocurrir por su causa:
“Mirad que os envío como ovejas entre lobos”, es decir, de ahora en adelante estarán rodeados de enemigos que ellos nunca llegaron a conocer, y la única arma que les da Jesús para enfrentarse a ellos es “la sagacidad de la serpiente”, y “la sencillez de las palomas”, ni cuchillos, ni improperios, solo humildad y mansedumbre.
“Guardaos de los hombres”, y es que de ahora en adelante, los enemigos de Jesús serán también sus enemigos, y así, sin merecerlo, “os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas”, porque para los poderes establecidos, están hablando en nombre de un impostor y un blasfemo. Y “os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa”: Y así, ellos, gente sencilla y sin pretensiones, que saben de los poderosos solo lo que pudieron oír y ver desde lejos, ahora, serán arrastrados a su presencia para dar testimonio de lo que predican en salones regios. ¿Y qué podrán decir ellos, cómo se atreverán a hablar ante las autoridades cuando sean interrogados? Pero Jesús les dice: “…no seréis vosotros los que habléis, sino que el espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros”.
Y aún les dice Jesús: “Seréis odiados por todos a causa de mi nombre”. Ahí es nada, la predicación del amor de Dios los llenará de enemigos, triste paga para tarea tan noble, ellos, que antes vivían en paz y eran respetados por sus vecinos. Pero queda lo mejor, la paga del jornalero, el salario del creyente, la esperanza del que ama: “…el que persevere hasta el final, se salvara”.