En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído el mandamiento «no cometerás adulterio».
Pero yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.
Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero “gehenna”.
Se dijo: «El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio» Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer – no hablo de unión ilegítima – la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio». (Mateo 5, 27-32)
Es una experiencia del hombre que el pecado lo separa de Dios, formándo una barrera que sólo el sacramento de la reconciliación es capaz de derribar. Existen, además, determinadas consecuencias del pecado que sólo pueden ser borradas a través de indulgencias. Sobre esta cuestión planea el hecho de que la misericordia y la justicia divinas están intrínsecamente unidas. Pero, por encima de todo el hombre sólo puede confiar y esperar en el amor de Dios, al que nada ni nadie le puede sustituir.
Está comprobado que el pecado nos lleva a una muerte existencial, porque sólo existimos en relación a Dios y pecando se interrumpe esta relación. Toda experiencia de pecado sólo produce satisfacciones efímeras y, por lo tanto, conduce a la frustración.
Cuántas veces, antes de terminar una frase, dañina para los demás, nos arrepentimos, porque nos damos cuenta del daño que se causa.
El camino que lleva a alejarse de la voluntad de Dios, por el que transita el pecado, es ancho y, muchas veces, agradable a los sentidos. Nos puede parecer incluso razonable, como le pareció a Eva comer el fruto prohibido.
El demonio supera, con mucho, la inteligencia del hombre y conoce perfectamente su naturaleza y los puntos débiles de cada uno, el tipo de mensaje que tiene que susurrarle al oído y en qué momento. El Maligno utiliza todo su saber y maldad para intentar evitar que el Señor habite en el hombre. El ser humano sólo es un medio para manifestar su odio hacia Dios.
Pero aunque como simples humanos no podemos vencer al demonio, en la condición de hijos de Dios sí está a nuestro alcance derrotarlo y arrojarlo de nosotros, como el Señor lo expulsó del cielo. Pero Dios tiene que ver, que de verdad es esto lo que queremos y que vemos en Él al único que nos puede dar la victoria y obtener así la paz y la alegría que se desprenden de vencer a la tentación y ser fieles al Señor.
La vanidad, la autosuficiencia y el orgullo son amigos del pecado, la humildad y el discernimiento son sus enemigos.
Jesucristo, en el Evangelio de hoy, nos invita a ser prudentes y conocedores de nosotros mismos, de nuestras debilidades y a conocer también al enemigo presentándole batalla en terreno favorable. Es necesario establecer una distancia de seguridad con el demonio porque en el cuerpo a cuerpo saldremos derrotados. Debemos caminar lejos de la barrera del pecado, porque una mirada sucia puede acabar en adulterio. Pecados graves pueden tener su principio en recrearse con determinados pensamientos.
El Señor nos llama hoy a la prudencia y la vigilancia, rehuyendo toda ocasión de pecado. Hay pecados que son la puerta de entrada a otros, como la gula y la lujuria. La astucia del cristiano se manifiesta en el conocimiento de uno mismo y del enemigo, que quiere arrebatarle la gracia de Dios.
La Palabra de hoy se detiene especialmente en la sagrada institución del matrimonio, que se pone en peligro porque el hombre o la mujer vivan para sí mismos y no se acepten mutuamente tal y como son, con sus defectos y pecados. El hombre puede mirar a la mujer como un objeto de beneficio propio y esto destroza cualquier relación. Sólo los esposos que se donan entre sí pueden ser felices verdaderamente y afrontar todo tipo de dificultades. No es el paro o los problemas con los hijos los que destruyen un matrimonio, sino simplemente la falta de amor. Hay parejas que en su formación incluyen un acuerdo económico de separación de bienes, ingresos y gastos, cuando el amor ni se parcela ni desconfía.
El hombre y la mujer deben permanecer en guardia, en medio de una sociedad dominada por la concupiscencia, evitando a tiempo situaciones peligrosas.
La familia es la Iglesia domestica creada por Dios para la salvación del género humano. El mundo despliega numerosos recursos para destruirla. Pero en calidad de hijos de Dios podemos vivir en la verdad de que Jesucristo ha vencido al mundo.