Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Le rodearon los judíos, y le decían: «¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente.» Jesús les respondió: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas.
Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».(Jn 10, 22-30)
En el tiempo pascual, la Iglesia hacer resonar con toda su fuerza el anuncio de la Buena Noticia, también llamado primer anuncio o kerygma que tiene como centro el acontecimiento de la pasión, muerte, resurrección y exaltación de Jesús el Mesías, el Cristo. Con fuerza profética y atrevimiento martirial lo anunciaba el apóstol Pedro en la fiesta de Pentecostés: «A este Jesús Dios lo resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís (…). Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (Hech 2, 33.36). Este anuncio cuando es escuchado, acogido y creído en el corazón tiene el poder de transformar la vida entera de quien lo acoge. Para ello es necesario que el kerygma o primer anuncio encuentre voceros y pregoneros que lo proclamen a los cuatro vientos ya que Dios ha querido que «la fe venga de la predicación, y la predicación por la Palabra de Cristo» (Rom 10, 17).
El problema nuestro, como en el tiempo de Jesús, es que vivimos en medio de una turbulencia de ruidos ambientales que hacen muy difícil la tarea de escuchar. En el Evangelio vemos que cuando se dan las circunstancias precisas para el encuentro personal con Jesús la vida de la persona cambia. Esto le pasó a la Samaritana. ¿Será el Mesías? se pregunta, ¡estaba entusiasmada! Había ido a sacar agua del pozo y encontró otra agua, el agua viva de la misericordia, que salta hasta la vida eterna. ¡Encontró el agua que buscaba desde siempre! Corre al pueblo, aquel pueblo que la juzgaba, la condenaba, la rechazaba, y anuncia que había encontrado al Mesías: uno que le ha cambiado la vida. Porque todo encuentro con Jesús nos cambia la vida, siempre. Es un paso adelante, un paso más cerca de Dios. Lo mismo le ocurrió al apóstol Andrés que tras su primer encuentro con Jesús confiesa abiertamente a su hermano Simón: «Hemos encontrado al Mesías -que quiere decir Cristo. Y le llevó donde Jesús» (Jn 1, 41-42); y lo mismo confesará Pedro, lejos del mundanal ruido, cuando en Cesarea de Filipo respondió a la pregunta de Jesús «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» (Mt 16, 13) dio testimonio de él afirmando: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 15).
En efecto, el ambiente que nos circunda está lleno de voces que nos reclaman y tantas veces nos aturden. Es importante saber escoger entre las voces, una. Aquella que tenga el sello de la verdad, que está impregnada de vida; una voz limpia y sin manipular. Creemos en la fuerza de la palabra; pero de la palabra que se convierte en luz, en viento fresco de vida renovada, en mensaje de salvación perenne para el hombre de hoy. Una voz sigue llamándonos hoy. Es la del Buen Pastor que viene a redimirnos y liberarnos de todos los mercenarios que quieren embaucarnos con su charlatanería. Es la voz de Jesús «el Mesías, León para vencer, que se hizo Cordero para sufrir» (Victorino de Pettau). La voz de Jesús es limpia, generosa, gratificante como nacida de un amor libre y gratuito al hombre, a cada hombre con su nombre y apellido. Nos rescata del anonimato y de la servidumbre. Es una palabra para la libertad y el gozo, para la esperanza y la paz.
Esta voz choca frontalmente contra todas las voces vacías, interesadas y ambiciosas; nacidas del orgullo o del egoísmo, que conducen a la lucha y al desamor. La voz que no nace del amor y conduce al amor es una palabra corrompida y corruptora. A todos se dirige la voz del Buen Pastor, a todos invita a entrar en el banquete de la fraternidad donde el amor de Dios se da en alimento, como maná sabroso, para que el hombre no muera en la travesía de este desierto. El ha machacado su Carne y ha estrujado su Sangre para preparar el gran festín, preludio del banquete de la eternidad. El se ha hecho medicina de las heridas de nuestro espíritu; comida y bebida para nuestra extenuación, por eso puede decir: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10, 27-28).
Conocer la voz de Jesús el Mesías es descubrir el hontanar inextinguible de la vida, capaz de convertir en vergel el desierto estéril. Es una voz inconfundible para todos los que tienen el corazón abierto a la verdad, a la vida, a la libertad y a la paz. La voz que trae consigo estos bienes es una voz que debe ser escuchada. “Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis el corazón” (Sal 94), afirma el salmista. Ser conocido por Cristo es tener la experiencia del amor de Dios que edifica y afirma el ser del hombre porque es un amor gratuito y fiel, no coaccionado por ningún torpe interés. Ser conocido por Jesucristo es vivir la experiencia de la misericordia reconfortante de Dios. Esta misericordia hace del hombre un ser nuevo, una nueva criatura donde todo el mal queda purificado para que brille la gracia y la bondad del mismo Dios. Ser conocido por Jesucristo es gozar de la familiaridad con el Dios vivo, vivir de su amistad recreadora. Es el don supremo, sentirse amigo de Dios por la generosa liberalidad del mismo Dios. Esta amistad divina nos hace hermanos y amigos de todos los hombres, lleva a amar a todos los hombres con el mismo amor gratuito y liberal de Dios: “¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras…”. La voz inconfundible del Buen Pastor vuelve a crear el mundo y al hombre purificado de las trampas del mal y abierto a una esperanza de gracia y salvación, camino inequívoco hacia el banquete de la vida eterna.