En la Real Parroquia de Santiago y San Juan Bautista de Madrid hay un buen número de imágenes de la Virgen María, signo de que su devoción venía de antiguo, como antigua es esta iglesia. Si no cuento mal, hay catorce, entre las que destaca una simpática Inmaculada de tamaño mediano y, por ejemplo, otra de Nuestra Señora de la Fuencisla, honrada todos los años por sus devotos segovianos.
Pero la que me ha llamado muchas veces la atención es una estatua de la Virgen María, sedente, de tamaño también mediano y agradablemente bella. No entiendo de arte para emitir un juicio de valor sobre todas y cada una, pero en ésta la belleza —aparte de los graciosos rasgos de la Virgen y el Niño, sentado a su vez sobre las rodillas de su Madre— está en la advocación, según la idea que quiso recoger y representar el artista.
señora de la vida
Sabido es que son incontables las advocaciones y títulos de Santa María Madre de Dios y no hay pueblo que no se precie de tener “su” Virgen, dándose a veces la paradoja de que no sea raro toparse con gentes de escasa fe y menos prácticas religiosas, pero que no les quiten su Virgen, que no se la toque y que no se metan con ella.
No sé si hay otras imágenes de la Virgen de la Vida por otros lugares. No importa, porque lo que interesa aquí es este hermosísimo título: Señora de la Vida. Hay títulos marianos para todos los gustos y devociones —Virgen del Carmen, Virgen de la Paloma, Virgen del Rocío, Virgen de Lourdes, Virgen del Pino, Virgen de la Vega… y así una lista interminable—, pero Virgen de la Vida apenas se ha oído y se oye.
¿Y qué tiene de particular esta advocación? Desde que el llamado Siglo de las Luces —que esa es otra, porque no sé si se debería llamar así a una época que sustituye la luz de la fe por la Diosa Razón, enfrentándose con San Pablo, quien ya mucho antes descalificó a quienes habían hecho en la antigüedad la misma sustitución sin reconocer en la creación la huella luminosa del Creador (ver Rm 1,18-32)—, decía, pues, que desde el Iluminismo y la nefasta proclama nietzscheriana de “Dios ha muerto”, poco a poco se ha ido instalando por todas partes el relativismo sin límites, el hedonismo sin fronteras, el materialismo puro y desnudo, la cultura de la muerte. Borrado el horizonte de la transcendencia, solo queda el encontronazo sin sentido con la muerte: aquí abocan todos los caminos, apetencias y aspiraciones de una humanidad sin Dios.
María es Madre de la Vida
Los creyentes en Cristo sabemos —y San Pablo junto con los Doce se partieron el espinazo por inculcárnoslo— que esto no es verdad, que esa es la gran mentira que el Demonio ha querido inocular desde el principio en todas las mentes, que Jesucristo ha vencido a Satanás, al pecado y a su salario, la muerte. La resurrección de Jesús nos ha devuelto al paraíso perdido por Adán y Eva: Él es el Autor de la Vida, “el Jefe que lleva a la Vida” (Hch 3,15). Jesucristo se había autodefinido como la Vida —“Yo soy la Vida”(Jn 14,5)—, justamente para que los que estábamos muertos por el pecado, “tuviéramos vida y vida en abundancia” (Jn 10,10).
He aquí, pues, que su Madre se convierte, por derecho propio y por naturaleza de las cosas, en Nuestra Señora de la Vida, la Madre de la Vida que es Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, el Verbo Eterno encarnado en su seno, de donde nació temporalmente ese Autor de la Vida: “bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1,42).
Bellísima esta advocación, representada en esta sencilla y a la vez preciosa imagen. Y más resalta ello en este época, en que esa cultura de la muerte campa a su aire con su vil guadaña, coetánea de la humanidad desde la noche de los tiempos, y se ceba especialmente con los inocentes, cortando el hijo de la vida a los que han sido concebidos para la eternidad, condenándolos a una muerte prematura e injusta y, con frecuencia, cruel y carnicera (aborto); ensañándose también con los mayores o inútiles que ya no son rentables en la sociedad (eutanasia): a unos no los dejan nacer matando la vida en el seno materno destinado por el Creador a ser cuna de la vida, y a otros se les ajusticia; a todos en virtud del legalísimo artículo 33.
La Virgen de la Vida tiene mucho que hacer en esta cultura de la muerte. Es posible que algún día los devotos de esta cultura busquen un icono o “virgen de la muerte” que ampare esas prácticas de la nueva religión sin Dios; pero por muchos estandartes que enarbolen, jamás podrán superar el poderío sereno y soberano de esta Señora de la Vida. En la Pascua se canta que “Muerte y Vida se han enfrentado en un prodigioso duelo” y sabemos que la “victoria es de nuestro Dios y del Cordero” (Ap 7,10).