“La vida llama a la vida”
La familia Olías- Soler vive en Paracuellos de Jarama (Madrid) desde hace dos años y medio, confidencialmente me dicen que, en su casa, hay siempre mucho “jaleo”. Nada extraño si tenemos en cuenta que Ángel y Mari Carmen tienen trece hijos, de los cuales nueve viven ahora con ellos, pues los otros cuatro ya están casados.
Con cuatro nietos y “en camino el quinto”, esta familia es particularmente acogedora, al final, tras la foto en el jardín, nos sentamos a degustar unas lonchas de jamón y queso mientras unos tímidos rayos de sol nos tocan la cara; cosa extraña, en pleno invierno.
Los Olías Soler son nueve varones y cuatro hembras, a saber: Juan (el mayor: 29 años), Ignacio, Francisco y María (mellizos), Javier, Miguel Ángel, Esteban, Carmen, Emmanuel, Luis, Yael, Raquel y Andrés (el pequeño, 9 años). “Trece hijos en el transcurso de dieciocho años”, comenta Mari Carmen, quien señala que para ella, sus hijos son “una auténtica bendición de Dios”.
¿Cuál es vuestra historia? ¿Cómo os ha enganchado el Señor para su viña?
Mari Carmen: Yo provengo de una familia cristiana, mis padres tenían una inquietud enorme por hallar respuestas al por qué de su existencia… mi padre José María se tomaba la vida muy en peso, era un inconformista, siempre quiso que su vida se correspondiera con su fe. Fue cursillista (de los Cursillos de cristiandad) y ahí conoció a Kiko Argüello, el iniciador del Camino Neocatecumenal, que por aquel entonces, también era cursillista… un día llamó por teléfono a Kiko para que dirigiera una utrella (convivencia de grupo) y sus padres le comentaron que ya no vivía allí, que estaba en una chabola en Palomeras.
Mi padre fue a buscarle, y Kiko le dijo: “Mira, Jose Mari, nadie da lo que no tiene, yo he venido aquí a buscar a Cristo, y de aquí no me voy”. Mi padre quedó tan impactado que dejó Cursillos, y participó de toda esa experiencia nueva … Yo, desde los seis años, acompañaba a mis padres a la Palabra y a la Eucaristía en las barracas, entonces no tenía capacidad de análisis, y contemplaba esa experiencia religiosa como hacen los niños, acogiéndola en el corazón. Cuando crecí, vi la acción del Espíritu Santo entre los pobres.
Ángel: A mí, mis padres me transmitieron la fe en un contexto católico de misa los domingos, bendición de la mesa, colegio religioso hasta que entré en la Universidad … pero la fe de mis padres llegó un momento en que se me había quedado pequeña… eran los últimos años de la época de Franco, había mucha agitación social y política, y creo que, existencialmente, algo cambió dentro de mí. No me convencía esa forma de ver la Iglesia que me habían inculcado mis padres, los curas… así que en esa crisis de valores, existencial, me alejé de la Iglesia, aunque permanecía en búsqueda constante a través de la cultura, de los estudios, de la política…tenía una inquietud de solidaridad social muy grande… así estuve hasta que, aparentemente por casualidad (pienso que las casualidades no existen, sino que todo forma parte de la historia de salvación de Dios para cada uno) un amigo me invitó a acompañarle a unas catequesis. Fui a regañadientes (tenía 19 años), y aquello cambió radicalmente mi vida.
Escuché una serie de cosas que jamás había oído antes; se me presentó una imagen de lo que era la Iglesia que yo desconocía…pensé: o lo que me han transmitido hasta ahora tiene poco que ver con la Iglesia de Cristo…o esto es otra cosa distinta… no sé si son herejes, cismáticos… pero esto me convence y lo anterior no. Entonces no se llamaba ni siquiera Camino Neocatecumenal; corría el año 1976, por entonces era Papa, Pablo VI.
Después conocí a Mari Carmen, nos hicimos novios, y me empapé muchísimo de lo que fueron los comienzos del Camino, porque su familia tenía mucha relación con KiKo Argüello.
Supongo que os preguntarán muchas veces, por qué tenéis trece hijos.
Ángel: Sí. Hubo un momento determinante en nuestra vida matrimonial que nos hizo reflexionar profundamente sobre el hecho de estar abiertos a la vida. Y fue que nuestro tercer hijo murió al nacer. Nació, vivió tres minutos, y se murió… aquello fue como una sacudida, te quedas sorprendido… llegamos a la conclusión de que el Señor era el dueño de la vida y de la muerte, de que nosotros no teníamos ningún poder para dar la vida ni para conservársela a nadie… En ese sentido, muchísimo antes de que en el Camino se empezase a hablar de esta concepción de estar abiertos a la vida (no como un moralismo ni como una ley, sino como una disposición de estar abiertos a la voluntad de Dios, en definitiva, también en muchos otros ámbitos), ya nosotros habíamos asumido esa verdad. Esta experiencia nos llevó a estar dispuestos a salir de misión, poco tiempo después, adonde Dios quisiera.
Mari Carmen: Cuando murió este hijo me di cuenta, parecerá una perogrullada, que nacemos para morir, que la muerte forma parte de la vida, y que yo no la controlo. Recuerdo que cuando llegué del hospital, miraba a mis dos hijos mayores y pensaba: “Entonces, habéis nacido para morir”, fui consciente de algo que racionalmente es tan evidente… nacer para morir. Fui consciente de que si no teníamos una respuesta ante la muerte, todo era absurdo: era un absurdo casarse, era un absurdo tener hijos… entonces me di cuenta de que mis hijos nacían para la vida eterna.
Y tuve una experiencia personal muy fuerte con Cristo resucitado, en mi fuero interno él me decía, “tú no entiendes nada, pero entenderás”… tuve la certeza de que mi hijo había sido llamado para la Trascendencia. Yo a mis hijos les procuraré comida, vestido, estudios, todo el amor del que sea capaz… pero han nacido por una razón fundamental, porque existe la vida eterna.
Cuando alguno tiene una crisis de fe (quizás parezca fundamentalista lo que voy a decir, pero quiero que lo comprendan), les digo: “Prefiero verte muerto que perdido…Tú has nacido porque eres hijo de Dios, y has nacido para la Vida junto a Él, no malgastes este legado precioso que tienes”.
Mari Carmen va desgranando una a una, las maravillas que el Señor ha hecho con ellos:
“¿Qué podemos decir nosotros de nuestro Padre Dios?” – comenta M. Carmen, en un susurro: “Pues que ha sido bueno, buenísimo… nos lo ha dado todo, por ejemplo, esta casa. Nosotros hemos estado viviendo quince personas en un piso en Tres Cantos (un barrio de Madrid) hasta hace algo más de dos años, nos organizábamos en literas de tres… pero iban creciendo… hasta que el Señor permitió que nos concedieran la hipoteca de esta casa, algo insoñable para nosotros (tiene 400 m2 más el jardín). Pues mira, ahora nos podemos reunir toda la familia, somos veintitantos a comer todos los domingos…
También podría decirte que efectivamente el sufrimiento existe, que tenemos que aceptar ser criaturas, y que es maravilloso vivir sabiendo que tienes un Padre que te cuida. Mis nietos, por ejemplo, no se plantean el interrogante: ¿mamaré mañana? No, ellos duermen plácidamente en la confianza que tienen en sus padres… esto mismo es lo que yo he conocido a través de Jesucristo, el profundo amor que nuestro Padre nos tiene a cada uno de nosotros.
Y para redondear la reflexión, Mari Carmen desvela lo más íntimo de sí misma: Las dos cosas que siempre he querido conquistar en mi vida, las he encontrado en Cristo Jesús: El ser querida y querer, y el ser libre… Es impresionante que ni el amor de los padres, ni el amor conyugal (aunque es reflejo del amor de Dios) son perfectos, ninguno te sacia completamente. Sólo Cristo me ha dado el amor y la libertad que yo buscaba. Verdaderamente está vivo y resucitado.
Después de la muerte de vuestro tercer hijo, vosotros decidisteis poneros al servicio de la Iglesia, para anunciar el evangelio allí donde se necesitara; estuvisteis como itinerantes en las diócesis de Murcia, Alicante y Albacete. Después en Costa Rica, y como familia en misión en Venezuela…
En la itinerancia estuvimos, desde el 1982 hasta el 1990, año en que regresamos a España. Pero, da igual donde se esté. Sabemos que, simplemente, por ser una familia grande, estamos abiertos a dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pida.
Hay una cosa muy curiosa, de la que me he dado cuenta, a posteriori, y es de que yo pensaba que para anunciar el evangelio (aparte de las obras; lo dice San Pablo: “la fe viene por la predicación”) había que escuchar y anunciar…toda la Escritura está jalonada por esta idea: “Escucha, Israel”… “anúnciaselo a los de corazón cansado”… “espabila el oído”… pero hay también una catequesis plástica, “viva”, (y no uso esta expresión como una metáfora) que tú puedes dar al mundo: la de los hijos.
Así, hubo un tiempo, cuando regresamos de una itinerancia, en que fueron cientos, y no exagero, las personas que –literalmente- llamaban a nuestra puerta; se nos acercaban en la guardería, en el colegio, nos buscaban para preguntarnos, para hablar con nosotros, y no te abordaban diciéndote: ¿vosotros creéis en Dios?, ¿por qué estáis en la Iglesia?, sino que la llave que abría la conversación era: “¿tenéis trece hijos? ¿cómo es esto? me gustaría conoceros”. Y a partir de ahí, venían a casa, charlábamos, tomábamos café…
Y nos veían en nuestra realidad, como somos, sin ese halo de santidad, que a veces creen que tenemos… es como aquella metáfora de los Padres de la Iglesia, sobre la luna: que da luz, pero no es una luz propia, sino reflejada… y si te acercas mucho, ves que la luna está formada por una materia gris, inerte, volcánica… vosotros sois la luz del mundo, dice Jesús, pero en otro momento dice de forma más solemne: “Yo soy la luz del mundo”. De alguna manera nosotros estamos reflejando pálidamente la luz que hemos recibido, que no es nuestra… unas veces reflejamos luz, otras veces la absorbemos como un agujero negro y lo único que la gente ve es oscuridad, cabreos…y esto me parece importante para no dar una imagen distorsionada de lo que es ser un cristiano.
Porque existe una idea muy moralista entre la gente que no va a la iglesia, de que para ser cristiano tienes que ser bueno, purísimo, sin ningún tipo de defecto, pecado… pues no es así, nos enfadamos, se nos escapa algún insulto, y a lo mejor, estás sin hablarle a tu mujer dos días… sin embargo, junto a esto, hay otra realidad, y es que nosotros estamos recibiendo todos los días, y somos conscientes de ello, una cantidad enorme de bendiciones del Señor. Y esto, también se trasluce, de alguna manera. Esta ambivalencia, que no somos santos de altar ni bichos raros, puede llamar a la fe a aquellos que no la tienen.
Mari Carmen: En nuestra casa hemos aprendido a pedir perdón y a perdonar, todos los días. Y no cabe duda de que estos hijos son una bendición, lo digo absolutamente convencida, porque se cumple el salmo: “los hijos son como flechas en manos de un guerrero, cuando llame el enemigo a tu puerta, no temerás”… y para mí, mis hijos han sido los hilos que me han sujetado a la cruz, y gracias a eso, yo he experimentado que la cruz es gloriosa.
¿Y vosotros qué decís? ¿Cuál es vuestra experiencia de hijos, entre vosotros mismos, y con vuestros compañeros de clase, amigos…?
Juan (el mayor): En mi caso personal, no lo pasé bien… los críos en cuanto ven algo distinto lo machacan, tanto si eres pelirrojo, como gordito, o tienes doce hermanos… esto me hizo sufrir bastante, porque veía que éramos muchos hermanos, que rezábamos laudes los domingos, que íbamos a la eucaristía los sábados por la noche … años después usé mi libertad como quise y tuve momentos de mayor sufrimiento… en esta familia he experimentado el perdón, la convivencia…nosotros somos una piña, estamos bastante unidos, a pesar de todos los jaleos que hay, a veces, entre nosotros…yo, ahora, tengo una meta clara, tengo una experiencia de la actuación del Señor en mi vida, en el sufrimiento, y por supuesto, estoy orgullosísimo de mi familia, y le doy gracias a Dios por donde he nacido y por todo lo que el Señor me ha dado.
Ángel: Yo quisiera apostillar algo –que les he oído decir a ellos en casa-: Indudablemente, nuestra familia es distinta a muchas otras del colegio, por ejemplo, pero también es cierto que hay otros ambientes con los que ellos se identifican y se encuentran cómodos. Así, cuando van a casa de sus primos (nuestra macrofamilia está formada por sesenta y tantos primos), o a casa de cualquier familia con hijos de nuestra comunidad, o de otras comunidades, ellos ven que comparten la misma forma de vida, los mismos problemas, situaciones semejantes…y esto les conforta. Quisiera añadir que allí donde estés, eres cristiano, y esto se lo estamos transmitiendo a nuestros hijos, y qué duda cabe de que se está gestando un pueblo –cristiano-, una nueva cultura… no es ya una familia rara que tiene hijos, sino que ya somos muchas.
Luis: Yo quiero decir que en el colegio siempre se han metido mucho conmigo, y tener tantos hermanos que me han venido a defender, ¡eso es lo que más mola de todo! (risas)
M.Carmen: Detrás de lo que está diciendo hay una historia muy dura de acoso escolar. Gracias a Dios, Luis ya ha dejado atrás todas las secuelas que tuvo, que fueron graves, y ahora este hijo nuestro tiene una sensibilidad enorme con todo el que sufre… el Señor, de cualquier mal, saca el bien.
Carmen: Yo soy la octava de la familia, y soy muy orgullosa, perdonar me cuesta, pero muchísimo más me cuesta pedir perdón; y con mis hermanos muchas veces me he tenido que humillar e irles a pedir perdón… y ahí yo veo mi salvación, porque descansas…
¿Saben vuestros compañeros de clase que sois cristianos?
Carmen: Sí, en mi colegio todos lo saben. Tengo una amiga que tiene una relación con sus padres muy mala, y el año pasado yo le ofrecí lo mejor que tengo, haber conocido a Dios, y así se lo dije… yo no puedo hablar con sus padres, pero sí puedo ayudarla a ella, la invité a hacer las catequesis y ahora está en una comunidad.
Me da la impresión de que no se tienen más hijos porque estamos acogotados por el miedo, no nos fiamos de Dios… tenemos miedo al futuro, a no poder darles una educación…
Mari Carmen: No cabe duda de que la paternidad y la maternidad son la mejor escuela de amor y generosidad. Cuantos más hijos tienes, más estás saliendo de ti mismo. En esto no hay medallas, no hay mérito, es pura gratuidad de Dios, pero sí que es verdad que te tienes que poner en sus manos, y cuando te pones a tiro, cuando le dices, “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”, el Señor te coge la palabra ¡y haces su voluntad!, efectivamente (risas).
Podemos decirte que ha habido docenas de matrimonios que se han animado a tener un hijo más, mirándose en nuestra familia; han visto que los hijos no son una “maldición”, que se puede, que Dios está detrás, que no te mueres…y ésta ha sido la alegría de su vida. La vida llama a la vida, esto es así.
Ángel: Yo no soy natalista, la Iglesia Católica no es natalista en el sentido moralista, de decir: hay que tener muchos hijos. No. Hay que tener los hijos que Dios te dé, si Dios te da uno, pues uno ¡esa es la voluntad de Dios! Y si te da 13, pues trece.
Juan: Yo quiero contar una anécdota: Al salir de una eucaristía, íbamos en el coche diez hijos, más los padres (no cabíamos…), y en un semáforo, el del coche de al lado, empezó a contarnos con el dedo, y a decirle a su acompañante, haciendo gestos con las manos: ¡diez!, y yo, sin arredrarme, empecé a contarles a ellos, también con los dedos, y dije, gesticulando, enseñándoles dos dedos, y mirando a mis hermanos: ¡dos! ¡Los raros son ellos! ¿Por qué vamos a serlo nosotros?
2 comentarios
Llevo 11 años de camino, tengo 5 hijos y no saben cuanto me conforta este testimonio y saber que no solo a nosotros nos pasa. Que dios es el que lleva todo y que bueno para adelante siempre confiando.
que fuerza dan las familias numerosas!!!!yo tuve cuatro hijos tres en el cielo y una con nosotros en la tierra, tiene once años de casada y nos han dado siete nietos, que mas puedo pedir al señor!!!!soy elena la esposa de luciano sandoval llevamos 38 años de camino aún no hemos terminado…..somos la primera comunidad de argentina la paz