Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. (Juan 15, 9-11)
Hoy también nos toca comentar esta buena noticia y es buena donde las haya, permaneced en mi amor, dice el Señor, este mandato como todas las Palabras que salen de la boca de Dios tienen la singularidad de ser creadoras, porque con el mandato de permaneced el Señor nos da no solo el don de permanecer sino también la capacidad de amar.
De esto trata el título de la Palabra de hoy “La vid y los sarmientos”: no se entienden las uvas que son los frutos de la vid fuera de la vid. No se entiende el perdón ni el amor a los enemigos si el Señor no nos da este don, no podemos hacer las obras que hacen presente el Reino de los Cielos, tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, si en esta generación el Espíritu Santo no nos asiste, no se entiende que podamos amar a los hermanos, a los amigos, a los compañeros y menos a los enemigos, si el Señor no nos regala este mandamiento y con este mandato el don de poder amar a los hombres y mujeres de esta generación tal y como son.
Para cumplir el mandamiento principal de: “amaos unos a otros como yo os he amado” solo hay que permitir a Dios Padre que ejerza su poder y pueda crear en nosotros este deseo de cumplir el mandamiento principal y así poder permanecer en su amor para que nuestra alegría llegue a su plenitud. “Dios que te creó sin ti no lo salvará sin ti” (San Agustín).