«La Verdad os hará libres», dijo San Pablo. Esa es una VERDAD por encima de «mi verdad», de «tu verdad», de la «verdad de tal o cual celebrado maestro». Esa Verdad es la coincidente con la realidad que a todos nos envuelve.. Las «verdades a la medida de cada uno» serán aceptables en tanto que resulten certero reflejo o directa expresión de la única verdad que nos ayuda a ser de más en más libres…
Por mucho que pretendas saber según tu propia iniciativa, siempre será una ínfima parte de lo que la Realidad Total, es decir, la Verdad Absoluta. Aun así, son muchos los que le buscan la razón a tantas cosas de las que nada saben obviando que tal razón debe responder a las exigencias de la Realidad
Le buscas razón a todo ello. Obviamente, la tal razón debe responder a las exigencias de la Realidad y, cuando sientes hambre de libertad, lo más absurdo que puedes hacer es intentar escapar de la Realidad o, lo que resultaría aun más inconveniente, intentar fijar a la Realidad tus propias normas.
Pierdes el tiempo cuando, en emulación de algún «pensador» de moda, te refugias en la estéril suposición de que es tu pensamiento el padre de la realidad: a la par que ridículamente pretencioso, serás uno más de cuantos han caído en la pelea por defender lo que llaman «determinantes conclusiones de su cerebro».
La suma de mil veces una millonésima no es más que una milésima parte de la Unidad, la hipotética suma de las coincidencias en el pensamiento de los hombres, tampoco es criterio de Verdad, que, por demás, es anterior y en nada dependiente de la perspectiva de todos los habitantes del Planeta Tierra, mínima porción de Universo.
El espíritu gregario, que tantos y tantos de nuestros compatriotas han heredado y sufren como secuela de la llamada «pasada por la izquierda», está en las antípodas del hombre que se siente HOMBRE porque reflexiona en libertad. Pero este hombre, que reflexiona en libertad, es un necio si, por su exclusivo capricho, se erige en árbitro de la verdad y de la mentira, del bien y del mal, de lo que es y de lo que no es… y, normalmente, termina combatiendo sus angustias desde la coartada y refugio que le proporciona el espíritu gregario del que pretende huir.
Si no lo fue siempre, es ya estéril y vieja la corriente «racionalista», que convertida en subjetivismo idealista o idealismo dogmático, fue y sigue siendo inspiración substancial de la Doctrina Marxista, la única que, actualmente, mantiene algo parecido a la «coherencia ideológica»!.
Recordemos cómo aquello de la «duda metódica» y la perogrullesca y clásica reflexión sobre el «cogito» al calor de la estufa en la pausa de una campaña guerrera, significó la ridícula pretensión de situarse por encima de la Realidad con el único y etéreo bagaje del «yo que piensa». Por la única virtud de tan precaria ayuda, ya era posible volar sin freno por los espacios de lo indemostrable y establecer categóricas conclusiones sin haber rozado siquiera a la Realidad.
Mil y una utopías han sido la razón de ser de tantos y tantos autoproclamados maestros. Algunas de tales utopías cobraron carácter político. Obvio es recordar el resultado: ya sin reparos, podemos reconocer que «la utopía engendra la tiranía y el terror» (Marrou)
En los precedentes capítulos hemos intentado descubrir más seguro camino hacia la ansiada Libertad y, consecuentemente, hacia una mayor Justicia Social. Lo hemos hecho desde las íntimas inquietudes y a través de los dictados de la Fe, de la Historia y de las más recientes y concluyentes aportaciones científicas. Permítasenos un breve y último repaso:
El reencuentro con la Verdad es una natural aspiración del homínido capaz de reflexionar sobre la propia reflexión». El pensamiento o facultad de pensar es un natural resultado de ese fantástico proceso de Creación Evolución que, desde el principio de los tiempos, ha cubierto sucesivas etapas que, cada día con más claridad, la Ciencia muestra magistralmente interrelacionadas y según una complejidad y complementariedad que desecha toda fortuita intervención del Azar.
Con todo el Tiempo por delante y con escrupuloso ajuste a las leyes que rigen la permanencia y perfeccionamiento de lo Grande y de lo Pequeño, toda la Obra del Universo parece responder a una muestra de Amor.
Principal objeto de ese Amor es el ser físico que, además de reunir en sí mismo todas las perfecciones de los otros seres anteriores y coetáneos, goza de una exclusiva facultad en el ámbito de lo natural: puede colaborar reflexivamente en la Obra de la Creación Evolución. Puede y lo hará si quiere. Pero habrá de ser en realista uso de su libertad, lo que es tanto como en directa correspondencia al Amor con que es distinguido y que habrá de expresar en el trabajo diario por el bien de sus semejantes.
El para qué vive y piensa la Persona viene avalado por los dictados de la Fe, de la Historia y de las más recientes y concluyentes aportaciones de la Ciencia. Según esos avales, podemos muy bien apuntar que la Persona vive y piensa para hacer el más positivo uso social de su Libertad. .
Trabajar y Compartir son las más fecundas consecuencias de la Libertad, sin la cual carece de sentido ese especial Amor con que el Creador ha distinguido a un ser inteligente y con capacidad para trazar su propio destino. Por la Libertad, la Persona trabaja y comparte, es decir, ama y, en definitiva, se hace a sí mismo. En el camino, ha contribuido a la «amorización de la Tierra» (y ¿porqué no del Universo?), tarea gratificante aunque de resultados desiguales, de pausada gestación y de difícil apreciación.
El perfeccionamiento de la vida social en la Tierra (eso que, con el maestro Teilhard, podemos llamar «amorización») ha sido, es y será obra de muchas generaciones. ¿Por qué? Porque hubo un tiempo en que ni siquiera se contaba con un claro patrón de conducta y mucho menos con la efectiva energía que en la Historia representa la Realidad de la Redención y subsiguiente Presencia Viva de Jesucristo en la Historia. Porque, incluso los Héroes de la Acción pueden fallar y, de hecho, fallan «siete veces siete».
A nivel personal, cada uno de nosotros se acerca a la Trascendente Plenitud (amplía las dimensiones de su propio Ser) en la medida que hace una mayor proyección social de su libertad, es decir, en la medida que más intensa e incondicionalmente practica el Trabajo Solidario.
Ello nos lleva a tomar como engaño rastrero toda solución fácil que margina al propio esfuerzo y lo fía todo a una pretendida «bondad general», a los providenciales efectos de las «leyes económicas» o al mañana de una drástica revolución materialista, como la que, queramos reconocerlo o no propician fuerzas de diverso color político. Para aproximarme a lo que puedo ser y colaborar en lo que se llama un «mejor orden social» claro está que no hay otro camino que el trabajo diario en generosa sintonía con los dictados de la Realidad.
Desde el respeto a la Verdad se hace preciso asumir una específica, personal e ineludible Responsabilidad. Asumir esa Responsabilidad es tanto como desechar el materialismo y el opio de la conciencia colectiva, como vivir en Libertad proyectando las energías personales y administrando disponibilidades ocasionales en la única dirección que, para la vida de un hombre, tiene sentido: el Bien de todos los compañeros de viaje en la Aventura de la Vida.
Antonio Fdez. Benayas