En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él:
– «Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.»
Le replicaron:
– «Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: «Seréis libres»?»
Jesús les contestó:
– «Os aseguro que quien comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque no dais cabida a mis palabras. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre.»
Ellos replicaron:
– «Nuestro padre es Abrahán.»
Jesús les dijo:
– «Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mi, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios, y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre.»
Le replicaron:
– «Nosotros no somos hijos de prostitutas; tenemos un solo padre: Dios.»
Jesús les contestó:
-«Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y aquí estoy. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió.»
Todo hombre busca y desea ser feliz. Y a lo largo de toda la historia de la humanidad ha buscado esa felicidad en la libertad. Tanto a nivel individual como colectivo miles y miles de personas han dado su vida por la libertad, han preferido morir libres a vivir esclavos. Es cierto que siempre ha habido distintos conceptos de libertad y, desde luego, distintos usos de esa libertad recuperada, si es que había sido perdida o incautada previamente, pues el hombre ha sido creado por Dios libre desde el principio.
Pero en este pasaje del evangelio de S. Juan, Jesús nos presenta el tipo de libertad del que Él habla y el camino para recuperarla de nuevo. Recuperarla ya que el hombre, por el Pecado, la había perdido. Jesús habla de la libertad que nos da el ser hijos de Dios. La llama «la verdadera libertad» (seréis realmente libres, verdaderamente libres). Y el medio para llegar a ella es la Verdad (la Verdad os hará libres).
S. Pablo, en su primera epístola a Timoteo hace una afirmación rotunda: la voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. (1 Tim 2, 4). Esa verdad es la Palabra de Jesús y mantenerse el ella.
El mismo S. Juan, al comienzo de su evangelio define la Palabra como la Luz que ilumina a todo hombre. «Vino a ellos la Palabra, a los suyos, y ellos, los suyos, no la recibieron. Pero a los que la recibieron les dio el poder de ser hijos de Dios» (Jn 1, 9-12).
Es interesante fijarse en el comienzo del pasaje de hoy: «En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres»». No se dirige a otros, sino a los que habían creído en Él, a los suyos. Esta Palabra viene hoy a nosotros, a los que hemos creído en Él. Nos hace una seria invitación a convertirnos a su palabra, a mantenernos en ella, a aceptar a Dios como Padre y a renunciar a cualquier otro tipo de filiación. Aunque en estos versículos de hoy Jesús lo apunta veladamente, un poco más adelante lo afirma claramente: » vuestro padre es el diablo y queréis cumplir sus deseos. Y él no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él» (Jn 8, 44).
Convertirnos a su palabra es convertirnos a la Verdad, convertirnos a ser hijos de Dios, a renunciar a todo temor, a no tener miedo, a renunciar a Satanás.
Recuerdo las palabras de la homilía del Santo Padre Francisco en la primerísima homilía de la misa que presidió a los cardenales del cónclave en la Capilla Sixtina el día siguiente a su elección: «Cuando no se confiesa a Jesucristo, me viene la frase de León Bloy “Quien no reza al Señor, reza al diablo”. Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio».
Porque «no hemos recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos, que nos hace clamar: Abbá, Padre». (Rm 8, 15-17).
Aceptemos por tanto la Palabra de Jesús, mantengámonos en ella, creamos en ella y así conoceremos la Verdad, y la verdad nos hará libres, nos hará hijos de Dios y nos permitirá tratar a Dios como un verdadero Padre y disfrutar de la herencia que tiene preparada para nosotros desde antes de la Creación del mundo: la gloria de ser hijos suyos y participar de su propia naturaleza. Y sobre todo, manifestemos al mundo está alegría de ser hijos de Dios. El mundo, sumido en sus miserias, miedos y angustias, está esperando una palabra de ánimo, una palabra de salvación y de esperanza, una palabra de verdad y de vida que les libere de tantas opresiones, engaños y mentiras. ¡Tantos millones de hombres y mujeres esperando, en las sombras y tinieblas, una Luz potente que ilumine sus vidas…! Tenemos una misión impresionante, trascendental e ineludible. Tenemos encomendada una tarea insuperable, la más importante misión a la que un hombre puede ser llamado a cumplir: el anuncio del Evangelio a todas las gentes. ¡Jesucristo ha muerto y ha resucitado para la salvación de todo hombre!
No podemos callarnos ni esconder este tesoro maravilloso, porque la creación entera está esperando con dolores como de parto a la manifestación gloriosa de los hijos de Dios.
Ángel Olías