Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir». El les respondió: «¿Qué quieren que haga por ustedes?». Ellos le dijeron: «Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria». Jesús les dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?». «Podemos», le respondieron. Entonces Jesús agregó: «Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados». Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud».
Los dos hermanos Zebedeos hacen una insólita petición a Jesús, nada menos que estar uno a su derecha y otro a su izquierda, cuando esté en su gloria. Ciertamente que ellos pensaban en un triunfo y una gloria terrena de Jesús, por eso éste les replicará: “No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo voy a ser bautizado? En efecto, en el momento de la petición de los dos hermanos, Jesús se dirige a Jerusalén en donde va a ser entregado en manos de los judíos, va a ser muerto y resucitar a los tres días, pero esto parecen ignorarlo ellos o prefieren no pensar en ello. Por eso se atreven a contestar: “Lo somos”. Es decir, estamos dispuestos a beber el cáliz que tú has de beber, por lo que Jesús precisará: “Mi cáliz lo beberéis, pero lo de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado”.
Muy atrevida la petición que llena de indignación a los otros diez porque también ellos albergaban la misma secreta ambición, por lo que Jesús deberá corregir esta desmedida pretensión llamándoles al servicio de unos para con los otros, poniéndose él mismo como modelo ya que: “el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”.
Pero quedémonos con la petición primera. ¿Se trata realmente de algo desproporcionado lo que desean alcanzar los Zebedeos? Jesús les hará ver que el puesto al que aspiran ya está reservado, pero ¿para quién es? Si visitamos algún día la basílica de Santa María la Mayor en Roma podremos observar en el mosaico que preside el frontispicio de la iglesia a Cristo sentado en todo su poder y a su derecha contemplaremos a aquella a la que está reservado el lugar, se trata de María, pero María es la Iglesia, la esposa de Cristo, y ciertamente que el lugar a la derecha del esposo corresponde a la Esposa, es decir a María, a la Iglesia. Pero la Iglesia no existe en abstracto sino que está formada por los hijos de la Iglesia, esposas de Cristo. El lugar reservado es, en definitiva, para nosotros, el lugar que nos corresponde cuando el Señor, venga, tal como ha prometido, una vez preparado el lugar, a llamar a la esposa para que esté donde está Él.
No se extralimitaron Santiago y Juan, es justamente lo que debían pedir; es lo que nosotros debemos reclamar, pues es el lugar que desde toda la eternidad nos tiene preparado el Señor. Pero no olvidemos: para poder acceder a él es preciso beber el cáliz del señor y ser bautizados con el mismo bautismo que Él recibió, pues la esposa comparte en todo la suerte del esposo ya que los dos son una sola carne. De este modo la Iglesia, a lo largo de los siglos y, más ajustadamente hoy que se encuentra en el ojo del huracán, comparte y completa en su carne lo que le falta a la pasión de Cristo mientras es testimonio del amor ardiente de su maestro en el servicio a los hombres de esta generación. Un servicio que se da en la misericordia y en la verdad que libera, pues la verdad es Cristo y Cristo es Amor. Lo que lleva la impronta del amor es verdadero, lo que no es falsedad.
Ramón Domínguez