Dijo Jesús a sus discípulos:”…el que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él”. Le dijo Judas, no el Iscariote:”Señor, ¿qué ha sucedido para que se revele a nosotros y no al mundo?”. Respondió Jesús y le dijo:” el que me ama guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama, no guardará mis palabras. Y la Palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho” (San Juan 14, 21-26).
COMENTARIO
Dos preceptos nos dice el Señor: Aceptar su Palabra, y guardarla. No guardarla como una “norma de conducta”, sino guardarla como María guardaba “estas cosas en su corazón” (Lc 2,16-21), meditándolas, haciéndolas suyas. De modo que ya sabemos cómo se ama a Dios.
Y Judas, no el Iscariote, hace la pregunta que quizá hayamos hecho alguna vez: ¿qué ha sucedido para que se revele a nosotros y no al mundo?”.
Es decir: ¿qué he hecho yo de bueno para que Jesús me ame tanto? Y es esta una pregunta que quizá no convenga incluso hacerse. Cuando uno se mira hacia adentro, y ve sus miserias, sus incongruencias, cuando ve: “…el quiero y no puedo…”, cuando se tambalea la fe, pensando que a causa de mis pecados no tengo salvación…se hace la pregunta: ¿por qué yo?
Quizá la pregunta que me hago venga del Maligno, que me recuerda constantemente mis maldades y traiciones a Jesús.
San Pablo nos dice: “…pues bien se yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tango a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y si hago lo que no quiero,, no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí…” (Rom 7, 18-21)
Llama la atención la humildad de Jesús: “…el que me ama…” O dicho de otra forma:”…si alguno me ama…” ¡qué bien conoce Jesús al hombre; a pesar de del Amor de Dios-Jesús al ser humano, hasta dar la vida, amándole hasta el extremo (Jn 13,1), sabe que no todos los hombres le amarán igual; incluso si habrá quien le ame.
Y certifica Jesús que su Palabra no es suya sino del Padre que le ha enviado.
Y en el paroxismo de Amor al mundo, se va al Padre enviando su Espíritu. “…Os conviene que yo me vaya; si no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Consolador…. (Jn 16,7)
El mundo interpela al cristiano diciendo: La Escritura está inventada, no es posible que se recuerden episodios de la vida de Jesús máxime cuando entonces no se escribían loas cosas, y la transmisión de palabras fue de forma oral, no escribiéndose hasta cien años después, en los textos de Juan.
Nada mayor mentira. Jesús ya nos avisó: “…Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo…” (Jn 14, 26)
El Espíritu Santo ilumina e iluminó a la Iglesia como depositaria de la Verdad, de la verdad de Jesucristo, y “… las puertas y el poder del infierno (el Hades), no prevalecerán contra ella…” (Mt 16,18)