Estrenado en la primera semana de junio, este documental ya ha sido visto por más de 26.000 personas en toda España y ha entrado en la lista de las 15 películas más taquilleras de la cartelera. Increíble, ¿no? Sobre todo porque es una película que habla bien de los curas. Esta presentación cercana y afable de la figura del presbítero Pablo Domínguez Prieto, presentación tan atrayente, muestra un peculiar acercamiento a la triple tarea que desempeña todo ministro ordenado (triple “munus” o tarea: santificar, enseñar y gobernar). ¿En qué medida el compromiso personal de Pablo —con todo su ser— en su ministerio al servicio de la Iglesia es un alegato “contramoralista”? Este documental es un “guiño” sincero a la presentación del atractivo de la verdad como algo que actúa más a modo de propuesta que a modo de imposición. Esta propuesta no puede desembocar sino en el compromiso amoroso con Cristo y con la Iglesia. Es la película, también, un alegato al sentir y al vivir común y pleno de todos los bautizados como “pueblo sacerdotal”. Tras conocer a Pablo a través del documental, el bautizado ha de darse cuenta de que él es también sacerdote por el bautismo y no una pieza de simple engranaje en el conjunto de la Iglesia. Este es uno de los aciertos fundamentales de “La última cima”. Muchos de los espectadores habíamos conocido personalmente a Pablo, pero la película va más allá de su persona. Es un canto a la misericordia del Señor que llama a sus ministros para que sirvan a los hombres que tanto ama, y un canto a la esperanza cristiana y al gozo y la alegría de reconocerse amado.
Parece claro que la presentación de la vida de Pablo es, en “La última cima”, una oportunidad de oro para anunciar el misterio de Cristo a cualquiera que se acerque a verla ¿Es esto así? ¿Qué dificultades habéis encontrado para hacer un trabajo así, de corte tan kerigmático?
Si hablara de dificultades para hacer esta película, mentiría. La suerte de todo “contador de historias” consiste en dar con una historia que a uno mismo le emocione, le entusiasme, le divierta; y, en este caso, la personalidad y la vida de Pablo es tan atractiva que nos lo ha puesto muy fácil. Pablo es una persona enamorada, que transmite alegría. La película se limita a presentarlo a quien no haya tenido la oportunidad de conocerlo, ni de conocer y experimentar el amor de Dios, tan irresistible. Pablo es una persona que, siendo consciente del amor inmenso que todos recibimos de Dios, dedica su vida a corresponder a ese amor, en la medida de sus posibilidades, que siempre son desproporcionadas al amor que uno recibe de Dios. De ahí surge su alegría: de saberse amado y de ponerse al servicio de Dios por el camino que Cristo mismo ha indicado: el amor y servicio a los demás. Anunciar a Cristo no es presentar una formulación teórica inteligente, ni un sistema de pensamiento coherente. Es convertir al amor en la única regla de conducta que importa, en el único currículo que realmente importa. Y en el caso del amor a Dios, surge del descubrimiento de que Dios, pudiendo dominarnos, se pone a nuestro servicio, nos lava los pies, muere por cada uno de nosotros, nos perdona siempre y todo, ¿cómo no quererle?, ¿cómo no corresponder?
Tras ver la película, ¿en qué medida el espectador puede sentirse más cercano a la figura de los curas, no sólo de Pablo, sino de cualquier otro presbítero?
Nos quedaríamos a mitad de camino si, tras ver la película, concluyéramos que hay sacerdotes buenos, o que Pablo lo era. Nos quedaríamos a medias si al final aplaudimos, admiramos o respetamos a los sacerdotes. Pienso que la provocación interesante que “La última cima” despierta en el espectador es ésta: también yo podría ser santo, aunque no sea cura ni tenga las cualidades de Pablo. Porque exigir a los sacerdotes unas virtudes que uno mismo no se exige a sí mismo es, simplemente, hipócrita. Las virtudes que Pablo vivió son atractivas para cualquier persona. Y el mérito no es sólo suyo, sino de la acción de Dios en su vida. Todos podemos y debemos ser más alegres, más serviciales, más generosos, más humildes. Todos podemos acercarnos al corazón de Dios y compartir con los demás el amor que recibimos. Todos podemos ser como Pablo, siendo totalmente diferentes a él. Todos. Y la fuerza de “La última cima” está en que demuestra que esto es posible, que no es una quimera ni algo apto para seres extraordinarios, sino para personas normales y corrientes, como Pablo. La eficacia de la vida de Pablo hubiera sido nula sin Dios. Pablo, a solas con sus talentos, no hubiera pasado de ser un tipo estupendo, simpático y brillante, querido por muchos. Pablo, en manos de Dios, dejando que el Espíritu Santo actuara a través de él, es una revolución silenciosa de una eficacia enorme para sanar corazones, como estamos comprobando ahora, tras su muerte. Por eso, podemos concluir con esperanza que cualquiera de nosotros puede tener una vida fértil, si la ponemos en manos de Dios, que está empeñado en hacernos felices, si le dejamos.
¿Fue Pablo un cura cuya autoridad como ministro de la Iglesia se presenta más como una propuesta a seguir un camino que como una imposición obligada? En las entrevistas que recorren el documental, hechas a pie de calle, mucha gente manifiesta este “desagrado” acerca de la prepotencia de los curas, sin embargo, en “La última cima” vemos a un ministro de la Iglesia que propone la búsqueda de la verdad, no que la impone. Este es un punto clave del documental.
Una persona, hace unos días, me dio esta definición de Pablo: “Pablo es libertad.” Y si lo piensas, Dios es el primero que, pudiendo imponernos su autoridad, no lo hace. Dios nos ha hecho libres y jamás va a romper esa regla del juego. Dios nos invita a quererle, y se pone a nuestro servicio incluso cuando lo ignoramos o lo despreciamos. Porque quiere que seamos sus hijos, no sus esclavos. Es contradictorio que un cristiano imponga la fe a nadie. Como contradictorio es que un cristiano no comparta su amor a Dios con los demás. Porque es incoherente un amor a Dios que no pasa por el amor a los demás. El amor que Dios nos ha demostrado, a través de su Hijo, es un amor práctico, real, concreto, no una teoría preciosa del amor. A un cristiano no se le debería ir la fuerza por la boca… ni por las películas, libros, conferencias ni revistas que publica. El amor se demuestra en hechos concretos, concretísimos, medibles, constatables por un notario…, por las personas cercanas que tratamos. Un amor que es pura predicación es algo falso y hueco, que acaba siendo destructivo. La autoridad de Pablo está en sus obras, no en sus palabras ni escritos, a pesar de ser muchos y muy atractivos. Porque Pablo hablaba de lo que vivía. Y por eso su predicación tenía tanta fuerza: por la credibilidad de su vida.
Al salir de la sala de cine, queda en uno el deseo de no ser ya un mero espectador en la Iglesia. ¿Puede considerarse este como uno de los objetivos principales del documental?
El mundo no necesita espectadores, ni críticos de cine, ni “opinadores”, ni gente muy lista. Tampoco necesita escritores, directores de cine, ni profesores. Lo que el mundo necesita son personas enamoradas, sea cual sea su profesión. Personas que amen tanto, tanto… que no pongan condiciones al amor. Un amor condicionado a que el otro cumpla unos requisitos mínimos no es amor: es interés personal, es egoísmo. Y la Iglesia, exactamente igual. Si mañana sustituimos todas las homilías, todos los cuadros, todas las iglesias, y este mismo documental o cualquier otra película sobre santos, por personas de carne y hueso que aman a los demás como Dios nos ama, el mundo cambiaría a toda velocidad. El mundo necesita activistas del amor de Dios y del amor a los demás. Todo lo demás, son adornos hermosos que pueden servir para provocar el deseo de amar. Pero este examen es práctico, no teórico. ¿Amas? Apruebas. ¿No amas? Suspendes, aunque digas cosas muy bonitas.
¿Qué idea de la connaturalidad entre razón y fe puede extraerse de la vida de Pablo? Es decir, ¿por qué la propuesta de Pablo, citada muy al comienzo del documental, acerca de «la razonabilidad de la fe» (para creer hay que utilizar la cabeza) es tan atractiva y necesaria para el hombre de hoy, creyente o no? Es decir, no hacer las cosas “porque se nos han dicho” —la fe del carbonero—, sino porque se han experimentado.
Pablo buscaba la verdad, sin miedo. De ahí también surge su libertad. Si tienes miedo a descubrir la verdad, no eres libre. Tener miedo a la verdad es tener miedo a la existencia misma. Pablo no tenía miedo a usar la cabeza, una herramienta maravillosa que Dios ha puesto a nuestro alcance para avanzar en el conocimiento de la realidad. No somos seres inertes, condicionados. Somos libres, también para pensar. Por eso, libremente, podemos acertar y equivocarnos. No podemos tener miedo a la limitación de nuestra capacidad de conocer. Pablo hablaba en su última conferencia de que, gracias a la razón, descubrimos fácilmente que nuestra razón no marca el límite de la realidad. Es decir, que reconocer que hay realidades que escapan a nuestro total entendimiento ¡es racional! Si uno no es capaz de verse limitado, se autoproclama a sí mismo “Dios.” Pablo sintetizaba esa actitud, así: “Todo lo que yo no entienda, no existe.” Y eso es completamente irracional. También es racional, decía Pablo, la confianza en otras personas. Confiamos en los médicos, en los farmacéuticos, en los ingenieros, en los arquitectos… y esa confianza nos permite caminar con libertad. Vamos sin miedo por la vida, porque nos fiamos de personas que saben más que nosotros. Y con Dios podemos tener esa misma actitud de confianza: no te comprendo, porque sabes y eres más que yo; pero me fío de ti. Esa confianza es racional. Lo irracional es pretender saber tanto o más que Dios. Con la razón podemos conocer un poco sobre Dios; pero para amarle, el órgano no es el corazón, sólo se ama con el espíritu. Aún no ha nacido la persona que se enamore con la inteligencia, aunque la inteligencia te acerque al conocimiento del ser que merece ser amado. Si la relación con Dios es puramente intelectual, como mucho llegarás a creer en Dios; pero te perderás la experiencia insuperable de saberte amado por Él y de tratar de corresponder hasta donde uno puede, que es bien poca cosa en comparación.
Y, ya por último: tras ver este emotivo documental, ¿puede darse el “riesgo” de que la audiencia salga convencida de que todos los ministros de la Iglesia “tengan que ser” como Pablo? Digo esto en sentido positivo y al mismo tiempo observándolo desde el doble polo de ministros ordenados y fieles laicos. Es decir: Pablo es visto como ejemplo de cercanía según el modelo de Cristo, lo cual puede cubrir ese riesgo que supone que la audiencia salga del cine convencida de que todos los ministros hayan de tener esa manera de ser que es sólo personal de Pablo. Dicho de otro modo: desde el punto de vista de los ministros ordenados, ¿crees que puede gustar o conectar más el documental con los laicos que con “los curas”?
Insisto en algo muy importante: el atractivo y la eficacia de la vida de Pablo no está en sus cualidades innatas, sino en el ofrecimiento que él hace de esas cualidades (los talentos) al servicio de Dios y de los demás. Nadie ha de ser como ninguna otra persona, porque Dios nos ha hecho a todos diferentes. Todos debemos ser como somos, dejando que Dios tome posesión de nuestra vida y la conduzca a la máxima belleza. ¡Entonces veremos la eficacia de Dios, que no es un dios discapacitado, sino todopoderoso! Dios es capaz de sacar santidad de cualquiera de nosotros, seamos como seamos. Todo comienza por pedírselo y, para eso, basta con rezar humildemente un solo padrenuestro: “hágase tu voluntad, en mí.” Dios no va a dejar que esa oración caiga en saco roto. Nos va a hacer santos si se lo pedimos, no lo dude.