«En aquel tiempo, seis días después Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”. De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: “No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos». (Mc 9,2-10)
Este pasaje comienza diciendo “seis días después”, y, para ello hemos de conocer lo qué había sucedido seis días antes. Jesús catequiza no solo a sus discípulos, sino también a la gente que le acompaña. Y les comunica las condiciones para seguirle: negarse a sí mismo, tomar la cruz de cada día y seguirle.
Jesús toma consigo a los tres discípulos que siempre fueron testigos de los acontecimientos más importantes en su vida terrena: Pedro, Santiago y Juan. Y los conduce a un monte alto. Los montes, en la espiritualidad bíblica, son el lugar donde habitan los dioses. Hemos de recordar ese Salmo 120 que dice: “Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra…”.
Estos montes donde habitan nuestros pequeños dioses —el dinero, las pasiones, el orgullo, la vanidad…— son lo que hacen al pueblo de Israel idólatra, igual que a nosotros, nuevo pueblo elegido por Dios.
Pues sube Jesús al Monte Tabor y allí se transfigura ante ellos. Sus vestidos cobran un resplandor indescriptible que el evangelista reconoce que nadie puede blanquear así. Y aparecen dos personajes: Moisés y Elías, que están hablando con Él. En este relato del evangelista Lucas (Lc 9, 31), se nos dice que hablaban de la Pasión de Jesús, con estas palabras: “…Y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías, los cuales aparecían en gloria y hablaban de su partida , que iba a cumplir en Jerusalén…”. Moisés y Elías, como representantes de la Ley y los Profetas del Antiguo Testamento. Jesús vino para dar cumplimiento a la Ley judía, no para derogarla; y así se revela en varias ocasiones.
También se encuentra Pedro allí, que no se quiere marchar. No piensa en sí mismo, sino en poner tres tiendas; no es un acto de egoísmo. Pero el evangelista comenta: “…No sabía lo que decía…” y es que para llegar al Cielo, a ese cielo que ya vislumbra Pedro, hay que pasar por la cruz. Por la Cruz de Cristo, a imagen de Cristo.
El libro del Éxodo nos recuerda, en el capítulo 29, la bajada de Moisés del Monte Sinaí. Dice:”…Luego, bajó Moisés del Monte Sinaí con las dos Tablas del Testimonio en su mano. Al bajar no sabía que la piel de su rostro se había vuelto radiante por haber hablado con Yahvé”. Esta forma de irradiar luz nos presenta a Jesucristo como el nuevo Moisés, en este episodio del Sinaí.
Y se formó una nube; es curioso que las teofanías —manifestación de Dios— se produzcan con el concurso de una nube. Ya el pueblo de Israel, al salir de Egipto es acompañado por una nube por el desierto, de forma que les protege del ataque de sus enemigos. “La Nube cubrió entonces la Tienda del Encuentro, y la gloria de Yahvé llenó la Morada. Moisés no podía entrar en la Tienda del Encuentro, pues la Nube moraba sobre ella y la gloria de Yahvé llenaba la Morada” (Ex 40,34).Y en la Biblia pone Nube así, con mayúscula.
De igual forma, en el Bautismo de Jesús, la Nube se hace presente para pedir la “ESCUCHA” al pueblo. Y de la misma forma, en la Ascensión del Señor a los cielos, es la Nube la que aparta la visión de los discípulos. Y de la Nube sale una Voz que invita a la escucha de Jesús. Es el primer mandato de Dios: escuchar al Hijo. Si leemos paralelamente este texto en Lucas, la Voz dice algo más, y es importante comentarlo; dice: “Este es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle”.
En ese lugar solo están los protagonistas señalados: Dios Padre, Jesucristo, Moisés y Elías y los tres discípulos. Y llama la atención la palabra “Elegido”. ¿Por qué digo esto? Porque en el evangelio de Lucas, cuando Jesús es ultrajado en la cruz, el pueblo le grita: “Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si es el Cristo de Dios, el Elegido”. Nadie más pudo saber esta palabra, y, sin embargo, queda como título mesiánico.
Esta palabra, “Elegido”, es pues un título mesiánico, como tantos otros, como el “Hijo del Hombre”, que aparece tantas veces en los Evangelios, y en primera vez en el capítulo 7 de Daniel.
Como último comentario señalaré la recomendación de Jesús: “No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos”. Jesús huye cuando le quieren proclamar rey después del milagro de “la multiplicación los panes y los peces”. Y huye siempre de todo protagonismo, porque todo lo que realiza lo hace en la “escucha” del Padre. Él se pone en el último lugar, porque “el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir, y dar la vida por muchos”.
Alabado sea Jesucristo.
Tomás Cremades