El término “Modernidad” se refiere a la calidad de lo moderno, cuyo significado, según el diccionario “es lo que existe desde hace poco tiempo”, razón de más para despertar dudas sobre su conveniencia sin el suficiente aval de un previo contraste con la realidad. Aun así no faltan gentes que cifran las excelencias de lo moderno en el simple hecho de existir desde hace poco tiempo, tanto mejor si goza de “brillante apariencia”. Llegados a este punto preguntamos, ¿es la Modernidad un “totum revolutum” en el que priva más el aparentar que el ser? De ser así ¿Cuáles son los puntos de apoyo de algo que, sin ser demasiado consistente, conquista tantas voluntades? El que esto escribe piensa que, entre sus puntos de apoyo, está el hastío por lo viejo que no se renueva a la par que por lo fácil que resulta dejarse arrastrar por los farfulleros movimientos de masas.
Destacados movimientos ideológicos de doscientos años acá se han servido del prurito de la Modernidad para hacer prosélitos: recordemos sino, aquello de “la contradicción es la raíz de todo movimiento” (Hegel), “destruir es una forma de crear” (Bakunin), “la lucha de clases es el motor de la Historia” (Marx), “Dios ha muerto, viva el super-hombre” (Nietzsche).
Desde todas las direcciones de la vida política, no pocos “diletantes” cual se dijo siempre, “académicos” que diría San Agustín, “filósofos de salón” que decimos en la actualidad ó “progresistas” como se autocalifican ellos mismos…, ven un título de gloria en el fenómeno al que nos estamos refiriendo, aun a costa de la Ley Natural y de la propia conciencia, con los consiguientes males, trampas y desviaciones del “camino” que ha de recorrer la “grey del Señor” con la justa, oportuna y lógica preocupación de la Iglesia que habla alto y claro del problema que representa el embaucar y dejarse embaucar por cuanto inhibe de la responsabilidad personal para la resolución de la propia vida.
Al respecto, en nombre de la Esposa de Cristo, que es la Iglesia, el Santo Padre y Pastor san Pío X (1835-1914, r.1903-1914), en septiembre de 1907, dirigió a toda la Humanidad de su tiempo y el nuestro su Carta encíclica “Pascendi Dominici Gregis” (apacentando la Grey del Señor).
El documento papal respondía al “deber de guardar con suma vigilancia el depósito tradicional de la santa fe, tanto frente a las novedades profanas del lenguaje como a las contradicciones de una falsa ciencia” procedente de «hombres de lenguaje perverso», «decidores de novedades y seductores», «sujetos al error y que arrastran al error»…, “los cuales, con artes enteramente nuevas y llenas de perfidia, se esfuerzan por aniquilar las energías vitales de la Iglesia, y hasta por destruir totalmente, si les fuera posible, el reino de Jesucristo”.
Algunos de éstos los ve san Pío X “en el seno y gremio mismo de la Iglesia, siendo enemigos tanto más perjudiciales cuanto lo son menos declarados”; son los mismos que “amalgamando en sus personas al racionalista y al católico, lo hacen con habilidad tan refinada, que fácilmente sorprenden a los incautos”.
Para ello usan de una táctica que, en la misma Carta encíclica, explica así el citado Santo Padre:
“Como una táctica de los modernistas -así se les llama vulgarmente, y con mucha razón-, táctica, a la verdad, la más insidiosa, consiste en no exponer jamás sus doctrinas de un modo metódico y en su conjunto, sino dándolas en cierto modo por fragmentos y esparcidas acá y allá, lo cual contribuye a que se les juzgue fluctuantes e indecisos en sus ideas, cuando en realidad éstas son perfectamente fijas y consistentes; ante todo, importa presentar en este lugar esas mismas doctrinas en un conjunto, y hacer ver el enlace lógico que las une entre sí, reservándonos indicar después las causas de los errores y prescribir los remedios más adecuados para cortar el mal.
Es indudable, dice más adelante el Santo Padre, que los modernistas tienen como ya establecida y fija una cosa, a saber: que la ciencia debe ser atea, y lo mismo la historia; en la esfera de una y otra no admiten sino fenómenos: Dios y lo divino quedan desterrados”.
Obvio a la par que muy conveniente es recordar todo lo ocurrido en el mundo desde la nota de aviso que representó la citada Carta encíclica de san Pío X para calibrar en su justa medida las farfulleras corrientes promovidas por tantos duchos en el arte de embaucar, sea en dirección a los imposibles paraísos del viejo materialismo soviético o sea hacia una sociedad en la que, tal como apuntaba Ayn Rand, el egoísmo sea visto como la más elevada y respetable norma de convivencia, todo ello como si Dios y sus magistrales lecciones de amor y de libertad hubieran sido olvidadas por la Humanidad en pleno. Dramática obscuridad que nos llevaría a la desgarrada conclusión de Iván Karamazof: “Si Dios ha muerto todo está permitido”.
Triste, muy triste cosa es el comprobar cómo por el camino de lo facilón y farfullero, que cultivan los mercaderes de modernistas utopías, pueden llegar a esclavizar los “cantos de sirena” para luego justificar e, incluso, aceptar los más retrógrados, perversos o insolidarios comportamientos.