“Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie as arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno” (San Juan 10, 27-30).
COMENTARIO
Es posible que para algunos resulte algo chocante esta figura del pastor que se atribuye Jesús como guía y protector del pueblo que el Padre le encomendó, y que no es otro que el pueblo de los hijos de Dios, las muchedumbres que lo siguen y escuchan su palabra, en definitiva, los que confían en la bienaventuranza futura que anuncia por calles plazas y descampados.
Pero no podemos perder de vista el contexto social en el que habla Jesús, pues que se dirige a un pueblo de pastores, el oficio más antiguo del mundo, como pastor que fue Abel, el primer mártir de Dios, y como lo fueron muchos de los patriarcas y ancestros que escucharon su voz y obedecieron sus mandatos, como Abrahán, como Jacob, como José, como David, o como Moisés, el libertador del pueblo, o como los sencillos testigos de su nacimiento en Belén, pues entre todos los demás hombres, fue a ellos a quienes le fue anunciada en primer lugar la Buena Nueva de la llegada al mundo de “un Salvador, el Mesías, el Señor”.
Y es que la oveja es un animal humilde y gregario, que se somete a la voz de pastor que guía el rebaño, y lo sigue porque sabe que con él, y como se dice en el Salmo 21 que glosamos “nada le falta”, y “en verdes praderas lo hace recostar”, y “lo conduce hacia las fuentes tranquilas”, y “repara sus fuerzas”, y “nada temen en su compañía”, pues “su vara y su cayado lo sosiegan”.
Y así nos presentan sus profetas más inspirados al Mesías que había de llegar, y Jesús, el Anunciado, recoge ahora el testigo con esta doctrina alegórica del pastor y las ovejas. Como Isaías 4, 11: “Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos; y hace recostar a las madres”. Acaso se puede imaginar mayor ternura para que caigamos en la cuenta del amor que nos tiene Jesús, de la delicadeza con la que se acerca a nuestros más íntimos pensamientos y anhelos de eternidad en esta vida.
Y así Ezequiel 34, 11-16, que pone música celestial a las palabras de Jesús: “Porque esto es lo que dice el Señor Dios:
“Como cuida un pastor de su grey dispersa, así cuidaré yo de mi rebaño…
Las apacentaré en pastos escogidos…
Yo mismo apacentaré mis ovejas y las haré reposar. Buscaré la oveja perdida, recogeré a la descarriada. Vendaré a las heridas; fortaleceré a la enferma…”.