«En aquel tiempo, se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo. Jesús dio un profundo suspiro y dijo: “ ¿Por qué esta generación reclama un signo? Os aseguro que no se le dará un signo a esta generación”. Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla». (Mc 8,11-13)
Este brevísimo evangelio de hoy tiene, sin embargo, mucha miga para meditar. Los escribas y fariseos se enzarzan en continuas discusiones con el Señor, sobre la letra de la ley, para hallar en Él blasfemia, tranquilizar sus conciencias, ante la inquietud que provocan las palabras nuevas de Jesús, y justificar su negación de la profecía.
Dejan así al descubierto sus corazones duros, no quieren creer, se niegan a la entrada del espíritu. Solo la sencillez del niño servirá para entrar en el reino. Jesús desmonta fácilmente con sus palabras los rígidos argumentos de los fariseos, y estos —como maestros de la ley que son— les llena de rabia porque hiere su soberbia de personas superiores que actúan como infalibles ante el pueblo. Aferrados a las ventajas económicas y sociales que les conceden sus puestos, temen que la gente siga las enseñanzas de Jesús y ellos pierdan sus prerrogativas.
También hoy los que ostentan altos cargos se ensoberbecen y se presentan al pueblo como poseedores de la verdad, intentando incluso imponernos sus errores, cuando, bajo esta actitud de guardianes del bien común y los derechos humanos, se esconden muchas veces inconfesables intereses y corrupciones.
Los fariseos piden un signo extraordinario, porque en su incapacidad de fe necesitan la evidencia para convencerse y convencer al pueblo —como Tomás y muchos cristianos buscadores de milagros. Pero ante la cerrazón y dureza de sus corazones, su soberbia para rendirse ante los hechos evidentes, Jesús se niega a concederles un signo. Este episodio se narra también en Mateo 16,1-4 más extensamente; les dice que conocen el tiempo que va a hacer por cómo está el cielo o las nubes y añade: “… sabéis interpretar los aspectos del cielo y ¿no sabéis interpretar las señales de los tiempos? ¡Raza mala y adúltera! Piden una señal pero no verán sino la señal de Jonás”, refiriéndose a su muerte y resurrección.
Creemos que Jesús desea, salvar a todos los hombres, para eso ha venido. Sin embargo, se muestra muy duro con los fariseos porque él quiere un corazón abierto, dúctil, una tierra esponjosa para sembrar su palabra.
En el juicio a los hermanos de otras religiones, o a los que tienen errores o pecados, también nosotros nos cerramos a la letra de la ley, y nos atrevemos a calificarlos y condenarlos con la soberbia del que piensa que está más cercano a Dios. La rigidez de la crítica anula esa blanda apertura a la palabra del Señor, cuyo espíritu actúa secretamente en los corazones y nadie, como ha dicho el Papa Francisco, debe juzgar al hermano que a pesar de sus errores puede estar, quizá, más cercano a la conversión y a la recepción de la semilla.
Mª Nieves Díez Taboada