«En aquel tiempo, le acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos».
Muchas veces los niños molestan en la eucaristía: llantos, sonrisas, carreras…Y nos incomodan. Incluso hay quienes invitan a no llevarles, a esperar a que tengan ya unos años. Y, sin embargo, Jesús lo dice bien claro: “Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis”. En la época de Jesús los niños apenas eran considerados y no se les dejaba participar en sus asambleas litúrgicas hasta cumplir 12 años (los varones). Jesús les trata con ternura: les abraza, les bendice, les impone sus manos…
El cristianismo es en muchas facetas el mundo al revés, y también lo comenzó a ser en su amor y preferencia por los pequeños, por los niños, por los débiles, por los excluidos. Personalmente, creo que los niños han de estar desde sus primeros tiempos de vida en las celebraciones de la Iglesia. Son hijos de Dios y miembros de la Iglesia, y ¡qué alegría tan grande, qué imagen tan bella unos padres con sus hijos en la eucaristía, una familia unida entorno a la Palabra de Dios y al banquete eucarístico! Recuerdo cuando alguno de mis hijos, en sus primeros años se iban acercando en silencio al presbiterio, hasta situarse junto al sacerdote, seguro que gozando y participando del misterio. Aún hoy me enternece ver a los niños inmersos, aunque sea un poco a su aire, en la celebración eucarística.
Jesús pide a sus discípulos hacerse como niños, que acepten el Reino de Dios como niños. Los niños pequeños tienen una confianza, una fe ciega en sus padres. Y tal vez por ello esta invitación a tener confianza en el Padre, en Dios. Si no nos hacemos sencillos, pequeños, no podremos entrar en el Reino: “Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mc 10,15). Las referencias en los evangelios son constantes: Jesús se identifica con los niños, les acoge, les abraza: Quien recibe a un niño, a «mí me recibe» (Mc 9,37). “Y todo lo que hacéis a uno de estos niños, a mí me lo hacéis” (Mt 25,40).
Viendo el amor de Jesús a los niños, impresionan aún más algunas de las barbaridades que nuestra “desarrollada” sociedad del siglo XXI aprueba: el aborto, tan generalizado en tantos países; la eutanasia incluso para los niños en algún país europeo; la pederastia, la explotación laboral de tantos niños y adolescentes… Solo el Amor puede dar respuesta a la rectificación de tantos pecados horribles contra los no nacidos y la infancia, a tantas injusticias que se cometen hoy y se justifican por un pretendido progreso o en simples razones económicas.
Hoy siguen estando plenamente vigentes las palabras de Jesús, probablemente de las más duras recogidas por los evangelistas, contra aquellos que causan escándalo en los pequeños, esto es, que influyen en muchos pequeños que dejan de creer en Dios. Para ellos, mejor sería tener una piedra de molino al cuello y ser arrojado al mar (Mc 9,42)
Los creyentes, quienes seguimos a Cristo, debemos plantearnos quiénes son hoy los pequeños y los excluidos y de qué manera intentamos acercarnos a ellos, acogerlos, ayudarlos. Jesús se muestra siempre cercano a los pequeños, les acoge, les cura… En los evangelios vemos que son muchos los niños y los jóvenes a los que aconseja, cura y resucita: la hija de Jairo (Mc 5,41-42), la hija de la mujer cananea (Mc 7,29-30), el hijo de la viuda de Naím (Lc 7, 14-15), el niño epiléptico (Mc 9,25-26), el hijo del Centurión (Lc 7,9-10), el hijo del funcionario público (Jn 4,50). Otras veces se sirve de ellos para sus milagros, como el niño de los cinco panes y dos peces (Jn 6,9). Este amor por los demás tiene que movernos a los cristianos a amar a nuestro prójimo: todos esos pequeños que hoy sufren la injusticia y la falta de solidaridad: emigrantes, sin techo, tantos ancianos solos, parados en muchos casos no sólo sin prestaciones sino también sin esperanza…
Esta preferencia de Jesús por los pequeños tiene que animarnos a la Evangelización: a proclamar la Buena Noticia del Amor de Dios, el menaje de esperanza para nuestra generación, la mano tendida en el nombre de Cristo. Estamos invitados a una función profética: servir de voz para los sin voz; proclamar que el Reino de Dios está abierto especialmente para los más pequeños, para quienes se hacen y saben vivir como niños en medio de una sociedad que margina a los débiles y protege a los poderosos.
Juan Sánchez Sánchez