Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se desvirtúa, ¿con que se la salara? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino en el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.
Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y alaben a vuestro Padre que está en los cielos. Mt 5, 13-16.
Hay una midrash que explica el significado de la oración sabática de Israel, como liturgia de santidad. La Ley de santidad se mantuvo y purificó, humanizándose, al llevarla desde el templo a las sinagogas en el exilio.
Pues bien, si uno peca, eso tiene claras repercusiones sociales, afecta a la comunidad en su tarea de iluminar al mundo con el conocimiento de Dios, por la práctica de la Torah, por la fe en las promesas hechas a Abraham de ser él el padre de todos los pueblos. En Abraham, comienza la humanidad su vocación a la comunión con Dios y con el otro.
Especialmente, la Iglesia ilumina al mundo, amando a los enemigos, amándonos entre nosotros como Cristo nos ha amado: dando la Vida por nosotros cuando éramos enemigos.
Para participar de la liturgia de santidad, el pecador público, que reconoce su culpa, se echa por tierra a la entrada de la sinagoga, precisamente cuando los fieles entran para celebrar el shabat. Lo hacen pasando por encima de su cuerpo.
Esta es una tradición que ha sido conservada en la vida comunitaria monástica. En la Regla de san Benito, si uno, al salir del monasterio, se ha dejado llevar por la concupiscencia de los ojos, al regresar se tumba literalmente ante la comunidad, pidiendo perdón antes de reintegrarse a la Laudatio perennis.
¡Que deberíamos hacer nosotros, después de ver pornografía!
Es lo que dice la parábola del evangelio, si la sal se desvirtúa no sirve sino para ser pisoteada por los hombres…
Otro aspecto subrayado en este rito de humillación, es el carácter comunitario de la culpa, cada cual se solidariza con el culpable, entrando en el “nosotros” de la confesión pública de la falta.
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros hermanos que he pecado mucho…
Mientras que para la revelación, las tinieblas eran las que había en Egipto sumido en la idolatría, en el culto a los falsos dioses, al punto de identificarse el nombre del país con el de misraim (tinieblas). Es nuestra situación cada que vivimos una gran ceguedad ante el otro.
Las tinieblas, se encuentran en el relato de la creación, y la tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Cfr. Gn. 1,2 ss.
Las galaxias, el sol y la luna, el día y la noche, la naturaleza, y sobre todo la historia del hombre, aparecen como obra de la Palabra de Dios, una victoria sobre el caos y la oscuridad del mal.
La Luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Jn 1, 5.
Cristo es la Luz del mundo, la Iglesia es la Luz de las gentes. ¿Cómo ilumina Cristo, cómo ilumina la Iglesia al mundo? La luz, curiosamente, es algo que los científicos no consiguen darle formulación matemática alguna, se conoce a penas su velocidad de transmisión en miles de kilómetros por segundo. La ausencia de Luz, es cuando nadie da la vida. Su naturaleza es brillar muriendo, como la sal que desaparece salando.
El pan que yo le voy a dar, es mi carne para la vida del mundo. Jn 6, 51c.
Así es como Cristo, en la Iglesia, ilumina las tinieblas del mundo. ¿Qué tinieblas? El odio, la desconfianza, la agresividad, la lógica del más fuerte, el quedar por encima del otro, el egoísmo… son contrastados, desmentidos, en el Amor del Crucificado, que da su vida al enemigo, para recuperarla de nuevo resucitada.
San Juan (1, 1-14) es quien mejor ayuda a entender el binomio luz-tinieblas. Al contraponerlas y personalizarlas. Las tinieblas son el nombre propio del príncipe de este mundo, y la Luz es Cristo.
Hoy la luz más potente que tiene el mundo para conocer la existencia de Dios frente a las tinieblas del mal y de la muerte, son la comunidad cristiana y el matrimonio sacramental de la Iglesia doméstica. Dos lugares escogidos por Dios para hacer visible y dar testimonio de cómo ama Cristo a su Iglesia. En este santuario Cristo muere y da la Vida, trocada en Cuerpo y Sangre, para que Ella – que estaba muerta – viva.
¿Quién puede amar a un egoísta, que solo piensa en sí mismo? La Iglesia lo hace:
No mires nuestros pecados sino la fe de tu Iglesia…
Cristo lo regala a cada uno de nosotros que nos vemos constantemente enfrentados a la incapacidad de amar al niño que llora por la noche, al otro que se come la sopa boba.
Por eso nos odia tanto el Maligno, por eso nos ataca tanto el mundo. Los protagonistas, los esposos, saben bien que con el sacramento del matrimonio viven una realidad que les sobrepasa, de orden sobrenatural. La fe es un don sobrenatural del Espíritu Santo, de quien nos viene el Amor. Un don sobrenatural que el hombre no se da a sí mismo sino que lo recibe de Dios.