Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padre de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él. (Lc, 2, 22-40)
El Dios Uno y Trino es comunidad de amor entre tres personas, Es, en términos humanos, una familia.
Nada tiene de extraño que su presencia entre nosotros acontezca en el seno de una familia, en una comunidad de amor también entre tres personas, que resulta así el icono de la Santa Trinidad.
Precisamente en ella, el Dios Hijo es el más pequeño, el recién nacido que necesita todo de los demás.Misterio inmenso: el Todopoderoso se manifiesta en una criatura indefensa y desvalida. Misterio, sobre todo para los que vivimos instalados en otras categorías: el dinero, el prestigio, el éxito…
¿Como viven este misterio María y José? Desde la fe, y el asombro ante lo inexplicable. Con la alegría intima de tener con ellos al Emmanuel, al Dios con nosotros que anunció Isaías. Sabiendo que, en su pequeñín, adoran y sirven a Yahveh.
Nadie podría reconocer al Mesías en el recien nacido. Tan sólo los ancianos Simeón y Ana, fieles israelitas de toda una vida, reciben la especial revelación: el circuncidado es el esperado de las naciones. Tal vez en su ancianidad, empequeñecidos ya por la vida, están en situación de poder descubrirle.
Simeón, inspirado, profetiza: este niño provocará adhesiones y rechazos absolutos, será signo de contradicción, no sólo para su pueblo, sino para toda la humanidad. Porque ante Dios no caben medias tintas ni respuestas ambiguas. Hay que estar con El o contra El. Y los que estén de su lado sufrirán el mismo rechazo general del mundo. La primera de todos, María.
Jesús viene a poner en evidencia lo que se esconde en el corazón humano: el deseo de ser como Dios, la incapacidad de reconocer a Otro mayor que yo, la autosuficiencia, el orgullo de quien no se siente necesitado de salvación.
El Hijo de Dios, enviado a redimir al ser humano de sus esclavitudes, antes que nada ha de descubrir a éste su absoluta indigencia, su incapacidad de salvarse a sí mismo, su miseria radical. Todo ello se hará visible a través del misterio de la cruz. Sólo en ella quedará patente la tiniebla del corazón humano, su ceguera total ante el amor de Dios. Y a partir de ahí la infinita misericordia divina hará el milagro de la regeneración, del nuevo nacimiento del pecador a una vida nueva.
María y José, ignorantes de este designio divino de salvación, reciben la profecía con el asombro y la admiración de quien no puede ni sospechar su alcance. Es una de tantas vivencias que aceptan sin entender, guardàndolas en el corazón. Para ellos el niño es la presencia divina inmediata, que les llena da gratitud y alegría.