César Allende«En aquel tiempo, exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”». (Mt 11, 25-27)
El Señor Jesús da gracias al Padre porque ha escondido “estas cosas” a los sabios y prudentes, y se las ha revelado a la gente sencilla, conforme a su mejor parecer.
La existencia humana consiste en un tener que manejarnos entre una multitud de circunstancias, sucesos, relaciones personales, trabajos y responsabilidades, gozos y tristezas que urden la trama de nuestros días. En el quehacer diario en el que se desenvuelve la vida tenemos que vérnoslas con la pléyade de cosas que conforman el “lugar de nuestro mundo” particular.
Dios, según la Sabiduría, ama la vida y a los vivientes, especialmente al hombre. Este amor de predilección obedece, no tanto a un movimiento afectivo del corazón de Dios sobre nosotros, mayor o por encima del de las demás criaturas (que también), sino ante todo lo que Él ha dispuesto en nuestra vida real y concreta, nuestros trabajos y afanes, entre la alegría y las penas, según un proyecto del todo único y específico para nosotros. La clave del vivir ordinario y cotidiano para que sea verdaderamente humano se esconde en la piedra central o dovela del arco románico de nuestro vivir.
La piedra de cohesión, la clave de bóveda de la vida está en conocer “estas cosas” de la que habla Jesús, entre las demás cosas cotidianas. En la idea de hombre que Dios se había hecho antes de crearlo (recuérdese “hagamos al hombre…” del Génesis) hay unas cosas que pertenecen al orden ontológico de la criatura humana, que la hacen ser lo que es en su específica diferencia respecto a todas la demás; no solo en el orden del ser, sino también en el de existir y obrar en el mundo, de tal modo que en la armonía de su naturaleza y de su obrar consistiera la felicidad de la persona humana. Si las personas concretas de carne y hueso que tenemos que vérnoslas con la espesa red que forma nuestra vida, conciliáramos lo que somos con lo que hemos de hacer, tendríamos la vida sustentada en un sólido arco apuntado cuya piedra clave es el mismo Dios, que se ha manifestado, en la historia, en Jesucristo.
Y ¿cuáles son “estas cosas” escondidas a la prudencia de los sabios y manifestadas a la gente sencilla? Lo dice Jesús en versículo 27 del texto de Mateo.
Pero creo conveniente hacer una precisión más: nadie está del lado de los “sabios y prudentes” o del de los “sencillos”, de antemano, como si Dios hiciera acepción injusta de personas. Ser “sabio y prudente” o “sencillo y pequeño” es el resultado de una particular forma de vivir; no es una condición previa que nos damos a nosotros mismos. La revelación y conocimiento del Hijo y del Padre es universal, porque Dios quiere que todos nos salvemos mediante el conocimiento de la Verdad. El Hijo es la Verdad. Y una Verdad tal que no es deducible de los conceptos abstractos que nosotros manejamos, sino que es visible en su actuación en los acontecimientos reales, lo que equivale a decir que conocer esta Verdad es un conocimiento de amor y de obras, don de Dios que permite al ser humano encontrarse en su historia esta Presencia que actúa a favor nuestro y todo lo coordina para nuestro bien.
La historia que estamos viviendo en nuestros días insiste en este mismo mensaje del texto de Mateo: es necesario ordenar la vida individual y social conforme al plan de Dios que se despliega en la justicia, en la paz y en el amor, elementos capitales del Reino de Dios. La oportunidad del mensaje evangélico y su aplicación a las circunstancias sociales, económicas, políticas etc., es bien patente. Por eso es “Palabra actual de Dios”.
Quiera la Santísima Virgen alcanzar para el mundo entero una sabiduría y sencillez de esta naturaleza. Desde luego, en el fundamento de nuestros esfuerzos por superar este tiempo de crisis está el acoger la oferta de gracia del conocimiento de Dios a través de Jesucristo, y ordenar consecuentemente nuestra vida.
Bendito sea Dios a quien ha parecido lo mejor para la felicidad del hombre revelarnos estas cosas en y por su Hijo, El Señor Jesús.