Cuando Jesús acabó de lavar los pies a sus discípulos, les dijo: – «En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: «El que compartía mi pan me ha traicionado.» Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy. En verdad, en verdad os digo: el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado». (Jn 13, 16-20)
Las palabras de Jesús “En verdad os digo” enfatizan la veracidad, sobre todo, de aquello que va a decir, con un matiz especial: hay cosas que si, además de sabidas, se ponen en práctica engendran una felicidad de ley, como la plata más aquilatada. Lavar los pies a los hombres por puro amor es de esas cosas: da a la vida los quilates necesarios para hacerla eterna. (1 Jn 3, 14.18).
Jn 13, 16-20 es un fluir caudal de aguas vivas hasta el mar océano del Cielo, hasta Dios, que es quien envía al Señor Jesús. Corren las aguas de la Sabiduría tras la felicidad cursando desde tener razón a tener la Verdad y, finalmente, hasta ser poseídos por Ella. Ciertamente, la Gloria de Dios está en que demos este fruto…, plenamente pascual.
Juan nos revela hoy que a nosotros, discípulos de Jesús y servidores de sus hermanos, nos está bien ser como el Maestro y Señor. Estarnos bien quiere decir aprovecharnos definitivamente y en verdad: el “prosit” conclusivo de la Eucaristía.