Hasta entonces, en los pueblos teóricamente más civilizados privaban los deseos y atropellantes intereses de los más fuertes, en ocasiones y según ciertas circunstancias de tiempo y lugar, parcialmente atemperados por un derecho de gentes inspirado en la llamada Ley del Talión, inspiración fundamental del babilonio “Código de Hammurabi” (1760 a.C.), expresado en el Éxodo con los siguientes términos: Pero si sucede una desgracia, tendrás que dar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, contusión por contusión. Si un hombre golpea en un ojo a su esclavo o a su esclava, y lo deja tuerto, lo pondrá en libertad como compensación por el ojo. Y si le hace caer un diente, lo pondrá en libertad como compensación por el diente. (Ex. 21, 23-25).
Era esa una ley de los hombres para los hombres con el temor como principal fuerza motivante y con consecuencias catastróficas si se hubiera aplicado en su literalidad: “el ojo por ojo y el diente por diente lleva a que la humanidad en pleno quede ciega y desdentada”, que llegó a decir Gandhi. Durante muchos siglos, la abundancia y sin razón de guerras, odios, atropellos y miserias sirvió de “razón histórica” a los más influyentes de entre personas y pueblos mientras que las mujeres y hombres de buena voluntad vivían en la angustia de no saber a qué atenerse. Fue cuando, en la Tierra Prometida se hizo ver Alguien, cuya fuerza de convicción radicaba en el contagio de su vivir y saber hacer:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles”. (Mc 8, 34-38).
“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn. 13, 34-35). Cristo Jesús, Hijo de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero, en su venida al mundo “todo lo hizo bien” (Mc 8, 37) dándonos la más clara y excelente lección de Amor y de Libertad. Sucedió en la “Plenitud de los tiempos”, tal como nos lo apunta el P. Julio Alonso Ampuero apoyándose en profusión de citas evangélicas: “El Antiguo Testamento es una preparación y todo en él anuncia a Cristo y confluye en Cristo. Él es el centro del plan de Dios (Ef. 1,3-19; 3,1-12). Con él han llegado los «últimos tiempos» (Heb. 1,2), el «tiempo de la salvación» (2Cor. 6,2). Con su muerte se realiza la victoria de Dios sobre el mal y sobre Satanás (Jn. 12,31; 16,11). En Él Dios realiza la alianza nueva y eterna (Mc. 14,22-23).
Con Él se abre el paraíso, tanto tiempo cerrado (Lc. 23,42-43). Por Él se nos da el Espíritu, que transforma al hombre dándole la nueva vida y realizando la nueva creación (Jn. 19,30-34; 20,22; 3,5; 7,37-39). Él es el centro de la historia, «el Principio y el Fin», «el Alfa y la Omega» (Ap. 22,13). Él es «el mismo ayer, hoy y siempre» (Heb. 13,8), «el que era y es y viene» (Ap. 1,8), continúa presente en su Iglesia y «no se nos ha dado otro nombre en el que podamos ser salvos» (Hech. 4,12) …(Jesús recapitula en sí mismo toda la historia, no sólo la del pueblo de Israel, sino la de la humanidad entera (este es el sentido de la genealogía de Jesús en San Lucas 3,23-38; la de San Mateo 1,1-16 le presenta como culmen de la historia del pueblo de Dios). Y recapitula en sí mismo la creación entera, el universo entero (Col. 1,15-17), siendo además el Creador de todo (Jn. 1,3.10) …/La llegada de la plenitud de los tiempos reclama de los hombres una reacción adecuada: «Daos cuenta del momento en que vivís» (Rom. 13,11). La venida de Jesucristo no puede dejarnos indiferentes. Ya no es el hombre quien busca a Dios, sino que Dios ha salido al encuentro del hombre. Jesucristo es el único Salvador del mundo (Hech. 4,12) y por eso reclama la fe en sí mismo (Jn. 14,1) cosa que nadie fuera de Él ha osado pedir. Y no caben posturas ambiguas o neutras, pues no acogerle es en realidad rechazarle (Lc. 11,23; Jn. 3,18).
El excepcional hombre de fe e insuperable teólogo cual es el Papa emérito S.S. Benedicto XVI propone la verdad perenne del Cristianismo: Dios, el Infinito, ha descendido hasta nuestra finitud para poder ser percibido por nuestros sentidos, y de esta forma el Infinito ha «alcanzado» la búsqueda racional del hombre finito. En esto consiste la revolución» cristiana: Dios Creador «alcanza», hoy y de forma permanente, la búsqueda racional del hombre que tiende a Él; sale al encuentro de la criatura que Le anhela. Habiéndose hecho un hombre entre los hombres, el Unigénito Hijo de Dios afirma: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,16). Palabras que se traducen en una invitación que la Iglesia no cesa de dirigir a los hombres de cualquier latitud y cultura. El Meeting para la amistad entre los pueblos de este año quiere hacerse eco de esta invitación, recordando que el infinito se ha hecho «encontrable», que es posible para todo hombre conocer a Dios y saciar en Él su sed.
Los apóstoles, testigos directos de la vida, muerte, resurrección y vuelta al Padre para ocupar su trono de omnipotencia y poder universal, podrán decir de Jesús de Nazareth, Hijo de Dios: «Hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14) e, imbuidos del Espíritu Santo, contagiarán su generosidad y ansia de libertad a todas las personas de buena voluntad desafiando a los poderes de este mundo para dar a conocer la Buena Nueva: “Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Hc 2, 36)
Desde los primeros días, se contaban por millares las conversiones a una nueva forma de vida: “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos según la necesidad de cada uno” (Hc 2, 44): Era la revolución que esperaban las personas de buena voluntad, las mismas que pretenden mejorar lo mejorable a partir de la mejora de la propia vida.
Antonio Fernández Benayas