No es poco cierto que en algunas ocasiones y en según qué circunstancias puede tener asiento en nuestro corazón la duda acerca de si Dios nos escucha. Y las Sagradas Escrituras tienen respuesta, también, para esto. Lo dice el Salmo 3:
“Cuando clamo, respóndeme, oh Dios mi justiciero, en la angustia tú me abres salida; tenme piedad, escucha mi oración.
Vosotros, hombres, ¿hasta cuándo seréis torpes de corazón, amando vanidad,
rebuscando mentira?
¡Sabed que Dios mima a su amigo, Dios escucha
cuando yo le invoco.
Temblad, y no pequéis; hablad con vuestro corazón en el lecho
¡y silencio!
Ofreced sacrificios de justicia y confiad en Dios.
Muchos dicen: ‘¿Quién nos hará ver la dicha?’ ¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro! Dios, tú has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo.
En paz, todo a una, yo me acuesto y me duermo, pues tú solo,
Dios, me asientas en seguro”.
Con toda claridad dice el salmista que “Dios escucha cuando le invoco” y, así, se siente en la seguridad de no estar orando a la nada o a nadie sino, muy al contrario, al Padre que lo creó. Y es que Dios responde porque el Padre nunca puede quedar impertérrito ante la petición de su hijo y espera, del mismo, comprensión.
Tenemos, por tanto, que estar en la seguridad de que el Creador no deja de respondernos y que, en todo caso, es realidad espiritual nuestra darnos cuenta de qué nos dice y cuándo nos lo dice. Así, permanecer a la escucha de la manifestación de la voluntad de Dios es tarea que cada discípulo de Jesucristo ha de llevar a cabo.
Algo, por otra parte, que no debemos olvidar es la actitud que muestra el salmista ante la persecución que está sufriendo. No responde con soberbia humana y no se enfrenta a los perseguidores con armas y bagajes sino, en todo caso, con el recurso a la oración y, dirigiéndose a Dios, sabe que será escuchado y, como el Creador quiera, respondido. Es decir, muestra fe ante lo que es ambición humana y, por eso mismo, sabe que Dios lo escuchará y que atenderá su orar y su demanda de auxilio. Esto muestra, una vez más, el sentido de fidelidad que tenía aquella persona que, inspirada por el Espíritu Santo, ponía por escrito lo que le dictaba su corazón de hijo que se siente poco ante el Padre pero que sabe, por eso mismo, que nunca le defraudará y que le responderá con gran beneficio y gozo para su alma y para su vida ordinaria.
Que Dios responde a cada uno de los que se dirigen a Él es algo que a cada cual corresponde conocer y reconocer. Que no quiere (pudiendo) hacer otra cosa el Padre es algo que, sin duda alguna, todos sabemos. Lo que nos falta, muchas veces, es la intención de ponernos a la escucha. Y es que escuchar a Dios es, por eso mismo, una forma de manifestar nuestra filiación divina y de demostrar que, al menos en eso, no faltamos a nuestra obligación porque Quien responde merece ser escuchado.
Eleuterio Fernández.