Dijo Jesús una parábola: “Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles: “Negociad mientras vuelvo”. Cuando regresó de conquistar el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a los que había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y dijo: “Señor, tu mina ha producido diez”. Él le contestó “Muy bien, siervo bueno; como has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”. El segundo llegó y dijo: “Tu mina, señor, ha rendido cinco”. A ese le dijo también: “Pues toma tú el mando de cinco ciudades”. El otro llegó y dijo: “Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente, que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”. Él le dijo: “Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy un hombre exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? Pues, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”. Entonces dijo a los presentes: “Quitadle a este la mina y dádsela al que tiene diez minas”. Le dijeron: Señor, ya tiene diez minas”. “Os digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene” (San Lucas 19, 11a.12-13.15a.16b-26).
COMENTARIO
La parábola de las “minas de oro” cuestiona nuestros esquemas sobre lo que solemos considerar que es lo justo. Como en el caso de los llamados a diversas horas a trabajar en la viña, el impulso justiciero se nos subleva y decimos, en adversativo: pero Señor…
Es evidente que “…ni vuestros caminos son mis caminos” (Is 55 6), y que desde antiguo estamos advertidos: “Escucha, pues, casa de Israel: ¿Qué no es justo mi proceder, pueblo mío? ¿No es más bien vuestro proceder el que no es justo?” (Ez 19 25).
Cualquiera puede identificarse con el siervo precavido, que al menos conservó cuidadosamente la mina que le dejó su señor. Y es fácil apoyar la protesta por “enriquecer” aún más al que ya tenía diez minas, defendiendo al “prudente”. Sí, esos son nuestros pensamientos. Pero estamos muy lejos de la “voluntad” del Señor, aunque manifestada bajo la fórmula abierta de “parábola”.
En primer lugar, el señor era noble, llamó a diez siervos. El diez, puede evocar los Diez mandamientos.
En segundo lugar, les hizo un depósito valiosísimo; en el relato se cifra diez minas. Tales “minas” son traducibles por diez kilogramos de oro, según algunos historiadores.
En tercer lugar, el señor se marchó a conseguir su objetivo; obtener un título de rey. Y él, ciertamente, cumplió su misión volviendo siendo ya “rey”. Jesús es Rey.
Pero lo más relevante para nuestra vida, es la orden que les dejó: “Negociad mientras vuelvo”. No había duda; estaba seguro de su regreso, y en gloria; trasunto de su resurrección y su segunda venida. El mandato era inequívoco: “negociad”. Y, aunque tardara, llegó el momento de rendir cuentas. La hipótesis de que no volviera era también una posibilidad. La negación, de hecho, de la inexistencia de la vuelta de El Señor está en la raíz de todos nuestros pecados, incluidos los de omisión. Como resulta que no va a haber juicio, porque no hay tal “vuelta del rey”, podemos hacer con lo recibido (vida, naturaleza, verdad, mandamientos, etc.) lo que queramos, porque nadie nos va a pedir cuentas.
Pero el señor, El Señor vuelve y se presenta como Rey.
Curiosamente de los diez siervos provistos de una mina, el evangelio, solo narra el coloquio con tres; el que gana el mil por cien (“tu mina ha producido diez”), el que lucra el 500% (“tu mina ha producido cinco”) y el discurso del haragán que, insensatamente, para justificarse arremete contra su señor.
Es interesante destacar que los tres siervos examinados, los productivos y el renuente, siempre fueron conscientes de la ajenidad de la mina: “tu mina”, nunca hablan de “mi” mina o “la” mina. Y es ese reconocimiento de cosa ajena, lo que extrema la gravedad del lenguaraz discurso del negligente; “porque tenía miedo”. Se comprende que el miedo es paralizante, pero no da derecho a insultar en su cara al señor, aunque, o porque, se le tenga miedo. “Se que …eres un hombre exigente, que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”. La acusación es tremenda; si retira lo que no ha depositado y siega lo que no ha sembrado, no es que sea un hombre “exigente”, es que indirectamente le llama “ladrón”. De ahí que el señor, ya Rey, repita palabra por palabra su declaración, y justifique por sus mismas afirmaciones – por su boca – la condena; “Quitadle a este la mina y dádsela al que tiene diez minas”. Se puede entender que no irrita tanto al Señor la pasividad cuanto el indecente intento de auto justificación; en la auto exculpación el negligente llega a insultar a su juez.
Y frente a la generalizada protesta anónima, emite su sentencia general; “…al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”.
El trasfondo es, necesariamente espiritual y escatológico. La Fe no se recibe para ser “conservada”, sino para negociar con ella, para expandirla. Y, en segundo análisis, el Mesías, ciertamente recoge lo que ha sembrado y sí recobra lo que ha depositado; le habla al Pueblo de Israel por su historia, nos interpela ahora a nosotros “su” Iglesia y nos juzga a cada uno por los “talentos” recibidos (Mt 25 14 -30). La sorpresa para muchos incrédulos consistirá, no solamente en que Dios existe, sino en que además es juez y pide cuentas a cada uno.