«En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: “Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. Cuando sean juzgados los hombres de esta generación, la reina del Sur se levantará y hará que los condenen; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Cuando sea juzgada esta generación, los hombres de Nínive se alzarán y harán que los condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás”». (Lc 11, 29-32)
Al leer este evangelio podría parecer que esta Palabra fue pronunciada hace dos mil años por Jesucristo para aquella gente, con una intención muy concreta, pero para nosotros en este tiempo concreto, para mí, no. Déjame que te diga que pocas palabras son tan actuales como esta. Y que esta generación no es mejor que aquella a la que se refiere el Señor en el Evangelio.
¿Con qué intención nos acercamos al Señor? ¿No será para que nos arregle la vida? Eso sí : ¡a nuestra medida!, ya que creemos que está mal hecha.
Nos acercamos a Él como paganos de la Edad Antigua, con una mentalidad de religión, como cuando el sacerdote esperaba en el santuario las ofrendas que los fieles traían —y estos a su vez, esperando que el sacrificio del sacerdote les fuera propicio—. Y cuando salimos del templo seguimos como antes, haciendo lo que hacen todos, viviendo como el mundo.
No acabamos de creernos que los acontecimientos que a diario vivimos son parte de una historia que Dios tiene diseñada para cada uno de nosotros, y nos pasamos la vida huyendo de nuestra historia en vez de entrar en ella, como lo hizo Cristo.
No creas que eres católico porque vas a misa los domingos, te confiesas de vez en cuando, haces alguna obra de caridad… y después vives mundanamente. Ser cristiano supone renunciar a toda lo mundano, entrando en la voluntad de Dios, que probablemente esté enfrentada a la nuestra, encontrando una ocasión para entrar en la humildad.
Renunciando al espíritu del mundo, ese que no quiso recibir hace dos mil años a Jesús en Belén, ese que odió a Jesús y lo odia y en consecuencia, también nos odia a nosotros. Esta renuncia hemos de hacerla día tras día, pero en ella se nos abre un horizonte donde nos espera el rostro de Cristo en todo aquel al que sirvamos gratuitamente, sin doblez de corazón, sin esperar nada a cambio…, solo haber brindado una brizna de esperanza en el prójimo.
Juan Manuel Balmes