La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo.
Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: “Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel”, que traducido significa: «Dios con nosotros» (San Mateo 1,18-23).
COMENTARIO
Con la precisión profesional de un buen recaudador de impuestos, Mateo nos relata en los versículos anteriores a los que leemos hoy, las generaciones en Israel hasta Cristo. 14 desde Abraham hasta David; 14 hasta la deportación de Babilonia y 14 más hasta el Cristo. Es la historia de la raza judía en patriarcas, jueces y reyes. José y Jesús en su humanidad, como buenos hijos de David, se la sabían de memoria sintiéndose unidos en sus ancestros, su raza de David. Pero Mateo se encarga de poner en claro que la “generación de Jesucristo fue de esta otra manera”. Ya no primaría la carne y la sangre, sino el Espíritu y la fe en la Palabra que se escucha. Por eso la forma en que habría de generarse la nueva raza de la fe, preocupó a María con el anuncio de Gabriel, según Lucas, pues aún estando desposada, “no conocía varón” y su la suya sería una generación muy distinta, nueva, con intervención directa del Espíritu Santo.
Hoy celebramos el nacimiento de María, pero la Iglesia nos presenta el Evangelio de cómo fue engendrado Jesucristo, porque Él fue el principio y el fin de la vida de María. Por creer y aceptar aquella ‘locura’ angélica, una virgen casta de Israel se hizo consciente de para qué había nacido y cuál sería su tarea eterna: La Palabra recibida en su seno y hecha hombre, comprensible a nosotros que aún medimos la vida por los años, y no los años por la vida recibida en ellos.
Por eso leemos hoy el Evangelio de la generación de Jesucristo, porque fue la mayor celebración de la vida de María, su principio y su fin, y sin exagerar, también el de la humanidad entera. En ella y con ella nació la raza de la fe, que es la Iglesia.
Mateo cuenta en síntesis lo que todas las comunidades sabían, contaban y rumiaban ya en sus reuniones. Aquel hecho de salvación dio lugar a Jesús y su nombre, ‘Yahveh Salva’, por la simple razón que había dicho el profeta: El niño es Emmanuel, Dios mismo entre nosotros.
De María no tenemos datos históricos de su nacimiento, de su tránsito, ni de otros extremos de su vida que nos gustaría conocer. Los conoceremos en el cielo, pero aquí los suplimos con los de su hijo, apoyados en aquella razón poética: “Yo nací el día que te conocí…” Y es que María se mueve en su vida cruzando el tiempo y el espacio en una sola relación, la de su hijo, la Palabra de Dios. Por eso ya estaba redimida incluso antes de nacer, con los méritos adquiridos por su hijo en la crucifixión, que ocurriría unos 45 ó 50 años después de su propio nacimiento que celebramos hoy. Y también por eso recibiría el destino y premio final de los justos, –vivir en cuerpo y alma en el cielo–, miles de años antes de que sea universal para todos. Ella está allí, gozando de la plenitud de vida que incluye la persona entera, carne y hueso, juventud y madurez, nacimiento y muerte, “Mis días se escribían en tu libro, antes que llegase el primero” dice un salmo.
El nacimiento de María lo celebramos con el Evangelio de la generación de Jesucristo, apuntando así la idea de que en Cristo todos nuestros días y nuestras cosas, son una sola vida con la suya, y en cualquier nacimiento recordamos el suyo, como en cualquier muerte recordamos la suya. Siendo así, inevitablemente nuestra resurrección será como es la suya, que celebraremos en cada santo y especialmente en María hoy.
Otro regalo de Dios a María leemos hoy. Su desposorio y vida con José. Dice Mateo que, como era un hombre justo, cuando se enteró del embarazo no quiso denunciarla y ponerla en evidencia. María nació otra vez ese día, porque el castigo al adulterio era la muerte por lapidación. Y también José nació a ser un buen hombre cristiano, el primero. Lo que al principio parecía un acto de compasión, -repudiarla en secreto-, con la intervención del Ángel se hizo para él la puerta del camino de la nueva vida, por la que hemos de entrar todos los que hayamos de salvarnos, para estar con Jesús y María permanentemente siendo familia suya.
La última parte del Evangelio, “Dios con nosotros”, es como la tarta de cumpleaños en la que, para celebrar el nacimiento de María, nos reunimos toda la familia, incluyendo en el recuerdo a S. Joaquín y Santa Ana. Y para darle profundidad a la fiesta, Mateo nos da el sentido profético que trasciende el tiempo y sirve para el nacimiento de todos en la gracia: aquel Jesús hijo de María es Emmanuel, Dios con nosotros. Por ella y por Él podemos ser eternos. ¡Quiero un buen trozo de esa tarta de tu felicidad, Madre!