En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.
Uno le preguntó: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?»
Jesús les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos»; y él os replicará: «No sé quiénes sois.» Entonces comenzaréis a decir: «Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas.» Pero él os replicará: «No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.» Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos» (San Lucas 13, 22-30).
COMENTARIO
A una pregunta, piadosa en apariencia, más con su dosis de malicia, sobre el número de los que se salvan, Jesús responde indirectamente, pero yendo al fondo de la cuestión: no se trata de si son pocos o muchos, sino de lo que se requiere para entrar en el Reino, siguiendo los usos de su pueblo, utiliza un lenguaje simbólico: la puerta de entrada es estrecha. Pero ¿cuál es esa puerta? ¿por que es estrecha?. Y, en definitiva, ¿qué nos dice Jesús con este símbolo?
No es fácil responder a estas preguntas. Alguno, con mentalidad moralista, pensaría que se trata de exigirse, de sacrificarse, de hacer muchas obras buenas. Sin embargo, las palabras siguientes de Jesús nos remiten a un texto paralelo en Mt.7, 21ss.: -«¿No profetizamos en tu nombre… e hicimos muchos milagros?- Jamás os conocí, alejaos de mí…». Esta rotunda respuesta de Jesús descarta tal interpretación. Además, en el mismo texto de Mt. leemos poco antes: «No todo aquel que me dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre…» Esta frase nos pone sobre la pista; he aquí la puerta estrecha: hacer la voluntad de Dios.
Pero, ante todo, ¿cuál es, en concreto, esta voluntad divina para mí? ¿como llegar a conocerla? ¿bastaría con cumplir los mandamientos? Hay algo más: Dios tiene un designio específico para mi vida, que yo debo cumplir lo mejor posible, si es que quiero amarle de verdad. Para conocerlo, necesito estar en sintonía con Él, llevar dentro su Espíritu. Es éste quien me dará el discernimiento necesario para interpretar, en cada situación, aquello que Dios me está pidiendo.
Dios muestra su voluntad en los acontecimientos diarios que nos ocurren. Para entender este lenguaje de la historia, para saber lo que Él quiere decirnos, necesitamos discernimiento. Pues, a menudo, rechazamos los hechos que nos sobrevienen, porque parecen injustos, y en el fondo, porque nos humillan y nos hacen sufrir; sin advertir que Dios nos está invitando a entrar en ellos, para experimentar que su Amor es más fuerte y nuestra fe saldrá reforzada. Eso es lo que significa la puerta estrecha.
Con ello entramos en un segundo problema: ¿cómo puedo entrar en la voluntad de Dios, cuando es tan opuesta a la mía?, ¿no quedaré interiormente dividido? Jesús, con sus primeras palabras, nos da la clave: «Luchad por entrar por la puerta estrecha…», luchad: ¿cómo luchamos los cristianos? Rezando. Con esa oración personal, silenciosa, interior, llamada contemplación. Es el combate espiritual entre nuestra voluntad humana, que se resiste a sufrir, y el Espíritu, que, dentro de nosotros nos llama a entregarnos a Él, sin reservas. Es la misma lucha que tuvo Jacob y la que tuvo Jesús en Getsemaní.
Finalmente: esta lucha sólo es por poco tiempo. Si rechazamos entrar en aquello que Dios nos presenta, El insiste, ilumina sin forzar nunca nuestra voluntad. Es un tiempo de gracia, de luz, que se nos da como ayuda para obedecer, pero es limitado.
Si nos obstinamos en resistir, la puerta se cierra, el Espíritu se nos va y nos quedamos en las tinieblas del exterior.
Para los judíos, la puerta estrecha fue el propio Jesús, un humilde carpintero de Nazaret, aldea insignificante de Galilea, ¿cómo podía ser el Mesías? La mayoría de ellos, no pudieron pasar por ahí. Tuvieron su tiempo de gracia durante la presencia de Jesús, después se cerró la puerta con su muerte, y se cumplió lo profetizado por Él: vinieron de todas las naciones al banquete del Reino, mientras ellos se quedaron fuera.