Me gustaría decirte unas cuantas cosas, no sé si se dará la oportunidad; de momento, lo escribo para aclarar mis ideas… la enfermedad es tan traicionera. Según como la enfiles, puede ser una oportunidad para acercarte al Padre, para buscarle y encontrarle, para sentir su sostén… o una ocasión para caer en la desesperanza y en la muerte óntica, esa, que es la peor de las muertes, la muerte del interior de la persona.
Esta noche me ha costado conciliar el sueño, porque sé que lo estás pasando mal, que van muchos ingresos en el hospital, que van muchos sobresaltos… que aunque eres optimista por naturaleza, todo esto acaba pasando factura. Mamá me decía ayer que había estado hablando contigo, y que te había dicho: «Si hemos aceptado de Dios los bienes, que han sido muchos, durante nuestra vida… ¿cómo no aceptar ahora los males? Tenemos que convivir con esta enfermedad, que ya es de por vida, y sobrellevarla lo mejor posible». Qué sabiduría tiene mamá. Se nota que bebe de la fuente… Ella se ha apoyado en Job, que decía esto mismo.
A mí, anoche, se me ocurrían dos preguntas: Por qué y para qué.
Seguramente te estarás preguntando por qué Dios permite este sufrimiento. ¿No es Padre? ¿Por qué permite la enfermedad, la humillación, la debilidad? Y me surgía espontánea la respuesta: «Porque te quiere. Porque te quiere muchísimo».
Me acordaba de una catequista que hablando sobre la enfermedad, decía, con mucho genio:¡Pero qué ceporros, somos, hermanos! ¡Si es una carta de amor! ¡Si el Señor nos está escribiendo estas líneas de dolor, de necesidad, de precariedad, porque nos quiere! ¡Quiere que llevemos un poquito, un poquito solo, la cruz»!¡Esa cruz que nos llevará junto al Padre! ¡a la gloria!
Qué fuerte. Una carta de amor, el sufrimiento, la enfermedad. Pero es verdad, porque es la puerta estrecha por la que hemos de pasar. Y hay que pasar, sí o sí. Inclinando la cabeza, y con la mirada fija en lo que hay más allá de la puerta, o con la frente erguida, y dándote de bruces con el dintel.
El Señor nos quiere sencillos, humildes, y en su voluntad. Como niños. Y la enfermedad es una oportunidad para abrazar la cruz, y llevarla con dignidad, como Hijos de un Padre que nunca falla. Que estará ahí, con el que sufre. Porque no en vano ha dicho: «venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré».
Así que, ánimo, papá. Que Él te dará lo que necesitas para pasar por esa puerta con dignidad. Con paz. Con alegría en el corazón. Sólo hay que permanecer muy cerca de Él. De su mano. Porque al fin y al cabo, toda nuestra existencia se resume en una cosa, en lograr pasar por esa puerta.