El 11 de octubre es un día consagrado en la Iglesia contemporánea; relevantes acontecimientos coinciden en esa fecha, en que antes se celebraba la Maternidad de la Santísima Virgen. El 11 de octubre de 1962, va a hacer 50 años, tuvo lugar la solemne apertura del Concilio Vaticano II, el mayor acontecimiento de la historia de la Iglesia en la época actual; en este día celebramos la memoria litúrgica del Beato Juan XXIII, cuyo ministerio papal está íntimamente unido al Vaticano II. Treinta años más tarde, el 11 de octubre de 1992, publicó el Beato Juan Pablo II el Catecismo de la Iglesia Católica, genuino fruto del Concilio Vaticano II. El día 11 de octubre del 2011 escribió el Papa Benedicto XVI la Carta “Porta fidei” (Puerta de la fe) convocando un Año de la fe, que comenzará precisamente el día 11 de octubre de este año. Y durante el mes de octubre inmediato tendrá lugar la Asamblea del Sínodo de los Obispos sobre “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. Es de suponer que el día 11 de octubre la misma Asamblea sinodal subrayará con alguna celebración la trascendencia de estas efemérides.
¿Por qué recordar este día marcado por hechos tan señalados en la vida de la Iglesia? La primera respuesta es sencilla: La Iglesia haciendo memoria de los acontecimientos que jalonan su historia fortalece su identidad. ¿Por qué en esta coincidencia convocar un Año de la fe? El mismo Benedicto XVI responde: Jesucristo convoca hoy a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato siempre nuevo, “es necesario un compromiso eclesial más convencido a favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”. La fe en Dios, revelado en Jesucristo, es la prioridad pastoral de la Iglesia en nuestro tiempo, y particularmente en nuestras latitudes. Sin una fe serena, gozosa y vivida con gratitud a Dios es muy difícil participar personalmente en la nueva evangelización requerida hoy. ¿No es verdad que la crisis económica, laboral y social nos remite a una crisis de humanidad que está estrechamente conectada con una especie de eclipse de Dios que padecemos en nuestra conciencia y en nuestra cultura?
luz, puerta y fundamento
La fe es como una puerta (cf. Hch 14,27; 1 Cor 16,9; 2 Cor 2,12; Col 4,3), que abre el acceso a Dios. Desde los orígenes de la Iglesia, Dios abre la puerta a la predicación del Evangelio para que todos los hombres puedan beneficiarse de la misión encomendada por Jesús a sus discípulos. Al creer atravesamos una puerta que nos sitúa en un dinamismo que impulsa, ilumina y fortalece la fe en todas sus dimensiones. San Buenaventura al comenzar una de sus obras escribió que la fe en Cristo es la luz, la puerta y el fundamento de toda la Escritura. Por la fe y la conversión selladas con el bautismo entramos en la Iglesia, que es la familia de la fe, debe ser hogar de la esperanza y ámbito del amor que se difunde en el mundo. A través de la fe y del amor cristianos, entramos en comunión con Dios, recibiendo su misma vida divina.
En este Año de la fe, que abarca desde el próximo 11 de octubre hasta la fiesta de Jesucristo Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013, se nos ofrece una estupenda oportunidad de leer detenidamente los documentos del Vaticano II para superar posibles restos de lecturas parciales, selectivas y sesgadas; y de estudiar el Catecismo de la Iglesia Católica para curarnos del analfabetismo religioso y de la inseguridad en los contenidos de la fe. Sin conocer suficientemente el contenido del Evangelio es imposible evangelizar adecuadamente. Caminar entre ambigüedades nos expone a numerosos riesgos y limita la decisión apostólica.
El Papa en al Carta “Porta fidei” señala algunas características de la fe cristiana, que yo expongo y explicito ahora.
a) La fe es al mismo tiempo personal y comunitaria. Es la persona quien dice sí a Dios con el corazón, los labios y la vida (cf. Rom 10,9); la fe es un encuentro personal con Dios, que implica la existencia entera. Y también la fe es comunitaria y eclesial; al creer entramos en la familia de la fe que es la Iglesia; atravesamos un umbral para compartir, celebrar, vivir, testificar y alentarnos mutuamente en la fidelidad al Señor.
b) Por la fe manifestamos nuestra confianza en Dios y al mismo tiempo acogemos obedientemente lo que ha querido transmitirnos. Dios en la revelación nos ha hablado como a amigos, se ha comunicado a sí mismo y nos ha manifestado lo que debemos creer, celebrar, rezar y practicar. Toda palabra auténtica establece mutua apertura del que habla y del que escucha, y posee unos contenidos que no se pueden diluir en actitudes genéricas.
c) La fe y el amor deben ir unidos. La fe sin la caridad no da fruto y el amor sin la fe oscila entre sentimientos y dudas. La fe y el amor se necesitan mutuamente para que ambas recorran adecuadamente su camino. La fe nos permite reconocer a Cristo en el otro y el amor nos impulsa a socorrerlo.
d) La fe es difusiva, contiene un incontenible dinamismo apostólico. No debe quedar encerrada en el interior; confiadamente debemos transmitirla. Cuanto más apostólica sea nuestra fe, más vigorosa se irá haciendo. Con sencillez y humildad, sin miedos ni vergüenza debemos mostrar lo que creemos, esperamos y deseamos vivir. Un apóstol valiente y humilde es admirable; en cambio, un creyente acomplejado es penoso. La fe que evangeliza se convierte para los que buscan y dudan en una ayuda preciosa para dar el paso a la fe en Dios.
El Papa alude al final de la Carta a la historia de nuestra fe. Ponemos la mirada en Jesucristo que “inició y completa nuestra fe” (Heb 12,2), y nos sentimos rodeados de “una nube ingente de testigos” (Heb 12,1). En esta historia emergen Abrahán el padre de los creyentes, Moisés el conductor de Israel por el desierto, la Virgen María dichosa porque creyó (Lc 1,26-33.45), los apóstoles que dejaron todo para seguir a Jesús (cf. Mt 10) y tantos hombres y mujeres que han testificado a lo largo del tiempo la belleza de la fe con su gozo y su cruz.
¡Que el Año de la fe, a que nos convoca el Papa deje en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades cristianas una huella profunda!