La gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: “Esta es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el de Jonás. Pues como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación. La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y hará que los condenen, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón. Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás” (San Lucas 11, 29-32).
COMENTARIO
Los judíos piden señales (y los griegos sabiduría); es lo que buscan conforme a (1 Co 1 22).
La apertura al misterio de Dios admite básicamente dos enfoques o acomodos a nuestro modo de pensar. O bien por argumentos racionales, como los griegos, o bien por prodigios inexplicables, como los judíos; en la práctica todos demandamos a Dios que se manifieste conforme a nuestros esquemas previos, que satisfaga nuestra predisposición o capacidad de asentimiento.
Pero no habrá más señal.
La petición de “una señal” no es una frivolidad entre los judíos. Ellos acumulan tres señales incontestables; Adán recibió a perpetuidad el descanso, el sabath; Noé tiene en el arco iris la firma del pacto que Dios hizo con él; Abraham recibió la promesa, y la circuncisión se lo recuerda de continuo.
El gran profeta Elías fue confirmado por una prodigiosa muestra de intervención divina, cuando la evidencia le legitimó para acabar con los falsos profetas, con señales les demostró sin posible réplica que eran unos farsantes.
Los seguidores y discípulos de Jesús, por sus señales y prodigios, lo tenían elevado a aquel rango. Podía ser El Bautista, Elías o Jeremías o alguno de los profetas (Mt 16 14). No era poca cosa, aun no reconociéndolo como propio Mesías, el equipararlo o identificarlo con Elías. También se lo habían preguntado al Bautista (Jn 1 25)
Elías había hecho señales incontestables… ¿Y Tú?
La Biblia de Jerusalén explica al pie que una señal sería “…un milagro que exprese y justifique la autoridad de Jesús”.
Es el mismo código intrigante de los judíos celadores del Templo. ¿Con que señal te acreditas para proceder así? No es tanto el que no compartamos el destrozo que has ocasionado, sino que en verdad lo que nos importa es saber con qué autoridad actúas (Cf. Jn 2 18). De hecho ya manejaban “su explicación” y la descalificación total: está endemoniado, es en nombre de Belcebú que expulsa los demonios, dice que es anterior a Abrahán, que en tres días reconstruye el Templo, etc.
En la pregunta por su autoridad estriba nuestra perversidad ¿Por qué somos una generación perversa adúltera, incluso? (Mc 8 38)
Muchos pueden decir que esta generación es buena, que es mucho mejor que las que nos han precedido, que llevamos muchas décadas sin guerras mundiales, que la humanidad ha progresado en todos los ámbitos, en igualdad y libertad: ¿Cómo te atreves a tacharnos de “generación perversa”?
El mismo Jesús da la respuesta clara; somos una generación perversa porque pedimos una señal. Queremos que Dios se evidencie ante nuestros ojos. En este “reto a Dios” consiste nuestra perversidad.
Conviene recordar que ciertamente es posible el cambio; que los habitantes de Nínive (como si ahora dijéramos Nueva York o Shanghai) se convirtieron por la predicación de un timorato profeta de leva, Jonás; y la Reina de Saba motivada tan solo por referencias “de oídas”, acudió a escuchar a Salomón.
Pero Jesús vuelve sobre su propia misión, su encarnación y su inefable destino de muerte e inexplicable resurrección. Jonás salió del gran pez, pero Él abrirá el sepulcro para siempre. Por eso es más. Sí, habrá una sola señal; ha comenzado ya con su presencia humana, pero no será como las que precedieron su venida y jalonaron la historia del pueblo elegido. Aunque no deja de ser llamativo que en la solemne “confesión de Pedro”, el Señor le llame Pedro, “hijo de Jonás” (Mt 16 17)
Sus propios discípulos, y nosotros, seguimos pidiéndole “una señal” unida al fin del mundo, (en Mt 24 3).
La gran ciudad de Nínive, la Babilonia temible, se convirtió por la predicación de un renuente regurgitado por un cetáceo, y ante vosotros proclama la llegada del Reino Uno que va a destruir la muerte.
Lo maravilloso de la salvación traída por Jesús es que no depende de la fe de los que le siguen; la fe de los que le piden milagros es el resorte que le motiva a operar prodigios; pero el inimaginable e irrevocable designio de salvarnos, cumpliendo la voluntad de su Padre, no está condicionada por nuestra confianza en su poder. A pesar de que seguimos apegados a nuestros cálculos (“cuarenta y tres años tardaron en construir el templo y Tú lo vas a reconstruir en tres días… Mc 14 58”, El cumplirá todo lo escrito acerca de ÉL. Dirá un día: “Todo está cumplido”.