«En aquel tiempo, dijo Jesús: “¡Ay de ti, Corazaín; ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidas de sayal y sentadas en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno. Quien a vosotros os escucha a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado”». (Lc 10, 13-16)
¡Qué duras son estas palabras! ¡Qué profunda tristeza anida en el corazón de Jesús al pronunciarlas! Pero Jesús es el mensajero del Padre. Como le dirá al procurador Pilato que lo juzgaba: “Yo para eso he nacido y para eso he venido al mundo; para dar testimonio de la verdad”. Todo en la vida de Jesús nos puede resultar paradigmático. Todo en sus palabras nos trae enseñanzas del pasado, del presente y del futuro. Ahora inicia la andadura de la predicación del reino de Dios en Galilea; una tierra de hombres rudos, pescadores, agricultores, gentes de aluvión que la repoblaron, viniendo de lejanas tierras en los momentos trágicos de la devastación. Es la “tierra de Zabulón y de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles”. La misma que rememora Mateo 4,15 citando al profeta Isaías.
Y cuando Felipe encuentra a Natanael y le refiere su encuentro con Jesús de Nazaret, este le responde: “¿Puede algo bueno salir de Nazaret?”. Pero Jesús ya ha cambiado la historia del mundo, pues allí comenzó la redención con el “hágase” de María, la Anunciada, y a partir de entonces todos los hombres bendecirán aquella tierra sagrada.
Jesús acaba de aleccionar a los setenta y dos discípulos elegidos de entre los que le seguían, y los envió de dos en dos y delante de él a los lugares que quería visitar para anunciar el reino de Dios. Eran sus embajadores, y les dio poderes e instrucciones para cumplir su misión. Pero también les advirtió: “Mirad que os envío como corderos en medio de lobos”.
Parece que todo encaja, pero no nos quedemos con las conclusiones más fáciles y sencillas. Por más que la historia de Galilea lo justifique humanamente, y su realidad en los tiempos de Jesús sirva para explicar tan terribles admoniciones, no nos engañemos, porque la mirada de Jesús abarca al mundo entero. Corazaín, Betsaida y Cafarnaún, geográficamente situadas a orillas del lago de Genesaret, son la imagen del mundo que no querrá oír las palabras de Jesús, que negará sus milagros, que no lo reconocerá como Hijo de Dios. No nos confiemos, el mal está en todas partes. La cizaña maldita del diablo madura junto a las espigas bendecidas por Dios. Y así son las últimas palabras de Jesús en este evangelio: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”.
Horacio Vázquez