En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisano virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán predicando un Bautismo de conversión, para perdón de los pecados, como está escrito en el libros de los oráculos del profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos, elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguales. Y todos verán la salvación de Dios”. (Lc 3, 1-6)
Es hermosa la expresión: “Vino la Palabra de Dios sobre Juan en el desierto”. Resulta que en el comienzo de los tiempos, cuando Yahvé distribuye a los hijos de Adán, trazando las fronteras de las naciones, se elige un pueblo; y lo encuentra en el desierto: en una soledad poblada de aullidos. Nos lo recuerda en el libro del Deuteronomio:
“…cuando el Altísimo repartió las naciones, cuando distribuyó a los hijos de Adán, fijó las fronteras de los pueblos, según el número de los hijos de Dios, mas la porción de Yhavé fue su pueblo, Jacob su parte de heredad. Lo encontró en una tierra desierta, en una soledad poblada de aullidos. Lo guardó como a la niña de sus ojos…” (Dt 3, 8-11)
En el mundo hay mucho ruido. El cristiano se encuentra con Dios en el silencio, en la soledad. Esta soledad poblada de aullidos en que nos introduce el mundo, es la soledad de los hijos de Dios, que son entregados al mundo como ovejas en manos de lobos, nos dirá luego Jesucristo (Mt 10,16)
Esta soledad en que se encuentra Elías, cuando huyendo de la reina Jezabel que le persigue para matarlo, que se refugia en el monte Carmelo y se desea la muerte. (1R, 19-12), es alimentada y sanada por la presencia de Yahvé como viento suave.
Y viene la Palabra de Dios a Juan. Para enderezar lo torcido del pensamiento humano, para allanar los montes, lugar donde habitan los dioses que todos llevamos dentro a causa del pecado original. Lugar donde mira el salmista levantando los ojos buscando auxilio a su angustia, consuelo a la precariedad de su existencia:
Levanto los ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me bien del Señor que hizo el cielo y la tierra (Sal 121)
Ya su padre el profeta Zacarías había anunciado en el bellísimo canto del Benedictus:
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor
A preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados (Lc 1, 68-79)
Nosotros, los cristianos, que buscamos a Dios, estamos llamados a proclamar su Palabra- Jesucristo, su Evangelio-, como el Bautista, delante del Señor, anunciando que este mundo actual en que nos ha tocado vivir, con sus circunstancias, espera una respuesta a los desatinos, una respuesta a la precariedad de una vida sin sentido cuando falta Dios. Esta Palabra está esperando de nosotros que hagamos camino hacia Dios anunciando la salvación y el perdón de los pecados. Que nos presentemos como “el viento suave de Elías”, o como la “zarza ardiente de Moisés”, que, al igual que nuestra Madre María, “llevaba al Señor dentro y no se consumía”.
Alabado sea Jesucristo