«En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: “El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas”. Les dijo otra parábola: “El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente”. Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: “Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo”». (Mt 13,31-35)
Semilla, árbol, aves, vida… Esta parábola del grano de mostaza está cargada de vida; la semilla, aunque esté seca, conserva y lleva en sí la potencia de la vida. Por esto, en cuanto es sembrada en tierra fértil desarrolla todo su poder y hace crecer la hierba, el trigo, las flores, el fruto, el árbol…, en fin, aquello para lo que está destinada. Si contemplamos la Naturaleza observamos que las plantas y los árboles, sean de la familia que sea, aparte de los beneficios que producen para la vida previenen la erosión, producen oxígeno, reducen el dióxido de carbono, son hábitat para las aves, fuente de energía, materiales de construcción, muebles, alimento, etc.; y son generosas a la hora de producir semillas, dan cientos de ellas para que solo unas pocas se reproduzcan. Esta riqueza de la Naturaleza es simplemente admirable. Por otra parte, los árboles tienen mucha importancia en la religión; Dios bendice a Adán y a Eva haciéndolos fecundos y poniéndolos en un jardín, y con ellos, a todos nosotros.
El árbol anuncia cada primavera la vida nueva. Donde hay árboles hay agua, hay frutos que alimentan al hombre. Y también a los árboles, como a los hombres, se les reconocen por sus frutos.
En la Biblia hay tres tipos de árboles: el árbol de la vida, cuyo fruto comunica la inmortalidad; el árbol del fruto prohibido o del mal, que nos ayuda a reconocer que somos limitados; y el árbol de la cruz, que se ha convertido en el leño que salva. Por la cruz de Jesucristo se ha roto la barrera que nos separaba del árbol de la vida.
Con la parábola de la semilla y el fermento Jesús enseña una cosa: que aunque los hombres y las mujeres seamos pequeños, limitados, egoístas, orgullosos, impacientes, injustos, rencorosos…, seamos de la condición que seamos, se nos ha abierto un camino a través de la cruz que nos permite alcanzar el árbol de la vida, o lo que es lo mismo, la posibilidad de amarnos unos a otros como Dios mismo nos ha amado.
Alfredo Esteban Corral