En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: «Me voy y vuelvo a vuestro lado.» Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo. Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago.» (Juan ,14,27-31a)
Hoy nos puede ayudar detenernos en el primer regalo que Jesús nos anuncia y nos hace en este pasaje del Evangelio. “La paz os dejo”. Copio para ello unas recomendaciones de San Pedro Crisólogo. Este Padre de la Iglesia vivió durante los siglos IV y V, fue Arzobispo de Rávena, y varios siglos más tarde, en 1789, el Papa Benedicto XIII lo proclamó Doctor. Crisólogo significa “boca de oro” -el Sermón que vamos a comentar refleja esta cualidad suya-. Su obra es valiosa y se le atribuyen más de setecientos sermones.
Sobre la paz expone:”La paz, amadísimos hermanos, es la que despoja al hombre de su condición de esclavo y le otorga el nombre de libre. La paz entre los hermanos es la realización de la Voluntad divina, el gozo de Cristo, la perfección de la santidad, la norma de la justicia, la maestra de la doctrina, la guarda de las buenas costumbres, la que regula convenientemente todo. La paz es madre del amor, vínculo de la concordia e indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz. Cristo, el Señor, nuestro Rey, es quien nos manda conservar esta paz: “la paz o dejo, la paz os doy”. Plantar y hacer arraigar la paz es cosa de Dios”.
Haciendo un breve comentario práctico de algunas de las dimensiones que, según San Pedro Crisólogo, nos oferta la paz, podemos lograr este posible mapa de nuestra alma:
-Ser Libres; cuanto nos cuesta vivir de verdad, de verdad -lo repito queriendo- con libertad. Guittón la unía al amor, cosa que también hace el Crisólogo, y señalaba Guittón “¿Qué es el amor? Aquello que hace a los libres esclavos, y a los esclavos, libertos”. Libres para vivir la de la Voluntad de Dios. Libres para esculpir y promover la santidad personal y la de los demás. Libres, enamorados, pacíficos.
-Ser Justos: que en la tradición cristiana significa ser santos; así es denominado San José. Justos para saber tratar de modo desigual a los desiguales. Justos para vivir honradamente, guardando las buenas costumbres, que nada tiene que ver ni con el anquilosamiento ni con rigorismos. Justicia que, enriquecida con la caridad, otorga esa capacidad de flexibilidad que da continuidad a lo esencial y varía, siempre que convenga lo accidental y lo trivial. Personas justas, honradas, pacíficas.
-Despejados de mente, porque no se está solo, ni tenso, ni perdido; se lucha una y otra vez, con caídas y levantadas, para saberse apoyado por Dios. Jesús justamente nos da la clave en este Evangelio, señalando explícitamente que no hay que temblar ni acobardarse. Ya se sabe que cruz, tribulación, desengaños y desconciertos nos acompañan en esta vida (“En el mundo tendréis tribulación…”), pero Jesucristo ha vencido al mundo.
Se aproxima la celebración de la fiesta de Pentecostés. Que graciosamente nos concede sus dones y frutos. Pues bien, el tercer fruto del Paráclito de los doce que enumera San Pablo, es la paz. Señala primero la caridad, en segundo lugar el gozo, y en tercer lugar la paz. Estos tres primeros frutos del Paráclito hacen saborear al cristiano, ya en la tierra, una bienaventuranza que no puede compararse con nada de este mundo.
Termino y nos queda por delante un buen programa para este día: Tener paz, y regalarla. Acudamos a Santa María, también denominada en tantos sitios Reina de la Paz, para que nos proteja y aliente en esta importante orientación.