En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno» (San Mateo 13, 18-23).
COMENTARIO
En el Evangelio de hoy, Jesús nos explica el sentido de la parábola del sembrador. La expuso con ocasión de tener a una gran muchedumbre reunida en torno suyo. El sabía que entre sus miles de oyentes había siempre gentes de todas las actitudes y con esta parábola, distingue a cuatro tipos de personas frente a su predicación.
El es el sembrador de la Palabra de Dios: el mensaje de su amor gratuito a todo hombre. Siembra, tanto con su palabra como con sus acciones; con toda su vida. Pero cada cual es libre: puede atender o no el mensaje de Jesús; puede ignorar el poder de salvación que contiene; puede incluso encasillarlo entre los muchos asuntos que trae entre manos, o también reconocer su máxima importancia para la propia vida.
Jesús identifica, con sencillas imágenes, las diferentes formas de situarse ante su palabra. Y a la vez, muestra los auténticos enemigos del ser humano: el diablo, la carne, el mundo; pues estos, al oponerse a la Palabra, se oponen a la felicidad de aquél.
Hay oyentes que son como el camino: no acogen la Palabra, ni la entienden, porque pasan de Dios, no lo necesitan. Viven alienados de sí mismos, no se conocen en profundidad. Basta que el diablo les muestre algo agradable para olvidar a Jesús.
Hay otros que son como un pedregal: reciben la Palabra con emoción, con lágrimas, pero no cala en ellos, no la interiorizan; son superficiales, inconstantes. Viven a nivel sentimental: mientras la Palabra les produce alegría, permanecen unidos a ella. Pero cuando llegan las dificultades, el rechazo, la persecución, la abandonan. Sólo les interesa Jesús en tanto El les dé felicidad. Viven en la carne, y ésta rechaza el sufrimiento; sólo quiere gozar y estar tranquila.
Los hay también que son como los espinos: acogen la Palabra, arraiga y crece en ellos durante un tiempo. Pero también aman al mundo, los negocios, el dinero, el éxito, la buena vida… Tanto, que les absorbe el tiempo y la energía. Siempre ocupados, no tienen momento para Dios, para rezar, para escuchar a Jesús. Finalmente, tantos afanes, tantas preocupaciones, ahogan la Palabra, que no llega a fructificar porque le falta el alimento necesario.
Por último hay quienes son como la buena tierra: pueden acoger la Palabra, que crecerá en ellos porque no tienen nada que se lo estorbe. Son los pobres, los últimos, los fracasados, los pecadores. Ellos reciben el mensaje con agradecimiento, porque han encontrado el tesoro escondido, y lo guardan en el corazón, poniendo en él toda su esperanza. Estos, mediante la perseverancia, sin desanimarse por sus frecuentes fracasos, terminarán dando fruto, y mucho más de lo esperado.
¿Por qué explica Jesús este sentido a sus discípulos, y no a los demás? Porque ellos han de ser sus mensajeros y encontrarán en quien les escuche, las mismas dificultades que tiene El. Muchos no acogerán, por diversos motivos, la Buena Noticia, o más tarde la abandonarán. Pero quienes perseveren en ella, darán a la larga un fruto superabundante. Los discípulos han de contar con ello, para no desanimarse ante el aparente fracaso. Pues ¿quién iba a pensar que, de la predicación de unos pocos hombres, débiles y pecadores, iba a surgir la realidad histórica que ha sido y es hoy, la Iglesia? Sólo se explica por la fuerza vivificadora de la semilla. Y así ocurre igualmente hoy día, con los actuales anunciadores del Evangelio, porque esta misión no ha acabado, ni ha de acabar hasta el final de los tiempos.