«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños”». (Mt 18, 12-14)
Un autor espiritual cuenta en uno de sus escritos su propia experiencia con una oveja perdida. Mientras bajaba con unos amigos por el Pirineo aragonés se encontraron con un gran rebaño de ovejas. Al final de todas, una se estaba quedando rezagada pues tenía la pata rota. Si el problema no se solucionaba pronto, la oveja quedaría totalmente separada del rebaño y sería pasto de los buitres. Adelantaron el paso hasta alcanzar al pastor. Le explicaron el problema de la oveja con la pata rota. Pero fue inútil. El pastor, casi sin inmutarse, respondió: “Esa es del diez por ciento de perdidas”. (cf. J. Fernández– Carvajal, El día que cambié mi vida). La oveja estaba sentenciada. Su situación no tenía ya remedio. El pastor la había dado por perdida.
Dios desea que nadie se pierda. Quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. En estas semanas de Adviento nos preparamos para celebrar el Nacimiento del Hijos de Dios, que se hace carne precisamente para que nadie se pierda. Al escuchar en la liturgia la voz de la Iglesia pidiendo la venida del Señor —Ven, Señor Jesús—, reavivemos en nuestro corazón la petición de que todos los hombres y mujeres del mundo conozcan a Jesús para que su mensaje colme de sentido y felicidad sus vidas.
Jesús: tú no das nunca a nadie por perdido. Ninguna situación es irremediable porque Tú te abajas una y otra vez a curar las heridas de los hombres, a cargarles sobre tus hombros. El tiempo de Adviento es un tiempo de esperanza, un tiempo para redescubrir el don del sacramento de la reconciliación. ¡Qué bien expresa este sacramento del perdón la voluntad de Dios de no dar a nadie por perdido! Dios perdona siempre, todo y a todos, con la única condición de que queramos ser curados, perdonados, liberados.
La parábola de la oveja perdida es una llamada para que tomemos una mayor conciencia de nuestra misión de apóstoles en medio del mundo. Jesús nos ha encomendado a las personas que nos rodean para que cuidemos de ellas, para que busquemos a la oveja descarriada, para que actuemos como el Buen Pastor. Algunas comulgarán con nuestras ideas, otras no. Con todas hemos de ser amables y comprensivos; a todas hemos de procurar servir con paciencia, como lo haría Jesús. Ningún juicio sobre su modo de ser, o de pensar o de actuar puede apartarnos de ellas. A ninguna hemos de dar por perdida. “No juzguemos el pensamiento de los otros, al contrario, presentemos a Dios nuestras preces, incluso por aquellos sobre los que tenemos alguna duda”. (Sermón 279, 11).
Juan Alonso